‘Las damas de la telaraña’: dos amigas contra el brutal torbellino de la Historia

Que la valentía debe ser un valor literario tiene poca discusión. Y la valentía y el coraje tiene, cuando hablamos de libros y literatura, muchas opciones. Mientras leía la monumental Las damas de la telaraña (Edhasa, 2022), de Nieves Muñoz, reconocía ese coraje necesario para narrar lo que uno desea  y como le sale. Porque una novela de casi 800 páginas, oscura y llena de tragedia, con unas épocas poco dadas al best-seller como el París de principios de siglo, el África colonial alemana o la Primera Guerra Mundial indicaba que Muñoz no es un autora que se anime por caminos fáciles ni en su segunda novela. Entre otras cosas, para mí ha sido una de las novelas históricas del año como os contaba hace poco.

La historia de dos amigas que bailan ballet juntas y que la espiral de la vida las fagocita y escupe en direcciones y con sentidos distintos entreteje una ambiciosa historia donde la crudeza, la tragedia y el dolor se harán más patentes que la esperanza. Con las historias de Claudine y Niní, y con ellas las de Alain y  Adrien, la autora dibuja un cuidado retrato de una época, pero sobre todo, una tragedia humana sobre la amistad, la lealtad, el amor y el destino. Una historia de anónimos personajes frente al torbellino inmisericorde de la Historia.

Las damas de la telaraña se eleva como una novela de largo recorrido, como un novelón de Tolstoi que mira al horizonte a lo ancho y a lo largo, a lo exterior y a lo interior, en el tiempo y el espacio. Y esa amplitud permite a la autora lucirse con una variedad de registros en los que suele salir bien parada, cuando no brilla: ya sea hablando de emociones que parten el alma o la encienden, de abusos y bailarinas sacados de cuadros de Degas, de intrigas coloniales en el África profunda, relatando hechos de calle dignos del realismo o la novela negra en París, creando tramas de espionaje en Bruselas o narrando batallas en las trincheras de la Primera Guerra Mundial (brutales estas partes, a las que la autora dota de una fisicidad, de un dolor y una crudeza terribles), Muñoz demuestra variedad de registros y habilidad en su uso.

También le permite tocar una multitud de temas: desde el feminismo, la salud mental, el mundo de los sanitarios, los abusos sexuales, el colonialismo, el aborto, la prostitución, la guerra, el espionaje… Tantas cosas bullen en la olla de Las damas de la telaraña que quizá, sea ese uno de sus puntos flacos, que la ambición de introducir tanto, de contar tanto, haga que haya partes que no brillen tanto como deberían, que el viaje dantesco de sus protagonistas, terrible siempre, a veces deje agotado y sin casi capacidad de sorpresa al lector.

Se ha producido evolución entre su interesante debut con Las batallas silenciadas (2016) y esta novela. Aquella, más comedida, quizá más redonda (aunque a mi no me cautivó como esta) y medida, esta es más dolorosa, más desmedida y ambiciosa. Más valiente y brutal. Quizá tenga menos lastres, sorteados por la publicación de su ópera prima, que le sientan bien a una novela excesiva y oscura, pero que respira y brilla precisamente por ello.

Sea como fuere, esta es una novela poderosa que resuena dentro del lector. Que no trata la historia y el pasado como un campo de juego frívolo y lejano, sino como un trozo oscuro y destructor de vida. Que mancha, que empaña, que acecha al lector.

Por su crudeza, no creo que sea una historia ideal para todo tipo de lectores, pero no tengo dudas de que estamos ante el alzamiento de una gran autora, como por otra parte, su editora Penélope Acero lleva tiempo avisando.

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