José Zoilo y la conquista musulmana del 711: «No debemos tener miedo a tratar nuestra historia»

Parece un veterano del género, pero no hace tanto que José Zoilo (Tenerife, 1977) lanzaba pacientemente sus dos primeras novelas autopublicadas. Ahora, pocos años después, es un autor que publica en un sello de uno de los grandes grupos editoriales del país y ha cogido velocidad de crucero. Mientras celebra nuevas ediciones de su trilogía de Las cenizas de Hispania, promociona su última novela El nombre de Dios (Ediciones B) y ya prepara una nueva novela (épica, histórica y de aventuras, como le gusta) para el otoño.

Pero no nos adelantemos y centrémonos en la novela que ya tenemos entre manos. Con El nombre de Dios Zoilo ha convertido la desintegración del reino visigodo de Toledo y la conquista musulmana de la península en una vibrante novela de aventuras. No solo eso, se atreve a ir más allá del 711 y Guadalete y transita territorios olvidados e inexplorados (para la ficción) de aquel evento…

Del siglo V, fecha de entrada de los godos en Hispania al 711, fecha del derrumbe de su reino, ¿era una evolución lógica?

Podríamos decir que sí; que, vistas mis inclinaciones, esta tenía que ser mi siguiente obra de ficción. Reconozco que me fascina el período comprendido entre el final del imperio romano en Hispania y la llegada musulmana: es uno de mis favoritos, probablemente el que más. Y ambos episodios, el inicial y el final, reúnen muchas de las características que me apasionan como escritor, pues se trata de momentos dominados por una inestabilidad política y social que desemboca en grandes cambios, en los que tampoco escasean los conflictos bélicos, lo que da pie a que suceda lo mismo con los personales. Siempre hablo de mi predilección por estas épocas de desesperanza, pero también de oportunidades; y si en la trilogía de Las Cenizas de Hispania los godos representaban la cara, en esta nueva novela tocaba adentrarnos en su cruz.

Hace poco José Soto Chica contaba que ambas fechas se parecían en que dos minorías, dos élites militares, una llegada del norte y otra del sur, cambiaron la historia de la Península. Como novelista, ¿en qué se parecen y qué se diferencian ambas épocas?

Pues viniendo de un experto como José Soto, qué voy a decir… Estoy totalmente de acuerdo con su afirmación: hablamos de dos períodos importantísimos de nuestra historia, amén de inesperados para quienes vivían en la península ibérica en esos momentos.

Los visigodos se comportaron a su llegada como una élite militar, poco interesada en mezclarse con el pueblo llano, y probablemente esta circunstancia facilitara su aceptación por parte de los habitantes de tradición romana, cuya vida cotidiana no variaría sustancialmente respecto a lo que habían conocido hasta entonces. Además, los visigodos se mostraron desde un principio abiertos a adaptarse, llegando a adoptar la religión del lugar en el que se habían instalado, así como parte de las leyes y el aparato administrativo romano que aún permanecía en pie (aunque muy minimizado). Tal y como dice José, a la llegada de los musulmanes esta élite fue sustituida de nuevo sin que quienes vivían en el territorio creyeran, en un primer momento, que aquello conllevaría grandes diferencias en su día a día. Sin embargo, pronto resultó evidente que este nuevo cambio implicaba una ruptura con la tradición romano cristiana precedente.

A nivel ficción, estamos frente a dos períodos que ofrecen infinidad de oportunidades para el novelista. Son momentos riquísimos en detalles, con múltiples aristas, e interpretaciones sesgadas de un mismo conflicto por parte del ganador y del vencido. En Las Cenizas de Hispania disfruté plasmando la visión de Attax de una Hispania abandonada a su suerte, donde suevos y vándalos, y más tarde godos, llegaban a una suerte de tierra prometida en la que todo era nuevo para ellos. En el caso de El nombre de Dios, he optado por ofrecer la perspectiva de un buen puñado de personajes, pues cada uno de ellos tenía algo que aportar a la visión global de la historia. Así, tenemos a Ademar, Elvia o Witerico, envueltos en una vida de luchas en la que los objetivos personales muchas veces chocan de frente con las obligaciones; a Bonifacio, que se cree elegido para la gloria; las dudas de Argimiro; la visión de los que llegan, como Yussuf ibn Tabbit y Tariq ibn Ziyab; y la de los que saben que nunca vencerán, como Hermigio. Escribir metiéndome en la piel de tantos personajes, y tan diferentes, ha sido como reflejar la luz a través de las múltiples caras de un prisma, y creo que es lo que esta novela me pedía para estar completa.

