Se nos ve el plumero Se nos ve el plumero

"La libertad produce monstruos, pero la falta de libertad produce infinitamente más monstruos"

Almería quién te viera… y Goytisolo

Ahora sí que se me va a ver a mí el plumero.

Ahí va un corte publicitario sobre mi tierra:

TRIBUNA: JUAN GOYTISOLO

Almería en el recuerdo

JUAN GOYTISOLO

EL PAÍS – Opinión – 25-06-2006

Mi ya vieja nostalgia del paisaje y las gentes de Almería se entrevera con una difusa inquietud. ¿Cómo la encontraré si cedo a ella y vuelvo a las andadas? Más rica y adelantada que hace catorce años sin duda. Mas los lugares que conocí y me impregnaron de su luminosidad y nitidez, ¿corresponden aún a la imagen que de ellos conservo o han sido desfigurados por la fiebre inmobiliaria que hoy devasta la costa mediterránea con su expolio despiadado del suelo? La idea de ver confirmados mis temores aplaza indefinidamente el reencuentro. Prefiero refugiarme con cautela en la evocación de una belleza tal vez extinta.

¿Qué queda de mis recuerdos de La Isleta del Moro y la esplendidez de sus calas desiertas? ¿de los miradores abruptos desde los que avistaba la costa de Carboneras? ¿de Rodalquilar y los escoriales de la antigua mina de oro? Demasiadas preguntas que traslucen la impotencia de quienes asistimos a la destrucción acelerada de la naturaleza en la que se forjó el ser humano hace decenas de millares de años. La historia renueva sus ciclos y nos sorprende con sus vuelcos. Pienso en el dicho «cuando Almería era Almería, Granada era su alquería». En el apogeo de las explotaciones mineras por compañías extranjeras a lo largo del siglo XIX y la ruina que sucedió al agotamiento de sus filones. En la precariedad de los recursos acuíferos destinados a la agricultura del plástico y a una urbanización imparable por la avidez vultúrida de sus promotores. En el mito del progreso sostenido que nos venden los políticos. En los turistas nórdicos ansiosos del sol barato y en los robinsones que alcanzan, ateridos y exhaustos, las playas de su engañoso Edén.

Desde la época en que escribí Campos de Níjar y La Chanca hasta mi tímida asomada en solitario poco después de la muerte del dictador -gobernaban todavía Arias Navarro y Fraga-, habían transcurrido otros catorce años. Podía ir a Níjar sin temor a ser colgado por los güevos en una farola del Paseo, conforme a la amable advertencia del ex alcalde franquista, y pasear de forma anónima por una Chanca que evocaba aún la de las conmovedoras imágenes de Pérez Siquier. Me había despedido de ellos, definitivamente, creía, en Señas de identidad y mi retorno era el de un fantasma. Luego, tras la victoria del PSOE en las elecciones de 1982 y la llegada a la Diputación provincial de algunos políticos bienintencionados, el contacto se restableció. Visité de nuevo Níjar, Cabo de Gata, Pozo de los Frailes, Las Negras, Aguamarga, Garrucha, Villaricos. El nivel económico de la población mejoraba a simple vista: vivía sin las estrecheces de antaño, confiada en un porvenir más abierto y digno. Dicha relación con las autoridades se interrumpió por decisión mía en 1992, aunque mantengo desde entonces la comunicación con un fiel puñado de almerienses, comprometidos en la defensa de los marginados, payos, gitanos e inmigrantes. Mi recorrido fugaz por los invernaderos de El Ejido y subsiguiente denuncia del gueto infame en el que se hacinan los magrebíes y subsaharianos cambiaron otra vez mi estatus y me devolvieron a la condición de persona non grata de cuarenta años antes. Desde entonces no he vuelto a mi añorada querencia y me limito a seguir a través de la prensa cuanto acaece en ella.

Vi en fecha reciente el desmantelamiento del poblado nijareño de San Isidro por las excavadoras, captado con fuerza por el fotógrafo Sánchez Mesa: el poder arrasador de las máquinas y la desolación de los últimos chabolistas. Como escribió en La Voz de Almería el ensayista y editor de la injustamente olvidada «Colombine» y de España y sus Ejidos, Federico Utrera, «no hubo violencia en el desalojo, tan sólo lágrimas, y ¿a quién importan, tan ocupados como estamos en nuestros tesoros de nuevo rico y ocios de antiguo pobre?».

