Por Oliver Pötzsch, novelista alemán cuya última novela El hijo del sepulturero (Planeta) acaba de llegar a las librerías españolas. Pötzsch, descendiente por línea materna de un largo linaje de verdugos en su país (en esa historia basó su primera novela La hija del verdugo), presenta en esta obra un viaje a la Viena de finales del siglo XIX y a los albores de la ciencia criminalística. En el siguiente texto, traducido, al igual que la novela, por Héctor Piquer Minguijón, el autor dar las claves de la ambientación y la historia que esconde esta novela.
Los cementerios son lugares mágicos, patria de los muertos hacia la que los vivos siempre nos sentimos atraídos. No es casualidad que el sustantivo que los designa en lengua germana, Friedhof, contenga la palabra del alto alemán medio vride, de la que no solo deriva la moderna Frieden («paz»), sino que sobre todo significa «lugar cerrado y protegido». Entrar en un cementerio es entrar en otro mundo.
Los cementerios siempre me han fascinado. Cuando era un niño daba paseos entre lápidas cubiertas de musgo, leía en ellas nombres antiguos y fechas de nacimiento y defunción, y me imaginaba cómo vivieron esas personas en su época, cómo vestían, qué destinos sufrieron… No fue un mal entrenamiento para un futuro escritor de novelas históricas. Sin embargo, creo que hay otra razón por la que me encantaba ir a los cementerios, costumbre que todavía practico.
Me enfrentan con la muerte. Lee el resto de la entrada »