«Con la batalla de los Campos Cataláunicos dan comienzo una serie de mitos fundacionales europeos»

El escritor Pedro Santamaría.

Tal día como hoy, en un punto que no se sabe con seguridad donde está, en la actual Champaña francesa, hace 1570 años las tropas del rey huno Atila, y sus muchos aliados, se enfrentaban al ejército del maltrecho imperio romano de Occidente en alianza con ejércitos visigodos. Una Roma en momentos bajos se afrontaba a una amenaza formidable, comparada con los peores momentos de la amenaza de Aníbal, que ponía en jaque la propia comunidad del imperio. El resultado del choque fue la última gran victoria militar romana y, a la vez, la demostración de la proximidad del fin del imperio en occidente. Pero también fue el inicio de una nueva Europa, de un continente dividido en diversos reinos.

Con la trascendida de aquella contienda en la cabeza, el escritor santanderino Pedro Santamaría completa su recorrido en forma de tres novelas independientes por la gran gesta de los godos con Campos de gloria (Ediciones Pàmies, 2021). En esta novela, logra componer de una historia coral y épica de los movimientos de poder que llevaron a aquel 20 de junio del 451 d.C. y lo culmina con un vibrante relato de aquella batalla.

Al final de esta novela enfatiza que la victoria de Roma sobre Atila fue, a la vez, una gran victoria contra un formidable enemigo y la firma de defunción del imperio romano… ¿Fue el canto de cisne del imperio occidental?

Es muy difícil sintetizar lo que significó, y aún significa, la batalla de los Campos Cataláunicos. Fue, efectivamente, el canto de cisne de la parte occidental del imperio, la última gran hazaña de las armas romanas un cuarto de siglo antes de su total desaparición. Pero aún fue mucho más. Es la primera derrota de Atila, un personaje que en el imaginario popular encarna las peores pesadillas del mundo occidental. Marca el principio del fin del imperio de Atila y el nacimiento de los diversos reinos germánicos, sucesores del Imperio romano, que se harán con Europa occidental y que, mal que bien, mantendrán viva la llama de los césares, entre ellos, por supuesto, los francos en la Galia y los visigodos en Hispania.

Para muchos es el momento en el que la sociedad occidental lucha por su supervivencia en un todo o nada, y queda a salvo de la barbarie. No es de extrañar que durante la primera guerra mundial franceses y británicos apodaran «hunos» a los alemanes no solo para deshumanizarlos, como suele ocurrir en cualquier guerra, no solo porque venían del este del Rin, sino, sobre todo, porque Francia y el Reino Unido se veían a sí mismos como los defensores del legado de occidente contra la barbarie.

Una gran parte de la novela se centra en la propia batalla de los campos cataláunicos casi hora a hora, ¿qué le ofrecía como novelista la narración de esa confrontación? ¿Cuáles fueron sus mayores dificultades y preocupaciones?

En realidad, mi idea inicial fue la de escribir una novela de 24 horas describiendo la batalla y solo la batalla, dividida en 24 capítulos, uno por hora, 24 cantos, como las obras de Homero (aunque esta división en cantos es posterior a la obra del bardo ciego y se corresponde con las letras del alfabeto griego)… una especie de eso que en la Ilíada se denomina «el día más largo» y que cubre desde el canto XI hasta el XVIII, en la que Homero describe el combate con todo lujo de detalles y se centra en este o en aquel héroe, en su momento de mayor gloria. Siempre me sedujo el modo en que Homero a veces se detiene en alguien insustancial, que ni ha aparecido antes ni aparecerá después, y da cuatro pinceladas acerca del personaje, de su nombre, procedencia, armadura, origen y el modo en el que muere, dando una insuperable de confusión y empatía difícil de superar. No soy ningún Homero, ni pretendo serlo, pero esa era la idea.

Sin embargo, me encontré con dos problemas, el primero es que temía desbordar al lector con tanto combate, el segundo, me aterraba que los llamados “flashbacks” resultaran demasiado extensos e interrumpieran una narración que debía, sobre todo, ser dinámica… y había mucho que contar del año anterior a la batalla.

Eso sí, algún día lo haré. Algún día escribiré una novela sobre una batalla de la antigüedad de 24 horas y en 24 capítulos. Pero aún tengo que encontrar el modo.

Hace una marcada descripción de los pueblos germanos y de los romanos que servían en ambos bandos de esa batalla, a veces da la sensación de que casi tenía una parte de guerra civil europea de la época…

Supongo que quien lea Campos de Gloria no podrá evitar reparar también en los guiños a Heródoto cuando describe el avance de las tropas de Jerjes. De hecho, se cree que Jordanes, el godo al que debemos la narrativa más completa que ha sobrevivido sobre la batalla, toma las Guerras Médicas como «plantilla» para describir el conflicto. Atila sería Jerjes, con su ejército interminable, que aglutina a todos los pueblos de su bárbaro y vasto imperio para caer a sangre y fuego sobre el mundo civilizado, mientras que Roma y los godos serían una especie de Atenas y Esparta: enemigos que se unen ante un reto mayor y que luchan y ganan contra todo pronóstico.

