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La vida de Miguel Hernández sólo valía cinco pesetas (II)

Con este post cierro el círculo abierto la semana pasada y dejamos de hablar de Miguel Hernández.

Pues bien, lo que quizás no sepáis, es que la vida de este poeta sólo valía cinco pesetas. Y me remito de nuevo a la obra de José Luis Ferris que citaba el domingo anterior.

El alicantino, perseguido, había huido a Portugal, pero se quedó sin dinero y decidió vender su traje y su reloj, regalo de bodas de Vicente Aleixandre.

Su aspecto desaliñado (el de una persona que huye a otro país intentando no ser visto), levanta las sospechas en el comprador, que denuncia a Miguel, confundiéndolo con un ladrón (no creyó que con esas pintas pudiera tener un reloj tan caro).

Detenido en Portugal

Fue detenido por la Policía portuguesa que lo entregó a la Guardia Civil. A cambio, como era habitual en estas transacciones, recibieron cinco pesetas. Aunque aún no era demasiado tarde… Miguel Hernández podía ser sólo un ladrón…

Podía, pero no lo era. Y tuvo la mala suerte de que un guardia civil de Callosa de Segura (localidad cercana a Orihuela) le reconociera en el puesto de Rosal de la Frontera.

No le asesinaron porque, dicen, Franco no quería «otro García Lorca». No le mataron, no. Le dejaron morir. La bronquitis, el tifus y, por último, la tuberculosis, se llevaron por delante al poeta del pueblo, que acabó, incluso, casándose por la iglesia (era un ateo reconocido) para que a su hijo Manuel Miguel y a su esposa Josefina les quedara algo de pensión.

(Fotos: Eastcoastshine y educamadrid)

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«Aquí hay mucha puta y mucho hijo de puta» (I)

Para los que no estén muy al tanto, les pongo en antecedentes: es domingo, con lo que toca la sección Cultura becaria, el suplemento cultural del blog del becario que inauguramos la pasada semana con Nietzsche.

Hoy toca Miguel Hernández (lo que no significa que todas las semanas la sección vaya a tratar de un personaje), el poeta de campo nacido en Orihuela que fue a encontrar la muerte en una cárcel de Alicante, después de combatir en el bando republicano durante la Guerra Civil.

Precisamente eso, el ser de campo, era lo que García Lorca no podía aguantar del «paleto» poeta alicantino, otrora amigo. Lo cuenta a la perfección José Luis Ferris en Miguel Hernández: pasiones, cárcel y muerte de un poeta.

«¿Está Miguel? Pues échale»

Corría julio de 1936 y Vicente Aleixandre organizaba una despedida (que para muchos sería definitiva) antes de marcharse de vacaciones. A la fiesta estaban invitados «Pablo Neruda, Manuel Altolaguirre, Concha Méndez, Federico García Lorca, Miguel Hernández y Rodríguez Luna».

Según confesaba el propio Aleixandre, Lorca llamó a primeros de julio para decirle que iría, pero al enterarse de que estaba Miguel Hernández dijo que no iría y le pidió que lo echara. Aleixandre no hizo caso y Lorca no sólo no fue, sino que jamás se despediría de Vicente.

Guerra contra los intelectuales

La de Hernández contra Lorca no era la única afrenta que el poeta alicantino tenía contra los poetas de ciudad. Miguel, que pasó gran parte de los días en las trincheras, no entendía que Rafael Alberti, María Teresa León y algunos otros, prepararan una fiesta en medio de aquella guerra.

Miguel Hernández irrumpió en el edificio de la Alianza, donde se celebraba una fiesta con el nombre de II Congreso de Intelectuales para la Defensa de la Cultura organizada por la mujer de Alberti, María Teresa León.

Hernández estalló y se acercó a Alberti para decirle: «Aquí hay mucha puta y mucho hijo de puta». El poeta gaditano le animó a que lo dijera en voz alta al resto de asistentes, y Miguel lo que hizo fue escribirlo en una pizarra.

Entonces María Teresa León, que se había tomado las molestias de organizar el sarao, se acercó al poeta de Orihuela y le dio una bofetada que, según cuentan, acabó con Miguel Hernández en el suelo.

(Fotos: sld.cu, Fundación García Lorca y Miguelhernandezvirtual)

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