¿Se les ha procurado, me pregunto aún, un albergue decente o han ido a refugiarse, como en El Ejido, en cabañas y alquerías ruinosas y abandonadas? Nadie lo sabe con certeza y la indiferencia casi general en torno a las bolsas de pobreza -de ellos, los otros- enquistadas en el mejor de los mundos me retrotrae a mis recuerdos de viajero por estos mismos lugares, dejados, como decían entonces sus habitantes, de la mano de Dios.

No obstante, la lucha valiente de los ecologistas y asociaciones de ayuda a los inmigrantes tiene a su alcance un excelente ejemplo en el que inspirarse: el de la combatividad de un barrio del que soy vecino de honor (no acepté el de la Legión que me ofreció el ex ministro de Cultura francés Jack Lang, por no compartirla con oficiales que se distinguieron matando a vietnamitas, argelinos o malgaches, pero sí el de mis amigos almerienses). Frente a la arbitrariedad de las autoridades municipales y sus intereses partidistas, La Traíña, que iluminó con su presencia José Angel Valente, y el recién creado Foro de La Chanca, no cejan en su empeño de llevar a cabo su Plan de Reforma Interior, en consonancia con la singularidad y las aspiraciones de esta comunidad única en Andalucía y España: la construcción de un Centro Cívico Cultural en la conocida popularmente, desde los tiempos gloriosos de la rebelión antisistema, por plaza de Moscú. El Ayuntamiento almeriense del PP proyecta convertir dicho espacio, situado en el corazón de La Chanca, en el patio de recreo del vecino colegio de monjas, en contra del sentir mayoritario de una vecindad que ha sabido defenderse por sí sola de la invasión de las drogas y de los brotes malignos del racismo, ayer antigitano y hoy antimagrebí o antimoro a secas. La vitalidad excepcional de la sociedad civil chanqueña me invita a no perder de vista la evolución de Almería, atrapada entre la memoria de su miseria secular y el espejismo de un desarrollo sin límites y a la larga suicida, autodestructor.

Por mi amistad con Federico Utrera, el arquitecto Ramón de Torres, el educador Juan José Ceba y Pepe «el Barbero» de La Traíña, algún día -¡antes de que se cumpla el nuevo ciclo de catorce años que pauta mis encuentros y desencuentros con Almería!-, me animaré a volver.

Juan Goytisolo es escritor.

3 comentarios

  1. Dice ser jose manuel lara

    Podria poner de vez en cuando cosas de Almeria,si son positivas mejor, ya que como todo el mundo sabe, Almeria en el panorama español está un poquito olvidada, y ya que usted como almeriense y yo tambien como almeriense nos alegraremos.Saludos de un alumno

    28 junio 2006 | 20:07

  2. Dice ser futrera

    Mejor enseñar el plumero que el trasero y en este caso que un escritor de prestigio mundial como Juan Goytisolo vuelva a escribir de nuevo sobre Almería ya es noticia. Sobre la «injustamente olvidada Colombine», que él cita, decirle que por fin en Almería he podido dar una charla sobre mi libro «Memorias de Colombine», que se editó en 1998 y sobre el que había conferenciado en mas de veinte ciudades españolas pero no en Almería. Misteriosa indiferencia. Ha sido a propósito de un magnífico homenaje que le ha brindado la Concejalía de Igualdad (que curioso, no ha sido ninguna institución cultural) a propósito del 75 aniversario del voto de la mujer (1931). Claro que Colombine pidió el voto en 1906 (lo tengo documentado, 10-10-06, Heraldo de Madrid), osea 25 años antes, en esto tambien fue pionera. Y a lo que se ve, su estela ha dejado impronta en los buenos e innovadores periodistas que da Almeria, como lo demuestra siempre la perspicacia de José Antonio Martínez Soler.

