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El motivo nada romántico que dio origen al nombre del ‘Puente de los suspiros’ de Venecia

Venecia está considerada como una de las ciudades más románticas del planeta. Miles de parejas eligen esta población como destino de su viaje de Luna de Miel o como escapada romántica.

El estar conformada por infinidad de canales y navegar por ellos en góndola le proporciona un extra de romanticismo a la estancia (aparte de que la mayoría de hospedajes y restaurantes están diseñados para proporcionar una maravillosa estancia a las parejas que visitan la ciudad).

El motivo nada romántico que dio origen al nombre del ‘Puente de los suspiros’ de Venecia

Uno de los lugares más famosos es el llamado ‘Puente de los suspiros’ (Ponte dei Sospiri), un lugar que, llevados por la emoción del viaje, se ha convertido en uno de los preferidos para pasar bajo él en góndola, fotografiarse e incluso llevarse a cabo alguna petición de matrimonio.

Muchos son quienes están convencidos de que el nombre de dicho puente se debe a los suspiros de los novios y novias en el momento de declararse su amor eterno bajo el arco.

Pero en realidad el motivo real de llamarlo de ese modo es muy anterior en el tiempo a cuando se convirtió Venecia en un destino turístico y, además, está muy lejos de cualquier razón romántica.

Este puente fue construido en el siglo XVII, durante el periodo en el que la ciudad fue capital del próspero Estado conocido como Serenísima República de Venecia, y unía dos edificios gubernamentales: por un lado el Palacio Ducal, donde se encontraban los calabozos y en el otro las salas de interrogatorios del juzgado.

Parece ser que el pasillo interior del puente, de 11 metros de longitud, que unía la sala de interrogatorios con la prisión (conocida como Piombi) era por donde transitaban los presos tras ser interrogados y juzgados y se paraban frente a una de sus ventanas desde donde veían por última vez el canal. En ese momento solían soltar un melancólico suspiro al contemplar tal bello paisaje y ser conscientes de que no volverían a verlo en muchísimo tiempo (posiblemente nunca más).

El poeta inglés Lord Byron, que residió en su juventud en Venecia, menciona este hecho en su obra ‘Las peregrinaciones de Childe Harold’, un largo poema narrativo que escribió y publicó entre 1812 y 1818.

 

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Fuente de la imagen: franganillo (Flickr)

La curiosa y enorme atracción de Lord Byron por el vello púbico

George Gordon Byron, célebremente conocido como Lord Byron, fue uno de los poetas ingleses más famosos del siglo XIX y su vida no estuvo exenta de escándalos y, sobre todo, excentricidades.

La curiosa y enorme atracción de Lord Byron por el vello púbico

Sobre él se cuentan numerosas anécdotas, siendo una de ellas la que indica que durante su estancia como cicisbeo en Venecia mantuvo relaciones sexuales con alrededor de doscientas mujeres (muchas de ellas cortesanas) y a las que, tras hacer el amor, les cortaba un mechón del vello púbico el cual guardaba en sobres individuales; apareciendo, en cada uno de ellos, anotado el nombre de la dama a quien pertenecía.

Parece ser que tras  el fallecimiento de Byron en 1824 (a los 36 años de edad), esta curiosa colección fue a parar a la oficina de su editor John Murray y allí se quedó guardada durante un siglo y medio, hasta 1980, año en el que los sobres conteniendo el vello púbico desaparecieron y nunca más se supo.

Muchos son los expertos que afirman que se trata de una leyenda urbana y que, realmente, dicha colección jamás existió, pero, a lo largo de todo ese tiempo, cuantiosas fueron las referencias a la excéntrica colección de Lord Byron.

Cabe señalar que esta curiosa afición y atracción por el vello púbico se conoce como ‘pubefilia’ y numerosos son los fetichistas que se dedican a coleccionarlo, existiendo un lucrativo negocio de compra y venta del mismo.

Como nota curiosa cabe señalar la colección de vello púbico que aparece en la genial película de Luis García Berlanga ‘La escopeta nacional’ propiedad del tronchante Marqués de Leguineche (personaje interpretado magistralmente por el actor y aristócrata Luis Escobar).

 

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Fuente de la imagen: Wikimedia commons

Cuando a Lord Byron se le ocurrió llevar un oso como mascota a la universidad

Cuando a Lord Byron se le ocurrió llevar un oso como mascota a la universidadA lo largo de su corta vida (falleció a los 36 años de edad) el poeta George Gordon Byron, mundialmente conocido como ‘Lord Byron’, se comportó de una manera inconformista, excéntrica, polémica, licenciosa y, sobre todo, muy poco convencional.

Su complejo carácter iba acompañado de una singular genialidad que lo dotaba de una destacable personalidad allá donde se encontraba. Era tal su ingenio que consiguió convertir una evidente cojera, que padecía desde su nacimiento, en una característica forma de caminar que le proporcionaba cierto aire distinguido.

Amó las juergas, las mujeres, la buena vida y la controversia, pero si hay algo por lo que sintió amor por encima de todo fue por los animales. Durante toda su vida se rodeó de todo tipo de animales que iba adoptando como mascotas, entre ellos gatos, monos, loros, zorros, un águila, halcón, cuervo, tejón, perros y un oso.