Además, a la hora de ambientarlas ha sido muy importante tener en cuenta el contexto existente y las crónicas que nos narran ambos periodos. Mientras en la Hispania tardorromana las fuentes contemporáneas son escasas, y muestran una única visión de lo sucedido, en el caso de la llegada musulmana a la península encontramos dos discursos propagandísticos enfrentados, escritos además con posterioridad a los hechos. Esto conlleva que el escenario en el que plantear la ficción no resulte tan lineal: las diferentes visiones de un mismo conflicto, y su subjetividad inherente, nos dejan un amplio margen para la interpretación de los hechos que envolvieron la caída del reino visigodo. Hay diferentes puntos de la novela en los que he tenido que hacer elecciones que afectarían al desarrollo de toda la trama: creo que esta circunstancia ha enriquecido el proceso, y también me ha llevado a redactar la nota histórica más amplia que he hecho hasta el momento, en la que intento plasmar el porqué de cada una de las alternativas.

En los tiempos que corren, ¿escribir sobre el 711 es políticamente incorrecto?

No es habitual, desde luego, pero creo que es algo muy necesario. Pienso que no debemos tener miedo a tratar nuestra historia, y digo la nuestra porque es la que nos resulta más cercana, aunque puede extrapolarse a la de cualquier otra región. Y siempre digo que no hay pueblos buenos ni malos por naturaleza, y que nunca debemos obviar las circunstancias existentes en el momento en cuestión. Quien ejerce el bien o el mal, tanto antes como ahora, quien es capaz de lo mejor y de lo peor, somos nosotros, las personas, independientemente de nuestra identidad como grupo social, tribal e incluso religioso; y eso es algo que he querido plasmar tanto en la Hispania tardorromana, como en esta ocasión en El nombre de Dios.

Es cierto que vivimos en una época de análisis superficiales, de polémicas artificiales, en la que muchas veces se tergiversan los hechos históricos en función de intereses particulares. Casi cualquier momento de nuestra historia ha sido (y será) susceptible de sufrirlo, hasta los más insospechados; pero es cierto que la llegada musulmana a la península es uno de los que despierta una mayor controversia. Y esto no solo se aprecia en las crónicas de la época y las posteriores, sino incluso en las más actuales.

No obstante, siempre he creído que el novelista tiene que estar por encima de esto, y plantear sus obras en función del potencial que le ofrezca el momento histórico para desarrollar una buena trama de ficción. La historia siempre está ahí, la ficción no: hay que crear un buen argumento y situarlo adecuadamente en el escenario, documentarte extensamente, elegir los detalles. Y cuando encuentras en un periodo la semilla de una buena novela, ese hecho clave que es capaz de poner toda tu imaginación a funcionar, por lo menos en mi caso, me resulta muy difícil desecharla por el qué dirán.

Es interesante que su novela no se detiene en el 711 y va más allá. A veces parece que estudiamos que el 711 triunfa la conquista islámica y al día siguiente ya era un reino plenamente islámico…

Sí, el espacio temporal en el que discurre la novela resulta original, pues es algo que apenas se ha tratado. Habitualmente parece como si desde la batalla de Guadalete hasta la de Covadonga y el inicio de la resistencia en Asturias no sucediera nada digno de mención en la península ibérica, cuando es todo lo contrario. Ese era mi reto: zambullirme en los años posteriores a Guadalete y crear una ficción que se imbricara en el derrumbe de las estructuras de poder visigodas en algunas áreas, sin obviar el papel de una provincia como la Septimania, otra de las grandes olvidadas de este período, pues muchas veces parece que el reino visigodo de Toledo terminara en los Pirineos, cuando lo cierto es que parte del actual Languedoc continuaría bajo soberanía visigoda (con capital en Narbona) hasta el año 721.

Y precisamente el luchar contra esa idea preconcebida era lo que me llamaba sobre este momento. Quería tratar el colapso del reino visigodo, intentar reflejar cómo un estado bien asentado en el territorio, que había asumido desde su llegada la administración existente en las ciudades, e incluso el credo religioso más adelante, pudo desmoronarse en tan poco tiempo. Deseaba bosquejar desde dentro cómo quienes vivían allí entonces pudieron reaccionar en unas circunstancias tan inesperadas como catastróficas para ellos.

¿Por qué contar en clave de aventuras -con reliquias y todo- este hecho histórico capital?

Cuando comencé a trabajar con la documentación de la época descubrí algo que ya imaginaba: que era fascinante como período histórico, y además resultaba clave para entender mejor algunos de los sucesos posteriores. La llegada de extranjeros de un credo y una cultura totalmente diferentes a los que existían en el territorio, la resistencia de algunos de los señores de la guerra –afines y poderosos en el régimen anterior–, la rendición de otros a condición de mantener las prerrogativas sobre sus tierras, la bicefalia al frente del reino visigodo desde el ascenso de Rodrigo al trono de Toledo… Todo era fascinante allí donde mirara: traiciones, guerras, drama, valor, cobardía. Era maravilloso devorar un ensayo tras otro, pero me faltaba algo que me decidiera a escribir una obra de ficción: un hilo conductor que me mostrara el camino.

