Vic Echegoyen: «El terremoto de 1755 en Lisboa tiene el rango de mito, como el incendio de Roma o la destrucción de Babilonia»

La novelista Vic Echegoyen.

A falta de tres días para celebrar el aniversario del terrible terremoto de Lisboa de 1755, la novelista Vic Echegoyen viene a XX Siglos para recordar aquellos hechos que ha novelado en su última obra Resurrecta (Edhasa, 2021). Una novela muy coral, que trata de captar de modo vívido y transversal las seis horas mollares de aquella catástrofe -«la madre de todas las catástrofes», dice la escritora-.

Echegoyen no solo ha juntar a un gran plantel de personajes, sino además de tonos y elementos. Apocalíptico, catastrófico, crónica periodística… Los recursos parecen proceder de una gran multitud de fuentes.  «Quería que el lector lo reviviera con realismo y tuviera una visión microscópica y panorámica», asegura Echegoyen, que añade que coincide con su idea liberadora del género histórico. 

«Al lector no le interesa si el autor es historiador, o un camionero que escribe: solo somos fabuladores, encantadores de serpientes, magos de feria», afirma esta autora que con tres novelas publicadas ha logrado hacerse su hueco en el género histórico nacional.

¿Qué busca cuando escribe de una gran catástrofe de la historia en estos tiempos de pandemia y volcanes?

No lo busqué; me encontró (creo que hay que estar algo chiflado para proponerse escribir sobre una catástrofe). Además, las catástrofes naturales son cíclicas: cuando olvidamos una, surge la siguiente para recordarnos cuán insignificantes somos.

En este caso, el germen de Resurrecta surgió en mayo de 2019 durante un viaje a Lisboa, nueve meses antes de que comenzara la pandemia; el impulso de escribirla me arrolló la víspera de Todos los Santos ese año, cinco meses después, y la escribí desde fines de ese año hasta principios de abril del siguiente. Llevábamos solo un mes de confinamiento cuando escribí “Fin”.

¿De dónde viene su interés por el terremoto de Lisboa de 1755?

No puedes pasear por Lisboa sin que las cicatrices de 1755 te sacudan como una réplica: la belleza del Carmelo en ruinas, los escombros del castillo, las grietas que surcan los palacios… Esa catástrofe se repite cada 200 años: es un leitmotiv de la historia de la ciudad. Además, el idioma portugués abunda en dichos cuyo origen es el terremoto. Ese día fue tan traumático que dejó huellas imborrables en Lisboa, en la memoria y el habla popular. 1755 tiene el rango de mito, como el incendio de Roma o la destrucción de Babilonia: ningún hecho merece más que éste que le dedique una novela.

[FIRMA INVITADA | ‘Resurrecta’: cómo novelar el terremoto de Lisboa de 1755, crónica de una catástrofe anunciada y futura]

Es una narración histórica, rigurosa y basada al máximo en la realidad, pero mezcla elementos de otros géneros, el tono es casi apocalíptico, la estructura es de directo periodístico, las conexiones entre personajes que parecen de una superproducción de catástrofes de los 60 o 70…¿Cómo eligió esos elementos y ese gran reparto coral que protagoniza Resurrecta?

El reparto, el enfoque y el estilo surgieron espontáneamente porque me cautivaron los relatos de los testigos de la tragedia. Por lo demás, me atuve a todo lo que se sabe de aquel día (y cada año se descubren más cosas). Quería que el lector lo reviviera con realismo y tuviera una visión microscópica y panorámica: para ello, debía deslizarse en la piel de cada hombre, mujer, anciano, niño, noble y esclavo, y ver, oír y experimentar lo que ellos contaron, desde todos los rincones de Lisboa a la vez.

Solo he imaginado detalles o diálogos para facilitar la transición entre escenas o atar flecos: como siguen saliendo a la luz datos que obligan a revisar todo lo que sabíamos, seguro que dentro de pocos años habrá muchas nuevas piezas en ese enorme mosaico.

En cuanto a la “retransmisión en vivo y en directo”, los testimonios de la época están redactados de modo casi periodístico, y las conexiones entre personajes saltan a la vista en las fuentes. Transmiten tal fuerza, que pensé: “Si me emocionan, también conmoverán al lector”. La clave de su credibilidad reside en esa narración tan directa e inmediata. Cuanto más dramática sea la acción – y 1755 es la madre de todas las catástrofes – más desapasionado y objetivo debe ser el estilo. Ese contraste tiene un efecto muy potente.

En cuanto al gran número de personajes reales, son tantos (hasta el mono y el grillo), que solo tuve que decidir a quién no incluiría.

Y ¿por qué se limitó a un lapso de seis horas?

