Lo quiero todo y lo quiero ya. Y si no, me enfado y no respiro. Este comportamiento, que sería corregido (o debería serlo) en un niño, es el hábito actual de consumo de televisión, si se lo quiere llamar así, o de contenidos multimedia para ser más exactos.
Yo he pecado, peco y pecaré. Las plataformas digitales son la panacea de los ansiosos, de los raros de horario o de los de gustos especiales. En mi caso, después de frustrarme con Wuaki y de un paso fugaz por Nubeox, he encontrado en Netflix la plataforma que se adapta a mí, por contenidos y funcionamiento.
Porque no es solo un estante donde colgar series, es un auténtico huerto donde además se producen.
En lo gratis, todas las cadenas generalistas dan a la carta (lo que quieras, cuando lo quieras y donde lo quieras) los contenidos que estrenan en sus canales de televisión convencional. Incluso las hay que van más allá, como Atresmedia con Flooxer y los vídeos cortos.
Pero no se alarmen. Al parecer a la tele de siempre aún le quedan muchos años de vida. Y muchos años aglomerando a la generalidad. A las grandes audiencias. A todos (o casi).