La historia de un embarazo o cómo la espera de un bebé pone a prueba una relación de pareja

Archivo de mayo, 2008

No me llames mamá

Este post es, de hecho, una carta a Q. No es que no hablemos, pero el valor del negro sobre blanco tiene un poder de convicción mayor que una charla. Además, todo lo que queda escrito puede releerse. Eso siempre es bueno y puede ser de gran ayuda para rebatir un “yo no te dije eso”. Pues aquí va.

Hola Q. Eres mi compañero desde hace mucho tiempo. Un buen día decidimos tener un hijo y aquí estamos, en pleno embarazo. La edad conlleva que cada vez conozca a más parejas con hijos y, la verdad, no todas son un modelo a seguir. Es por ello que me gustaría, ahora que la maternidad/paternidad es aún sólo una ilusión, comentarte algunos temas y situaciones que no quiero vivir.

No quiero que me llamés mamá. Soy una mujer y a tu ojos quiero continuar siéndolo. ¡Mírame cuanto quieras!

No quiero dejar de pasear agarrados de la mano. Sí, ya sé que no iremos solos por la calle. Pero ¿tanto cuesta acordarse de que nosotros ya estábamos antes y que, quizás, seguiremos estando después?

Quiero tener una escapada solitaria, al menos, una vez al año. ¿Seremos malos padres si dejamos a nuestro hijo un par de días para cuidar nuestra intimidad?

¡Ah! Y una cosa muy importante que sé que te baila por la cabeza. O quizás no. ¿Te preocupa pasar a un segundo plano? ¿Que nuestro hijo sea mi principal preocupación? Si es así dímelo. Al fin y al cabo, me he metido en este berenjenal para ganar más; no para perder lo que ya tengo.

Un besazo.

La misma película, distinto final

Las parejas con hijos tienen grandes tentaciones de contar su experiencia a otras parejas a punto de ser padres. Lo bueno del caso es que no es necesario hacer ninguna pregunta: te ven con el bombo, te besuquean, te rozan la panza y te empiezan a contar cómo cambiará tu vida.

Y tú te pones a escuchar pensando –maleducadamente- si durará mucho, porque tus piernas te recuerdan que no debes estar de plantón demasiado tiempo y tienes unos deseos irrefrenables de continuar andando para buscar un lugar donde sentarte. Pero aguantas.

Q. y yo andábamos la semana pasada de paseo y nos encontramos con un conocido que es padre de dos niños. Nos miró a la cara, bajó sus ojos, se posó en mi barriga y rápidamente nos dio un gran abrazo y nos dijo: “¡felicidades!”. Hasta aquí, todo normal.

Lo bueno del caso es que es la primera vez que un padre nos cuentan la misma película pero con distinto final. Nuestro interlocutor nos dice: “tener hijos es lo mejor que me ha pasado. Desde que nació el primero, hace diez años, estoy viviendo la etapa más hermosa de mi vida. Todo el mundo te cuenta que no vas a dormir, que el primer año es muy duro… Pero nada, nada. ¡Compensa tanto!”

Q. y yo le despedimos contagiados de una cierta ilusión y con una batería de preguntas:

¿Creéis que su mujer opinará lo mismo?

¿Por qué la mayoría de visiones pesimistas me las cuentan las madres?

¿Quizás porque son ellas las que se despiertan y se levantan más veces por la noche?

¿Quizás porque les gusta ser las sufridoras?

¿El mito del padre despreocupado en el año 2008 no empieza a ser un tópico?