Según Gibbon, efectivamente, en los Campos Cataláunicos se dieron cita, ya fuera en un bando o en otro, todos los pueblos del mundo conocido, desde el Atlántico hasta el Mar Negro. Y así parece que fue. ¿Una guerra civil europea? Podría ser… en esa batalla se decidió el destino de dos imperios y de muchos reinos.

No sé si está buscado o no, pero en esta novela hay un personaje, que no es godo, que destaca sobremanera que es Flavio Aecio, ¿no estuvo tentado de darle aún más protagonismo?

Flavio Aecio, también conocido como «el último romano», es el último gran general del imperio, así que merecía un hueco destacado. Y sí, claro que estuve tentado, pero no quería caer en la biografía novelada y no quería desplazar el foco de los, de mis, godos. Además, darle más protagonismo a Aecio habría supuesto dar menos protagonismo a otros personajes igual de cautivadores como Atila, Teodorico I (Teodoredo), Turismundo, Justa Grata Honoria o Valentiniano III.

En cierto modo, mi Flavio Aecio encarna la Roma que pudo haber sido.

También se nota cierta fascinación por los hunos, por sus formas de vida, por su curiosa corte… La mirada que tenemos de ese pueblo no tiene un deje de “orientalismo” generalizador. Pienso que parece que hunos y los mongoles de muchos siglos después son casi intercambiables…

Lo cierto es que es poco lo que se sabe sobre los hunos; gentes de las estepas, imparables arqueros a caballo, nómadas, muy probablemente emparentados con los xiongnu, originarios estos de la actual Mongolia. A pesar de los siglos que separan a hunos y mongoles, me atrevo a pensar que ambos pueblos provienen de un tronco común. Ahora bien, así como la mayor parte de las conquistas mongolas tuvieron lugar en vida de un solo hombre, Gengis Khan, la migración de los hunos hacia occidente parece haber llevado siglos. Siglos en los que esa rama original se habría mezclado con una serie de pueblos y tradiciones antes de llamar a las puertas del Imperio Romano. El mismo nombre de Atila, por ejemplo, parece ser un nombre de origen germánico, «atta» significando «padre».

Sin embargo, en el imaginario popular es muy difícil separar a ambos pueblos dados los rasgos básicos que comparten.

Hay varias apuestas y guiños históricos, pero sin duda el que más me ha gustado es el de Arturo…

Con la batalla de los Campos Cataláunicos dan comienzo una serie de mitos fundacionales europeos, es una especie de Covadonga o de Platea occidental. Es un momento de gloria para los visigodos, que acabarán por asentarse en Hispania y para quienes la batalla supone un punto esencial de referencia en su historia como pueblo, es el canto de cisne del Imperio Romano; los ecos de la batalla y de sus personajes resuenan en la literatura tardo-antigua y altomedieval en poemas como el Cantar de Valtario o el Cantar de los Nibelungos, del que más tarde beberán las sagas nórdicas. Meroveo, rey franco, fundador de la dinastía merovingia, hijo de una humana y de un monstruo marino según cuenta la leyenda, pudo haber luchado en la batalla, al igual que Orestes, padre del último emperador de occidente, y Odoacro, rey de los hérulos y «sepulturero» de Roma.

En cuanto a Arturo… ¿A quién no le fascina la figura de Arturo? ¿Eran los caballeros de Arturo sármatas o alanos tal y como afirman algunos estudiosos? Y, de serlo, ¿cómo llegaron a Britania? ¿Pudo Arturo haber luchado en los Campos Cataláunicos? ¿Pudo aprender allí cosas que luego pondría en práctica? ¿Por qué no? Tocaba echar a volar la imaginación y, dado que me crié en Inglaterra, Arturo siempre ha estado pendiente de aparecer en alguna de mis novelas. De hecho, en El Saqueo de Roma ya hay guiños al mito artúrico, un tanto escondidos, pero los hay.

Dado que muchos de los mitos fundacionales de Occidente se dieron cita en aquella llanura, solo me faltaba uno. Además, se sabe que Aecio recibió una embajada de Britania solicitando ayuda contra las incursiones sajonas. Sencillamente no pude resistirme a que el peticionario fuera un joven britano llamado Flavio Artorio.

¿Novelar sobre el fin del imperio de Occidente ofrece más oportunidades para el novelista que ambientar las ficciones en la República o los momentos más esplendorosos del imperio?