A pesar de que a la mascota que más quiso fue un perro al que llamó ‘Boatswain’ y al que lloró lo impensable cuando el animal falleció (pidió ser enterrado junto a su fiel amigo), una de las anécdotas más sorprendentes de Lord Byron tuvo lugar durante sus años de juventud, concretamente cuando en 1805 ingresó como estudiante en el prestigioso Trinity College de Cambridge.

Allí se encontró con que las estrictas normas de la institución indicaban que no se le permitía llevar como mascota a su querido perro, algo que le enfureció pero que al mismo tiempo despertó su ingenio: se le ocurrió adquirir un oso amaestrado a un circo ambulante y presentarse con el plantígrado a la facultad.

Los responsables del centro educativo se opusieron a que Byron fuese acompañado por tal animal, pero el joven les ganó la partida al demostrar que en ninguno de los puntos del estatuto del college indicaba que estuviese prohibido llevar como animal de compañía a un oso, por lo que no les quedó más remedio que aceptar que se pasease por los jardines llevándolo atado con una cadena al cuello.

 

 

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Fuentes de consulta: cambridgehistorian / historyextra / Trinity College Cambridge
Fuente de la imagen: Alaska S. Kellum (con expresa autorización de la ilustradora)

¿Cuál es el origen de la expresión «Sangre, sudor y lágrimas»?

Aunque fue el Primer Ministro Winston Churchill el que se llevó la fama de haber pronunciado estas famosas palabras, no fue éste el primero en haberlas dicho, encontrándonos en la historia con otros personajes ilustres que las dijeron mucho antes que el gran estadista británico.

Una de las primeras constancias (documentada) que existe de la expresión aparece en 1823 en la obra ‘La Edad de Bronce’ dentro de un poema escrito por Lord Byron.

26 años después (2 de julio de 1849) fueron pronunciadas por Giuseppe Garibaldi a los soldados que lo acompañaban durante la defensa de la República Italiana frente a los franceses enviados por Napoleón III.

Nuevamente nos encontramos la frase en una obra literaria, esta vez en ‘Las bostonianas’ de Henry James y escrita entre 1885-86.

El siguiente en pronunciar el ‘sangre, sudor y lágrimas’ que traigo hoy fue Theodore Roosevelt en 1897, por aquel entonces Secretario de la Marina estadounidense y que las dijo durante un discurso ante los alumnos de la academia naval.

El 13 de mayo de 1940 es la fecha en la que sí que fueron pronunciadas por Winston Churchill cuando se dirigió a la Cámara de los Comunes y con las que pretendía exaltar el valor de los soldados del ejército británico durante la Segunda Guerra Mundial.

Aunque lo que el Primer Ministro dijo en realidad fue: “Nada puedo ofrecer aparte de sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor” (I have nothing to otferbut blood, toil, tears and sweat”), quedando la palabra ‘esfuerzo’ olvidada por el camino.

Posteriormente, el propio Churchill utilizaría tal recurrente expresión para decirla en otros discursos.

 

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Fuente de la imagen: Wikimedia commons

¿En qué consistía ser un ‘cicisbeo’?

El cicisbeo (cicisbei en plural) era el término en italiano con el que antiguamente se conocía a jóvenes y apuestos caballeros que acompañaban a damas de la alta sociedad a fiestas, actos sociales, estrenos teatrales, óperas…  Los maridos eran conocedores de ello y el ciscibeo contaba con el consentimiento.

Sus funciones eran las de hacer compañía, escuchar las confidencias y, sobre todo, atender a su señora en aquello que ésta requería. Muchos de estos cicisbei fueron al mismo tiempo sus amantes; bajo la autorización y supervisión del cónyuge, como he comentado anteriormente.

El cicisbeo debía guardarse de hacer demostraciones públicas de afecto y en los actos y/o espectáculos públicos estaba situado por detrás de su señora. Cuando hablaba con ésta era susurrándole al oído.

Varias son las referencias que encontramos en la literatura o música de aquella época a los cicisbei, entre ellas el poema Il Giorno (1763) de Giuseppe Parini, las óperas L’Italiana in Algeri (1813) y Il Turco in Italia (1788), de Rossini, La Tosca (1887), obra de Victorien Sardou, basada en la ópera de Puccini o la comedia de Carlo Goldoni, La famiglia dell’antiquario (1749). La imagen que ilustra este post se trata del grabado de Luigi Ponelato, Il cicisbeo (1790).

Lord Byron, durante su estancia en Italia,  fue acompañante y amante de la Condesa Teresa Gamba Guiccioli. Tras el fallecimiento de Byron el segundo esposo de la condesa, el Marqués de Boissy, fue conocido por alardear sobre el hecho de que su esposa hubiese tenido como cicisbeo a tan ilustre poeta.

En España también llegó esta figura a la que se le llamó chichisbeo e incluso tiene su propia definición en el Diccionario de la RAE:

Chichisbeo

Galanteo, obsequio y servicio cortesano asiduo de un hombre a una dama

 

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