Porque la catástrofe es la protagonista y no hace falta preparar el terreno (como lectora, quiero descubrir la información en el momento en que cobra importancia, no antes ni después, y solo en la medida justa). Desde el primer temblor hasta que el incendio se propagó transcurrieron seis horas, y Resurrecta va al grano. Desde el primer minuto, el engranaje se pone en marcha: ubicación exacta, día y hora, ambiente festivo y religioso, varios personajes y anomalías que dan pistas de lo que ocurrirá enseguida: todo ello en una página. El siguiente minuto presenta otro escenario y su ubicación respecto del anterior, más personajes, más anomalías, y así sucesivamente. Minuto a minuto, página tras página, para condensar acción, descripción, diálogo y reflexión, sin disquisiciones superfluas ni historias triviales de relleno que solo estorban y distraen de lo principal. Quiero que el lector se precipite dentro de la grieta, lo arrollen los maremotos, se abrase en el incendio, huya, grite, se desespere, y se aferre a los relámpagos de sabiduría y humanidad que irá encontrando dentro de sí mismo a medida que los descubra en los personajes.

El terremoto de Lisboa cambió el pasaje y el destino de la ciudad, pero ¿como sociedad, qué lecciones aprendieron los lisboetas, qué procesos aceleró el seísmo?

Los lisboetas tardaron casi un siglo en reconstruir Lisboa, y entretanto hubo dos catástrofes más: el retroceso del reinado de María I y la invasión napoleónica, que sumió el país en la pobreza y el atraso. Para cuando Portugal comprendió que debía proseguir las reformas iniciadas por José I y se abrió a nuevas ideas, había perdido su papel de potencia: los tiempos habían cambiado, y la riqueza de Brasil se había agotado.

Entretanto habían surgido avances tecnológicos y corrientes filosóficas, científicas y culturales a raíz del terremoto, cuando los intelectuales impugnaron por primera vez el dogma del Dios todopoderoso que permitía una hecatombe el día de Todos los Santos y sacrificaba a inocentes. ¿Qué Dios que se proclamaba justo y clemente destruía a la ciudad más devota cuando sus fieles rezaban, y permitía que los burdeles no sufrieran daño? Eran preguntas legítimas: muy pronto, el horror dio paso a la duda, la rabia y la rebelión: un Dios así no podía existir, o bien su carácter vengativo no merecía sumisión ni adoración.

Personalmente, sospecho que la repercusión de la catástrofe de 1755, al inspirar cientos de poemas, relatos y gacetas y ocupar la primera plana mundial, precipitó indirectamente un alud de reacciones y aceleró la rebelión ante las desigualdades, puso en entredicho la estructura feudal del Antiguo Régimen y, si no la precipitó, sí adelantó la Revolución Francesa, que estalló 33 años después del terremoto.

No ha cambiado demasiado de época respecto a sus dos novelas anteriores, pero sí de estilo y mirada, ¿la novela histórica necesita arriesgar más y profundizar e innovar en sus aspectos formales?

¡Sin duda! No es “arriesgar”, sino recuperar el espíritu lúdico e iconoclasta; explorar enfoques que, a primera vista, chocan con el tema de la novela, probar con temas desconocidos o tabú, experimentar, y eliminar todo lo que sea superfluo, los estereotipos y la pedantería.

Al ver las tendencias innovadoras en la novela histórica en otros países, tengo la sensación de que en España temen salirse del molde “superhéroe + heroína (o damisela) + archienemigo + batalla + final feliz”, con descripciones y monólogos de varias páginas, porque piensan que es lo que quieren las editoriales, y éstas creen que al lector sigue gustándole lo mismo… desde los años noventa. Sí, el editor busca temas comerciales que funcionen, pero al lector lo mueve otra cosa: la curiosidad. Desde siempre, ¿qué es lo que atraía a esclavos, siervos o aldeanos a gastarse una moneda en un trovador o un poema y escucharlo largo rato bajo el viento y la lluvia? No era la historia de amor o de guerra que ya conocían, sino el ingenio del cuentista y su complicidad con la audiencia. ¡Nos tomamos demasiado en serio! Al lector no le interesa si el autor es historiador, o un camionero que escribe: solo somos fabuladores, encantadores de serpientes, magos de feria. Al lector ya le suenan todas las historias y no quiere seguir escuchando lo mismo, sino que lo encandilen con nuevos trucos.

Al escribir novela histórica hay que documentarse con rigor, pero el lector que dedica veinte euros y varios días a leerla no espera una enciclopedia ni una clase magistral: quiere evasión y emoción, descubrir algo que lo sorprenda y olvidar el mundo con un cuento que lo vapulee y lo acaricie.

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