No creo. Por mucho que se escriba sobre un período en concreto nunca será suficiente, cada novelista, cada autor, le dará a los personajes del período y al período en sí un enfoque diferente, una visión diferente, y transmitirá o pretenderá transmitir un mensaje diferente. Ningún Julio César es el mismo, ni en novela, ni en historia, ni en la mente de todos y cada uno de nosotros, como no lo es ningún Cicerón o ningún Aníbal o Augusto.

Es cierto que el fin del imperio romano no ha sido tan tratado en novela como las Guerras Púnicas o el fin de la República romana, pero también creo que el momento histórico que vivimos y la sensación que existe en la sociedad de estar siendo testigos de los últimos coletazos del mundo occidental, tal y como lo conocemos, está avivando el interés por los últimos años de Roma como espejo en el que mirarnos. Algo parecido ocurrió en Gran Bretaña a finales del siglo XIX y principios del XX, la caída del Imperio Romano empezó a cautivar más imaginaciones que el esplendor del mismo, precisamente porque la sensación de que el imperio llegaba a su fin estaba en el aire.

Por otro lado, y ya en lo que a España se refiere, el fin del imperio es también el principio de ese embrión visigodo que acabará convirtiéndose en España como unidad política. Los visigodos del reino de Toledo, en muchos sentidos, se consideraban herederos de Roma; del mismo modo que los reyes cristianos del medievo se consideraban herederos de los visigodos.

¿Por qué la épica, y esta novela lo es indudablemente, sigue cautivando a los lectores hoy?

¿Cuándo no ha cautivado la épica? La épica nos habla de lo que somos y de lo que podemos llegar a ser. Nos inspira. Nos habla de pasiones y de lo que significa ser humano. Nos dice que aquellos que nos precedieron se enfrentaron a retos imposibles que encararon con honor y valentía, nos habla del bien y del mal, del amor y de aquello por lo que merece la pena luchar y morir. Ya se sabe, ¿de qué sirve vivir si no hay nada por lo que morir?

En la antigüedad un poema épico no era más que un poema largo; el calificativo “épico” tenía más que ver con la extensión que con el tema tratado. Pero claro, los dos poemas épicos fundadores de la literatura occidental, la Ilíada y la Odisea, textos insuperables, así como los temas que tratan, han marcado nuestra definición del concepto.

En su nota final, habla de hacer una novela histórica, que respeta lo que se sabe del pasado, pero mandando mensaje. ¿Qué mensajes puede dar aquel convulso siglo V a los lectores del siglo XXI?

Aquí tengo que citar a otro clásico: Chiquito de la Calzada. El mensaje sería el siguiente: «Cuidadín». Hablar de la «caidita de Roma» sería dar demasiadas pistas.

Supongo que todo autor intenta, consciente o inconscientemente, transmitir algún tipo de mensaje cuando escribe, otra cosa es que sea capaz de transmitirlo. Hay lectores que te sorprenden exprimiendo significado.

Sé que es un símil muy manido, pero toda novela que se escribe con el corazón es como una cebolla, con capa tras capa de significado.

¿Quizá uno de esos mensajes es la propia evolución de los godos en las novelas? Comenzó en Godos describiendo a los godos como exiliados pobres que huían de la guerra, en El saqueo de Roma eran integrados aliados que sufrían la desconfianza de quienes los acogían y, en esta, son salvadores del orden, pero ya señores poderosos con tierra y mando… Y todo eso en el transcurso de algo más de un siglo.

Así es. La odisea de los godos es, para mí, una de las más asombrosas gestas de la historia y, además, está íntimamente ligada a la historia de nuestro país. Los hijos de aquellos «inmigrantes» que cruzaron el Danubio acabaron saqueando Roma, y sus nietos levantaron un reino que duró tres siglos y del que aún hoy somos herederos.

¿Qué es lo que más le influye a Pedro Santamaría a la hora de escribir? ¿Los ensayos que lee, las series y películas que ve, su propia vida…?

Las series y las películas poco, la verdad, porque no soy mucho de tele (o de Netflix que se dice ahora), cada vez me vuelvo más decimonónico. A veces pienso que deberíamos habernos quedado en el fax o, mejor aún, en el telégrafo.

En cuanto al resto, no sabría decirte qué me influye más, supongo que la cabeza de un novelista es como una olla en la que van cayendo ingredientes y se van cociendo. Una vez que sirves el resultado en el plato, puedes identificar ciertos sabores, pero lo importante, al final, es el todo.

¿Es esta novela realmente el cierre de su trilogía sobre godos? ¿No va a seguir sus pasos hacia Hispania?

Sí, con esta novela pongo punto y final al proyecto que empecé hace seis años con Godos y que llevaba muchos más rondándome la cabeza. Ahora toca explorar otros caminos, otros períodos, otros personajes y dejar la Hispania visigoda a otras plumas más hábiles.

Esparta tiene hombres mejores que yo para esa tarea.

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