Suele utilizarse el término ‘mamotreto’ para referirse a algo (armatoste) que resulta un estorbo debido a su gran tamaño y peso, además de la poca utilidad que se le puede dar (habitualmente a cierto tipos de libros muy voluminosos pero insustanciales en su contenido). Algunos ejemplos de expresiones en los que se puede usar este vocablo son: ‘A ver cuándo me quitas este mamotreto de enmedio que no nos podemos ni mover’, ‘El último libro que me he comprado además de aburrido es un mamotreto que no me cabe en ningún estante del mueble’.
En su origen este término nada tenía que ver con objetos o libros sino con personas: aquellos niños que crecían grandes y rollizos. Y es que se tenía la convicción de que este tipo de niños salían así porque habían sido criados por sus abuelas o, mejor dicho, malcriados, pues se creía que aquellas que se ocupaban a la crianza de sus nietos les daban excesivamente de comer (de ahí que estuvieran regordetes) y les permitían todo tipo de caprichos (por lo que solían salir bastante vagos e inservibles para cierto tipo de labores cuando se hacían adultos).
Durante la Edad Media hubo una gran producción literaria en la que se escribieron libros que tenían una larga extensión y eran de gran volumen, motivo por el que se les acabó llamando mamotreto.
Este término se acuñó en la Antigua Grecia a raíz del vocablo ‘mammóthreptos’ (μαμμόθρεπτος) cuyo significado literal era ‘criado/alimentado por su abuela’ (mámme: abuela – thretos: criar). De ahí pasó al latín tardío ‘mammothreptus’ y posteriormente se extendió a otros idiomas con influencia latina.
En castellano la palabra mamotreto se registró por primera vez en el Diccionario de Autoridades de 1734 y donde se le dio como única acepción a este término: ‘El libro o quaderno que sirve para apuntar y annotar las cosas, que se necessitan tener presentes para ordenarlas después’.
Una matraca es un instrumento de madera en el que cuelgan unos mazos que, al hacerlos girar, produce un sonido molesto de mucha intensidad y muy repetitivo que desde la Edad Media se encuentra en muchos conventos siendo utilizado desde entonces a primerísima hora de la mañana, en el momento más temprano del amanecer, para convocar a la oración matutina (conocida como maitines).
Era tal el ruido y resultaba tan desapacible que la matraca se convirtió en sinónimo de algo molesto e incordio, acuñándose la expresión ‘dar la matraca’ para referirse a aquellas personas pesadas e insistentes en alguna cosa y que termina cansándonos e incluso sacándonos de nuestras casillas.
Durante la Semana Santa y ante la costumbre de no realizarse toques de campana, debido a que por tradición éstas enmudecen durante los días centrales de ese periodo litúrgico (del Jueves Santo al Domingo de Resurrección) se convocaba a los feligreses a acudir a los santos oficios a través de las matracas, algo que se convertía en ensordecedor, molesto y repetitivo.
También cabe destacar que son utilizadas en un gran número de procesiones de Semana Santa las carracas, que vienen a ser unos pequeños instrumentos de madera que al hacerlos girar producen un sonido ensordecedor similar a la matraca.
En el siguiente vídeo podréis comprobar cómo es el sonido de una matraca
Y en este enlace encontraréis otro vídeo en el que podréis visionar la sección que realizo en el programa ‘Ben trobats’, junto a Clara Tena, en la Xarxa de Televisión Locals de Catalunya, donde (a partir del minuto 1;30) explico un puñado de curiosidades relacionadas con la Semana Santa (en catalán) http://www.alacarta.cat/ben-trobats/capitol/setmana-santa-curiosa
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Cuando alguien es muy pesado, insistente con un tema o repetitivo en algo, se suele decir que esa persona está dando la ‘tabarra’.
El origen del término tabarra (y con él el de la expresión), como sinónimo de ser un paliza y/o estar continuamente dando la lata, lo encontramos en el tábano, un insecto díptero (moscardón) de 2 a 3 cm, habitual en época estival y que suele ser muy molesto, sobre todo cuando es un gran número de éstos los que están revoloteando y molestando con su continuo zumbido y picaduras.
Tanto Joan Corominas como Pancracio Celdrán coinciden en señalar que el lugar en el que el número de estos insectos es abundante recibía el nombre de ‘tabanera’, pero también ‘tabarrera’ (de tabarro, que es el cruce del tábano con un gabarro o abejorro).
De ahí que la acción de dar el tostón a alguien se conozca como ‘dar la tabarra’.
Para finalizar, cabe destacar que algunos (pocos) son los que indican que ‘dar la tabarra’ no tiene su origen en los tábanos sino en las tamborradas, que son las concentraciones de tamborileros que se celebran en muchas poblaciones españolas, sobre todo en periodo de fiestas.
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