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El curioso origen de llamar ‘rúbrica’ a una firma

Es habitual utilizar el término ‘rubrica’ como sinónimo de ‘firma’, haciendo alusión al acto de dejar constancia por escrito del nombre y apellidos, normalmente hecho de forma manuscrita e incluso con un simple garabato.

El curioso origen de llamar ‘rúbrica’ a una firma

Pero en su origen el hacer mención a la rúbrica de un documento nada tenía que ver con la firma, sino que éste se refería a un epígrafe o encabezamiento que se colocaba en un documento, normalmente oficial (por ejemplo leyes) a modo de resaltar ese título y que era realizado con tinta roja.

Es precisamente ese color lo que dio origen al término, debido a que, etimológicamente, rúbrica proviene del latín ‘rubrīca’ cuyo significado literal era ‘tinta roja’ derivando este vocablo de ‘ruber’ (rojo).

Fue en la Edad Media, cuando algunos escribientes y artistas, a la hora de realizar manuscritos hacían algún tipo de marca personal en el encabezado (rubrica) lo cual les caracterizaba, con el fin de que se supiera a quién pertenecía dicho trabajo.

Ese rasgo tan personal acabó siendo conocido por el mismo término con el que se denominaba el epígrafe en sí y con el tiempo a llamar de ese modo a la marca o firma que se dejaba en cualquier superficie (obras escritas, cuadros, esculturas…) hasta acabar denominando de ese modo también a la firma dejada en un documento o carta.

El término rúbrica fue recogido por primera vez en el Diccionario de Autoridades de 1737 con las siguientes acepciones:

‘Entre los Canonistas y Legistas se llama el epígrafe o inscripción de los títulos del Derecho, comúnmente estampados en los libros, con letras encarnada’, ‘La señal encarnada o roja’, ‘Vale también la señal propia y distintiva, que después de haber firmado y escrito su nombre, pone cualquiera al fin de él, rasgueando con la pluma’, ‘Por alusión y semejanza se llama la sangre, que se derrama para testificar alguna verdad’.

 

 

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¿De dónde surge denominar como ‘apellido’ al nombre familiar?

Lo que actualmente nosotros conocemos y denominamos como ‘apellido’, en la Antigua Roma lo llamaban ‘cognomen’, que venía a significar ‘sobrenombre’ y que era el modo con el que se distinguía a las diferentes familias en aquella época y podía conocerse a cuál pertenecía cada individuo. Del latín ‘cognomen’ han derivado la mayoría de términos, en los diferentes idiomas y variantes, para hacer referencia a la denominación familiar (por ejemplo en catalán ‘cognom’ o el italiano ‘cognome’)

¿De dónde surge denominar como ‘apellido’ al nombre familiar?

Tal y como expliqué tiempo atrás en otro post, la utilización del apellido se generalizó a partir de que la burguesía, artesanos y personas que habían prosperado, tuvieron acceso a bienes inmuebles y, por tanto, tenían que generar alguna documentación que acreditase su propiedad, por lo que empezó a colocarse en documentos acreditativos los motes o sobrenombres familiares de cada individuo con el que se les identificaba mucho mejor.

En castellano, inicialmente, se denominó a ese segundo nombre (o apelativo familiar) como ‘cognombre’ (derivado del latín ‘cognomen’), pero hacia finales de la Edad Media se sustituyó por el término ‘apellido’, el cual se había puesto de moda durante las épocas de guerra.

Y es que el vocablo ‘apellido’ proviene del latín ‘appellitare’ (que significaba literalmente ‘nombrar con frecuencia’) y este provenía a su vez de ‘appellare’ (nombrar, llamar a alguien… y de ahí surgió también ‘apelar’).

El acto de ‘apelar’ (llamar) a alguien para que se incorporara en el ejército (tras entrar el territorio o reino en una guerra) es lo que popularizó el término ‘apellido’, debido a que cuando era llamado se le localizaba, en la mayoría de ocasiones, por el apelativo o sobrenombre familiar, de ahí que éste acabase siendo conocido de ese modo.

 

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¿Cuándo y por qué surgió la idea de llevar apellidos?

Hasta bien entrada la Edad Media raro fue el caso de alguien que, sin pertenecer a la realeza o nobleza, tuviese en propiedad alguna vivienda o tierras. Fue a partir del momento en el que la burguesía tuvo acceso a bienes inmuebles, y por tanto a tener que generar documentación que acreditase su propiedad, cuando apareció la conveniencia de poder identificar a quién pertenecía cada cosa. De esta forma el nombre de pila se convirtió en insuficiente, así que comenzó a añadirse en la documentación, y junto al nombre, alguna peculiaridad que identificase al propietario fácilmente.

¿Cuándo y por qué surgió la idea de llevar apellidos?

Habitualmente se colocaba la profesión de esa persona: Juan Carpintero, José Herrero, Manuel Alfarero. Otra fórmula era poner alguna característica física: Juan Tuerto, José Moreno, Manuel Cojo. El lugar de procedencia, en caso de no ser autóctono, también era una buena fórmula para distinguirlos: Juan Madrid, José Toledo, Manuel Sevilla. Si ninguna de estas formas era posible aplicarlas (porque estaban repetidas) entonces se le añadía el nombre de pila del progenitor (patronímico): Juan de Lope, José de Martín, Manuel de Rodrigo. Para ahorra la preposición ‘de’ se le añadió el sufijo -ez que venía a significar lo mismo, de ahí que pasasen a ser: Juan López, José Martínez, Manuel Rodríguez.

Esto último también se aplicó en otros idiomas, motivo por el que es tan común encontrar extranjeros con una parte de su apellido igual: los ingleses utilizaban la terminación ‘son’ (Johnson) o el prefijo ‘fitz’ (Fitzgerald), en Italia muchos apellidos terminan en ‘ini’ (Paolini), en Dinamarca en ‘sen’ (Nielsen), algunos anglosajones (de ascendencia celta) podemos encontrar que se apellidan como ‘Mac’ o ‘Mc’ (McEnroe, Macbeth), los irlandeses usan el característico O’ (O’Brien) y en Francia el prefijo ‘De’ (Dejean), por poner unos pocos ejemplos.

Hasta que se extendió el uso del apellido sólo la nobleza lo había utilizado y éste no era otro que el nombre de la casa a la que pertenecían: Tudor, Alba, Lancaster, Borbón, Austria…

 

 

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