Álvaro Lozano: «Irene de Atenas no quedó en la memoria porque su pecado fue imperdonable, y lo fue por ser mujer»

FOTO: JESÚS DELGADO

Álvaro Lozano, nacido en Sevilla en 1985, licenciado en Medicina, especializado en cardiología, y desde 2010 residente en Madrid. Asegura que le gustan los temas «raros, de los que la gente no suele saber» -aunque parece que este año hay más raros como él– y por eso cree que le interesa el mundo bizantino. Ha debutado en la el mundo de la literatura este 2021 con Irene de Atenas (Edhasa), una novela de corte intimista, narrada en primera persona que se mira (de lejos, según su propio autor) en Memorias de Adriano. Él se declara «enamorado» (entre comillas literarias, claro) de aquella emperatriz del siglo VII, que firmó como emperador, que tuvo una brillante trayectoria política y una llena de oscuridad vida personal.

Conozco a Lozano en el Certamen Internacional de Novela Histórica de Úbeda donde acudió a presentar la novela. Converso con él en el encuentro con medios, que el evento le preparó y después nos vemos para seguir hablando de la novela.

Me explica que él se encontró con Irene de Atenas mucho antes de que «escribir una novela estuviera en su cabeza», aunque cuando se decidió a hacerlo ya sabía que tenía que ser sobre ella. «No tenía dudas», me explica, «no entendía por qué nadie había hecho una novela sobre ella antes; tenía una novelón«.

Lozano explica que las fuentes se lo pusieron fácil a la hora de documentarse. «Había pocos y la más evidente era la Crónica de Teófanes, que es «muy esquemática y, en general, se moja poco, y cuando lo hace le notas por dónde va». Me dice que al acercarse a esta fuente hay que tener en cuenta que estaba en el mismo bando de que Irene en la querella iconoclasta, pero que hasta cierto punto «es poco subjetiva».

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Así que le quedaba mucho espacio al Álvaro Lozano novelista. «Tenía que aportar voz a Irene, no solo contar lo que hizo, lo que pasaba y el contexto, sino dotarla de carne y hueso, hacer de ella una persona real. Tenía que comprender muy bien la época y construir el personaje desde ahí. Rellenar los muchos huecos y evitar construir una mujer de hoy trasladada al siglo VIII», explica.

El autor, fascinado por su criatura, no cree que aquella monarca, enfrentada con su hijo, fuera «maquiavélica o ambiciosa desde el principio, creo que las circunstancias le pusieron en varias tesituras difíciles y ella decidió siempre ir hacia delante».

Habla con seguridad y aplomo, este médico-escritor más propia de un novelista veterano que de un recién llegado. Tiene las cosas claras, lo que transmite y lo que quiere explorar. Asegura que el gancho que hay que seguir con el lector al que Bizancio le puede quedar lejos «es introducirle con elementos reconocibles y vincularlo con la continuidad de Roma con aquel imperio».

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¿Por qué cree que no ha quedado memoria de este personaje como su paisana Teodora u otras grandes reinas como Catalina la Grande? Lozano lo tiene claro: «Su crimen, la sospecha de que había matado a su hijo o estaba relacionada con su muerte, era imperdonable y lo era por ser mujer. Constantino mató a su hijo y no pasa nada; Justiniano masacra a 30.000 ciudadanos en el hipódromo de Constantinopla y no pasa nada porque son emperadores. Pero ella es mujer y madre». Pero insiste que, «a pesar de todo creo que fue una reina extraordinaria, por su gestión, que lamentablemente quedó relegada a un capítulo más de un libro sobre grandes malas de la historia. No sé si fue mala o buena, no puedo juzgarla desde mi posición, pero desde luego fue buena reina», reflexiona.

¿No da vértigo ponerse bajo la corona de aquella reina del siglo VIII? «Sí, un poco», y confiesa Lozano que elegir esta forma de narrar fue «su última prueba», porque era la que veía más difícil. «Pero vi que era como realmente funcionaba», explica, «daba vértigo, pero tenía que ser así».

 

Le recuerdo lo que ha dicho de Irene de Atenas se mira en Memorias de Adriano, de Yourcenar, y se explica. «La tenía como referente sobre cómo contar esta novela», me explica, «pero como me pasó con La Alexiada, no quise volver a leerla para no comentarme. Pero también tenía clara dos cosas: que no podía imitar la prosa maravillosa de Yourcenar y que Irene de Atenas no era Adriano«.

Irene no fue Adriano, ni Lozano Yourcenar, pero parece claro que Irene de Atenas es un muy interesante debut en el género histórico de este 2021.

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