Javier Torras de Ugarte: «La personalidad de Irene de Atenas debía responder a la de un genio»

Nació pobre y acabó siendo emperatriz de una de las superpotencias de su tiempo. Esposa y madre de emperadores, luchó contra enemigos externos e internos, entre ellos su propio hijo y murió desterrada. La vida de Irene de Atenas (752-803) da para muchas novelas, pero no ha dado tantas. En este 2021, ha llegado La dama púrpura (Ediciones B), la sexta novela del doctor en historia del Arte y galerista Javier Torras de Ugarte.

Torras logra novelar la biografía de la emperatriz, llena de tragedia personal, luchas de poder y alta política con el marco geopolítico de la época y diversas referencias culturales de la época gracias a unos secundarios ficticios cercanos a la protagonista. Y compone una novela histórica llena de aventuras e intrigas, donde se eleva el perfil de una gran protagonista de la Historia, prácticamente olvidada para el gran público, cuya personalidad, en palabras de Torras de Ugarte debía «corresponder a la de un genio». Además, el autor se guarda el as de reservarle a la emperatriz Irene una justicia que la vida no le concedió.

¿Cuándo se cruzó Javier Torras con Irene de Atenas y decidió hacer de su vida una novela?

Mi primer contacto con Irene de Atenas fue cuando estudiaba la carrera de Historia del Arte, allá por los comienzos del siglo. Hay una anécdota muy curiosa y es que la asignatura en la que estudiábamos Arte Bizantino se me atragantó y tuve que matricularme los cinco años que duraba entonces la licenciatura. Por aquel entonces era un personaje muy secundario para mí, poco más que un nombre en un libro. Años después, ya dedicándome a la escritura, buceando por internet encontré un breve texto sobre ella, bastante parco y lleno de imprecisiones, pero me hizo recordar aquella emperatriz que había roto el primer periodo iconoclasta del arte bizantino y decidí investigar un poco más sobre ella. Fue entonces cuando cayó en mis manos el trabajo de la historiadora Judith Herrin, Mujeres en púrpura, donde desgrana los pormenores de la vida de Irene. Quedé fascinado con su historia y decidí que debía escribir una novela sobre ella.

¿No le resulta increíble que una gobernante como ella haya pasado tan desapercibida a la historia popular? ¿Hay en su novela una vocación de hacer justicia?

Siendo honesto, por desgracia, no me llega a parecer del todo increíble. Si aún hoy en día vivimos en un mundo hostil para las mujeres, los siglos pasados fueron de total oscuridad a este respecto. Debemos considerar que a lo largo de nuestra historia ha habido incontables mujeres que, como hizo Irene, se sobrepusieron a un entorno completamente violento y represivo. Por suerte, muchas investigaciones en la actualidad se esfuerzan por sacar a algunas de estas mujeres del olvido, aunque seguramente sea tarde para muchas de ellas, cuyo rastro puede haber desaparecido para siempre.

No hace mucho en Madrid se erigió un hospital al que se le ha otorgado el nombre de Enfermera Isabel Zendal, pero casi nadie en este país sabe quién fue Isabel Zendal. Se han hecho novelas sobre ella, una serie de televisión, se conoce en profundidad su historia… Y a pesar de todo, en vez de ser una heroína nacional, es una desconocida. ¿Justicia? No negaré que me sentiría orgulloso si La dama púrpura sirviera para acercar un poco más al público general la extraordinaria figura histórica de Irene de Atenas, pero mi principal interés ha sido escribir una novela emocionante, entretenida y que fuera lo más fiel posible, respetando las necesidades literarias, a los hechos históricos que conocemos.

Desde luego, si algo deja claro su biografía es que las mujeres que ejercieron el poder en el pasado lo hicieron a costa de un gran sufrimiento personal…

Cualquier mujer que tratase de salirse del orden establecido en el pasado lo hacía a costa de un gran sufrimiento personal, fuera emperatriz o lavandera. Y no hace tanto de eso. Por supuesto que el mundo actual es mucho más igualitario, pero el trabajo no ha concluido ni podemos darnos palmaditas en la espalda. Queda mucho por hacer.

El caso de Irene de Atenas es muy representativo porque llegó a ocupar el puesto más alto al que podía aspirar no solo una mujer, sino también un hombre. Ella fue aclamada como emperador (basileus, la forma griega para el título masculino), y las monedas de los últimos años de su gobierno la representaban a ella por ambas caras, dejando claro que no era emperatriz por ser la esposa de, la madre de, la hermana de ni la hija de, como había sucedido siempre en el Imperio romano y bizantino. Las connotaciones que este hecho debió tener en su tiempo no han sido justamente calibradas por la historia, ya que resulta algo de todo punto extraordinario. Por supuesto, el coste a nivel de sufrimiento personal fue enorme y, quizá, aumentado por una ambición desmedida que la llevó a tomar decisiones polémicas no exentas de cierta crueldad. Pero del mismo modo que no juzgamos a sus homólogos masculinos, tampoco podemos juzgarla a ella por acontecimientos que se escapan de nuestra comprensión temporal y contextual. Según quién opine y según en qué se base, podríamos encontrar hasta atisbos de piedad en sus acciones, pero ha pasado a la historia como una emperatriz cruenta y casi diría que malvada. Esto lo podemos añadir a su escala de sufrimiento personal.

