He estado de compras navideñas. Hasta aquí nada extraño teniendo en cuenta la época en la que nos encontramos.

Pues bien, me dirigía en busca y captura de un colgante portafotos en plata (como el de la imagen de la arriba), al estilo de los que llevaban décadas atrás nuestras abuelas, bisabuelas, tatarabuelas…

Lo buscaba para mi suegra. Me parecía un regalo entrañable, ya que podría llevar siempre con ella las fotos de sus dos nietas (una es mi hija). Además, para que negarlo, de paso la ‘peloteaba’ un poco, que como vivimos lejos sólo nos vemos de Pascuas a Ramos.

Dejando rollos ñoños aparte, os sigo contando. Estaba inmersa en mi ‘operación colgante’, pero no lograba resultados satisfactorios. Joyería, tienda de antigüedades o de accesorios que entraba, comercio en el que me decían que o se les habían acabado o que no tenían.

En este punto, entré en una joyería en la que me informaron que este año no se llevaban, y he aquí la razón por la que escribo este post. Me dijeron que ahora lo más es grabar la fotografía directamente en oro o en plata en el colgante (como el de la imagen de la abajo).

La idea me resultó un tanto extraña, pero cuando me enseñó un ejemplo me quedé sin palabras (y esto suele ser raro, muy raro en mí). Desde los colgantes con los corazones partidos, no había visto nada más friki en mi vida, os lo aseguro.

Ah, se me olvidaba. Al final encontré lo que buscaba en una pequeña tienda del barrio de Prosperidad en Madrid.