El término ‘gayo’ fue, durante varios siglos, la forma con la que se denominó a una persona alegre, gozosa y vistosa, y así era recogido en el Tesoro de la lengua castellana o española de Sebastián de Covarrubias, publicado en 1611.
Posteriormente surgió la forma femenina ‘gaya’ con la que se hacía referencia a una ‘mujer pública’ (prostituta), tal y como se recogía el Diccionario de Autoridades de 1780.
Estos vocablos nada tienen que ver en su origen con el ave galliforme macho (gallo).
Etimológicamente proviene del occitano ‘gai’ de exacto significado y fue este vocablo el que, tras pasar por el francés y viajar hasta el Reino Unido, se convirtió en la palabra anglosajona ‘gay’ utilizada desde hace varias décadas para referirse a una persona homosexual.
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