Irene de Atenas, representada en un icono bizantino hallado en Venecia.

¿Cómo construyó el personaje literario de Irene de Atenas? ¿Cuáles fueron las mayores dificultades a la hora de trabajarlo?

Este es el quid de la cuestión de toda la novela. No solo me enfrentaba al reto de reconstruir la vida de un personaje del que desconocemos muchas cosas. Hay partes de su vida totalmente vacías de referencias historiográficas. El reto era comprender por qué Irene hizo lo que hizo y del modo que lo hizo.

Tras la fase de documentación tenía clara la historia que quería contar, pero apenas tenía ramalazos de lo que podría ser su personalidad y, algunos de ellos, bastante contradictorios. Así que me centré en los hechos conocidos y me pregunté por qué ella tomaría aquellas decisiones, qué buscaba con ellas a tenor de las consecuencias históricas y qué la empujó a opinar de aquel modo siguiendo las causas previas que también conocíamos. Fui comprendiendo así que Irene debió ser una mujer de gran carisma, capaz de enardecer a la plebe con un simple gesto. Debió ser también una mujer sumamente inteligente, pues se enfrentó a incontables enemigos, dentro y fuera del Imperio, y salió vencedora en casi todas las ocasiones.

Supo rodearse de seguidores fieles, y estos le fueron leales al menos durante treinta años. Sobrevivió enfrentándose a su propio ejército, a las altas estancias del clero, a los familiares de su esposo que pretendían robarle el trono e incluso a su propio hijo, por no hablar de que el papa de Roma había excomulgado toda Constantinopla y que por el norte los eslavos y por el sur los musulmanes pretendían hacer de la Nueva Roma la capital de sus imperios. Y, a pesar de todo esto, venció y convenció.

Solo comprendiendo su importancia de forma global pude hacerme una idea de su personalidad, una personalidad que debía responder a la de un genio. Por eso al comienzo de la novela, cuando apenas tiene dieciséis años, es una joven llena de contradicciones, una soñadora, poco menos que una iluminada. Dulce, ingenua e incluso algo ilusa, pero también con una determinación imparable, una fuerza interior incuestionable y una capacidad de aprendizaje y adaptación incomparables. Esa es la Irene que llega a Constantinopla y que, completamente sola, compone un nuevo imperio. Su identificación con el Imperio pudo llegar a ser tan fuerte que ella misma era un emblema imperial. Era la púrpura. Era el Imperio. Era Roma.

Con lo excepcional de su historia, ¿por qué cree que el imperio bizantino no suele tener tanto éxito e impacto en la ficción popular, tanto literaria como audiovisual?

En una pregunta de difícil respuesta porque entiendo que responde a una unión de muchos factores. Creo que muchas personas no terminan de ubicar en el tiempo y en el espacio el Imperio bizantino, quizá porque su cronología abarca cerca de un milenio, sus fronteras fueron cambiando a lo largo del tiempo y desconocen que no era sino la continuación del Imperio romano de la antigüedad.

Es posible que sea visto por mucha gente como más lejano, espacial y temporalmente, que la Roma clásica, como algo casi exótico que aconteció casi fuera de Europa y que apenas tuvo incidencia sobre lo acontecido en el resto del continente durante este periodo. Y no olvidemos que al final la ficción literaria y audiovisual tiende a buscar historias muy occidentales, y cuando se interesa por lo exótico se centra en lo árabe u oriental. El Imperio bizantino, pues, se queda muy a medias de todo. Muy a medias, sobre todo, en la educación, pues es ahí donde en verdad es el gran olvidado. Si todos conocieran los grandes nombres del Imperio bizantino, como conocen los grandes nombres romanos, griegos y medievales, no faltarían historias de Justiniano, Teodora, Irene, Constantino, Zoe. Que Teodora no haya tenido aún una gran superproducción está en el debe de todos los que nos dedicamos a esto.

Y, en fin, muchos otros factores que se podrían resumir en que desconocemos su historia, su filosofía, su literatura, sus héroes… No hemos comprendido aún la enorme influencia y la determinante importancia que tuvo el Imperio bizantino en el mantenimiento de las fronteras de la actual Europa, y en su composición geográfica y migratoria. Constantinopla sostuvo Europa durante siglos gracias a personajes como Irene de Atenas.