    04 octubre 2006 | 07:52

  3. Dice ser Jesus Contreras

    Apreciado Juan:Desde Almería te escribo estas lineas, con Almería en el corazón y con el sabor de sus tierras y sus gentes cada día en mi boca y en mi alma.Tu amada Almería, que también la mía, no han cambiado para nada, sólo que hemos tenido que refugiar nuestra esencia en los bastiones más ocultos de nuestras montañas… hemos cambiado la herradura del mulo por el caucho del neumático, hemos cambiado el agujero en la pared por la oficina bancaria, el arado por la corbata y la chaqueta, la pluma se convirtió en teclado, nos invadieron nuevas culturas… pero créeme, que nada ha cambiado.El alma de nuestra Almería más profunda sigue latiendo en cada barranco y en cada pueblo, y cada vez que un endemoniado auto hace sonar sus potentes altavoces al ritmo del malsonante «chumbachumba», no puedo dejar de oir en él la llamada de las campanas de los pueblos a la misa de los domingos, o la del almuédano llamando a la oración a los labriegos que desde tiempos inmemoriales han sembrado nuestros campos de secano.Cada vez que miro esos nuevos y horrendos edificios que conforman nuestro nuevo territorio, tan sólo puedo ver ruinas arqueológicas, en las que jóvenes arqueologos puedan estudiar las estulticias humanas de la prehistoria humana de los Siglos XX-XXI, dentro de tres mil años, o tal vez menos… y es que la historia hay que escribirla, aunque nos equivoquemos, aunque se equivoquen… pero lo triste es que el almeriense haya vendido su alma una vez más por un puñado de monedas, mientras que el fruto de la destrucción d al misma se lo han llevado otros, quedando aquí como siempre unas pocas migajas… y así ahora, el Antoñico, el Pepe y el Manuel se pasean engrandecidos con su flamante gran automóvil y juegan al golf, con el fruto de su especulación triste y mezquina… aunque sus caras de pan, sus mejillas sonrosadas y sus deficiencias en las maneras, civismo y respeto delatan su pasado arriero y labriego, al que han repudiado, y del que se avergüenzan, sin darse cuenta de que jamás podrán quitarse el sello que les marca y que debiera honrarles, por el contrario. Conducen grandes autos, pero ni tan siquiera saben leer o escribir… pobres millonarios modernos, sin alma y sin cultura; tan sólo tienen dinero.Algunos de nuestros paisanos han perdido/vendido el alma, sí… pero te puedo asegurar que Almería sigue siendo en su esencia, ese fortín de cultura y de vida natural que tú encontraste en tus viajes, con la diferencia de que ahora para encontrarlo, hay que escarbar un poco más profundo.Ayer paseaba por las cumbres prístinas de Bayárcal, en el corazón de nuestra amada Alpujarra almeriense y me di cuenta de que por mucho que estos ineptos sigan haciendo avanzar el mar de plástico, o los oceanos de hormigón… nada cambiará en la esencia de nuestros pueblos, pues al fin y al cabo no somos sino hijos de la tierra, de su clima, de su orografía… y cuando los tiempos de “vacas gordas” hayan pasado, los necios y sus proles pasarán de largo, y quedaremos aquí siempre los mismos, los de siempre… los hijos de la tierra, los hermanos del Mediterráneo… los que comemos pan de trigo, o de mijo si hace falta, porque no nos gusta comer el oro, ni el petróleo ni el dinero, ni hipotecar nuestra vida a cambio de un palo de golf… malditos sean los que lo inventaron y malditos sean los que a estas tierras lo trajeron.Yo le llamo «feliz estado de melancolía» a lo que siento cada día, cuando vivo mi Almería palmo a palmo, pero al fin y al cabo si transformamos las autovías en sendas de asnos, los autos de lujo en asnos mismos, los altos edificios en casas-cueva, los talleres mecánicos en eras, las gafas de sol en sombreros de paja y las zapatillas Nike las hiciéramos de esparto, podríamos comprobar que tras la máscara falsa del maquillaje social actual… NADA, AFORTUNADAMENTE… HA CAMBIADO ni en esta tierra ni en ninguna otra… solo hay que redescubrirse, y es nuestra obligación, la de los más mayores, abrir los ojos a los que vienen detrás, como siempre ha sido.Saludos desde Almería, cuyo nombre jamás se me cae de la boca ni se me caera…Jesús Contreras

    08 noviembre 2008 | 07:54

Los comentarios están cerrados.