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David B. Gil: «En una novela histórica lo difícil no es conocer las grandes batallas, sino saber qué servían en una posada»

El escritor David B. Gil (Foto cedida por el autor)

Finalista del premio Fernando Lara de novela, única obra autopublicada ganadora de un premio Hislibris de novela histórica, novela histórica más vendida y mejor valorada en Amazon España… Antes de asaltar el éxito editorial con el tecno thriller Hijos del dios binario (Suma de Letras, 2016), David B. Gil (Cádiz, 1979) ya había acariciado, trabajadamente, las mieles de olimpo literario con su primera novela, El guerrero a la sombra del cerezo, que ahora, -por fin- aparece publicada en papel y en un gran sello (Suma). «Espero no ser uno de esos autores que arrancan con una novela buenísima y luego se desinflan», confiesa. El temor está ahí, pero también la sinceridad: «Sé no que volveré a escribir una novela con la que tenga una relación tan intensa y prolongada que con El guerrero…».

Y es que no debería ser difícil que esta novela de samuráis, venganzas y médicos en el Japón del siglo XVI se convierta en una de las grandes sorpresas del año. Hay, eso sí que romper algunas resistencias. «Muchos editores y agentes me decían que les gustaba la novela pero que era una temática inusual para el mercado español, y más para un autor desconocido», rememora los difíciles comienzos. Ninguno de los éxitos de esta novela -premios, ventas en autopublicación- la llevó al papel que tanto deseaba el autor. El empujón se lo dio su anteriormente mencionada segunda novela en la que admite que decidió «jugar según las reglas del juego de la industria editorial: estaba de moda el thriller, pues les di un thriller pero con mi toque«. Lee el resto de la entrada »

Una verdad incómoda: los campos de concentración aliados en la Segunda Guerra Mundial

Campo de Recolización de Manzanar

Campo de Recolocación de Manzanar, California, en una fotografía del 3 de julio de 1942. (Foto de Dorothea Lange / U.S. Federal Goverment)

Hay temas que son desconocidos no por ser ocultados por el poder o por faltar información, sino por la incomodidad que despiertan. Pienso que los campos de concentración (o internamiento, o reubicación, si lo preferís) de los aliados durante la Segunda Guerra Mundial son una buena prueba de ello. No hay falta de documentación sobre el asunto, pero hemos tenido que esperar hasta 2015 —70 años después de la conclusión de la guerra— para que coincidan en nuestras librerías dos novelas que traten, aunque de refilón, el tema: Perfidia y El amante japonés.

A los vencedores de la guerra del Holocausto, de la guerra contra el nazismo, no resulta agradable achacarles campos si quiera parecidos a los de sus enemigos. Como tampoco es cómodo preguntarse por los crímenes de guerra cometidos por los aliados o la necesidad de los bombardeos en Dresde o los ataques atómicos contra  Hiroshima y Nagashaki. Es incómodo, desagradable. Tanto, como estúpido es pensar que los campos de concentración de los aliados, con sus derechos atropellados y, también, con algunas muertes violentas, son comparables de algún modo con los de los nazis.  Del mismo modo, resulta tonto justificar su existencia arguyendo que su construcción estuvo justificada por algún tipo de necesidad de seguridad interna. Parece que las pruebas y el tiempo apuntan a que respondían más al racismo y a la paranoia de la guerra que a otra cosa.

Por eso me gusta que, aunque tarden, los tabúes y las incomodidades vayan cayendo. Para eso está la Literatura, ¿no?  Aunque tarden 70 años.

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