A través de sus personajes ficticios logra ensanchar el espacio de la novela y desde Bagdad, a Córdoba y Aquisgrán, logra plasmar un mundo muy global e interconectado…

Esto tiene que ver con la respuesta anterior. Irene fue uno de esos sostenes que tuvo el Imperio y que impidió que las tribus eslavas del norte y los árabes que procedían del sur se hicieran con Europa. La historia del Imperio romano, incluso en su periodo bizantino, es la historia del Mediterráneo. No podía contar la vida de Irene de Atenas sin que el lector fuera consciente de lo que sucedía allende el Gran Palacio de Constantinopla, donde ella permaneció prácticamente su vida entera.

Herón y Zoe son dos personajes ficticios, encargados de hacernos viajar por todo el mundo Mediterráneo de finales del siglo VIII. Gracias a ellos podremos observar desde dentro los movimientos del califato abasí; las batallas que se produjeron en le frontera norte del Imperio, en Tracia, frente al poderoso ejército búlgaro; el enorme dominio romano-bizantino de las batallas navales gracias al uso del fuego griego; las tensiones en la frontera entre Al Andalus y el incipiente y pujante imperio franco en el norte de la península o el complicadísimo funcionamiento de una religión, la cristiana, que tenía en realidad dos sedes: el papa de Roma y el patriarca de Constantinopla, y como desde Roma se buscaban aliados con los que enfrentar ese poder ascendente que procedía de la capital del imperio y se sobrevivía a las invasiones bárbaras olvidados por esa misma capital. Fueron tiempos muy convulsos para Europa (¿y cuándo no?), tiempos en los que todo podría haber cambiado… Irene estuvo a punto de dar una vuelta a todo lo que conocemos; de haber conseguido llevar a cabo sus planes, puede que el mapa geopolítico de hoy en día fuera muy distinto.

Hay también en la novela varios toques y guiños literarios y de mitos… Las mil y una noches, cierto libro maldito…

En efecto, en la novela abundan las historias contadas, lo que no deja de ser un guiño al funcionamiento de la propia historia y de la literatura. Si con Herón y Zoe quise expandir el conocimiento de lo que acontecía en aquel periodo, con estas historias quise dotar a la novela de un halo de misterio que creo se corresponde muy bien con la realidad.

En el Gran Palacio de Constantinopla, cuna de la ortodoxia y aún en época iconoclasta, había cerca del palacio de Magnaura algunas estatuas que representaban a dioses clásicos; pues bien, funcionarios, senadores, esclavos, eunucos e incluso emperadores llegaron a creer que aquellas esculturas tenían el don de la adivinación, de la sanación… Lo sabemos porque tuvieron que legislar en contra de aquella herejía que, según parece, era muy extendida. Quiero decir con esto que en el siglo VIII el cristianismo era aún joven y trataba de definirse. Combatía herejías, el recuerdo de paganismo, tan presente en la capital y otras muchas ciudades del Imperio, y a su nuevo enemigo musulmán.

Los mitos clásicos pervivían en los recuerdos que decoraban plazas y palacios de todos los rincones, y muchos de ellos nos ayudan a conocer la historia de Bizancio y funcionan como metáforas de lo que van a vivir Irene, Herón y Zoe. También es la época de la composición de parte de Las mil y una noches, muchos de cuyos cuentos están protagonizados por Harún al-Rashid, personaje con mucha relevancia en la novela, uno de los máximos enemigos exteriores de Irene. Quería explicar con ello que era aún una época con mucho misticismo; a pesar de que la ortodoxia ya se estaba configurando, casi todos los emperadores consultaban a adivinos, poseían objetos extraños a los que otorgaban ciertos poderes y, a veces, en la intimidad, se dejaban llevar por lo desconocido.

La presencia de ese libro maldito no deja de ser un guiño a una de mis referencias preferidas, tan alejada como cercana del ámbito de la historia en sí. Además, la pseudohistoria en torno a ese libro sitúa su creación más o menos en el mismo marco temporal en el que discurre la novela. Es una licencia que espero me perdone el lector y pueda disfrutar de esa parte más aventurera del libro.

Sin desvelar nada, el final es casi dar el final que merecía la emperatriz…

Si antes comentaba que el quid del libro fue determinar qué Irene quería para la novela, el final no le anduvo a la zaga en cuanto a quebraderos de cabeza. Digamos que el libro tiene dos finales, el puramente histórico y el puramente literario. Mi Irene, La dama púrpura, merecía una final a la altura de su vida, a la altura de su grandeza. Y los otros personajes principales también merecían un final… Un final como el que tienen, dejémoslo ahí.

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