Por fin, encontré lo que necesitaba mientras leía algunas de las crónicas musulmanas posteriores, en las que se hablaba de las reliquias del tesoro visigodo, y la ambición que estas despertaron en los dos grandes comandantes musulmanes que iniciaron la conquista de la Hispania visigoda. Dentro de las reliquias de este thesaurus germánico, la Mesa del Rey Salomón es una protagonista más de la novela, y representa un nexo de unión entre todos los que pueblan sus páginas: traidores, conquistadores, héroes, villanos, hombres, mujeres, godos, religiosos, seglares, hispanos, bereberes, árabes… todos, en algún momento sucumben ante la influencia de la reliquia.

Sobre la ambientación, hay dos cosas que pueden llamar la atención. La primera, que el reino visigodo, en su novela, no parece tan decadente como algunos se piensan en aquella época…

Sí, eso es algo que puede chocar al lector, así que quería plasmar esta circunstancia con claridad. Desde luego, el reino visigodo de Toledo no podía compararse al mundo romano de los siglos anteriores, pero son varios los historiadores –principalmente anglosajones, como Peter Heather y Chris Wickham, aunque también cada vez más a nivel nacional– que argumentan que, en el momento de la invasión musulmana, se trataba del reino germánico más afianzado y avanzado del occidente mediterráneo. Tenemos que pensar que los visigodos, por ejemplo, trataron de imitar en muchas ocasiones al emperador de Bizancio, intentando así legitimar su gobierno sobre la vieja Hispania y sus habitantes. La fundación de una ciudad monumental como Recópolis, el boato de la corte visigoda de Toledo al más puro estilo imperial… Hay varios ejemplos de esto desde el ascenso de Leovigildo, con el que casi se unifica el territorio peninsular bajo el gobierno visigodo.

Solemos hablar de que esta es una edad oscura, y aunque desde luego no sea tan luminosa como la precedente, lo cierto es que tiene sus propias luces.

También, impacta adentrarse en la Roma de esa época…

¡Y tanto! Realmente debía de conformar un escenario aterrador. Una ciudad que siglos antes tenía un millón de habitantes debía tener por entonces, según varios historiadores, no más de 30 o cuarenta mil almas. ¡En una superficie en la que habían vivido más de veinte veces más personas!

Hay que pensar que la vieja Roma, bastante antes de que Odoacro depusiera al último emperador, ya había sido saqueada en varias ocasiones, como por los godos de Alarico o los vándalos de Genserico. Pero ese solo resultó ser solo el principio de sus desgracias, pues durante el siglo VI fue en muchas ocasiones elemento de disputa entre las tropas bizantinas y los rugios y ostrogodos que se habían asentado en Italia. Incluso tras la victoria de los primeros, la guerra no desapareció de buena parte de la península italiana: la llegada de un nuevo pueblo germánico, los longobardos, hizo que siguiera siendo un campo de batalla hasta bastante después de la época en la que transcurre la novela. Los miles de muertos a causa de las guerras, el abandono de la zona por parte de la población tras la destrucción de buena parte de las grandes obras públicas de Roma (como muchos de los acueductos que traían el agua hasta la urbe, que fueron cegados o destruidos durante los múltiples sitios y combates), o las epidemias de peste que asolaron la cuenca mediterránea desde el fin del imperio, explican en parte el acentuado declive demográfico de una ciudad monumental como esta que, aun así, seguía manteniendo su importancia, al albergar la sede del papado.

Recrear esta parte de la novela fue un reto, pero a la vez un disfrute, tanto durante la investigación como a la hora de hilar la historia de ficción. Un escenario como este abría la puerta a plantear elementos tan interesantes como catacumbas olvidadas siglos atrás, templos imperiales reconvertidos en iglesias –como el mismo Panteón–, la situación del palacio del gobernador bizantino en la antigua colina Palatina, la esplendorosa y vieja Basílica Constantiniana, precursora de la actual Basílica de San Pedro, en la que el papa gobernaba y movía los hilos con la esperanza de sacudirse el poder bizantino… Un escenario magnífico, pero a la vez peligroso, para unos recién llegados desde Hispania.

¿Cómo valora la novela histórica en España a día de hoy?

Creo que estamos en uno de los mejores momentos para los amantes de la novela histórica nacional, así que estamos de enhorabuena. Llevo muchos más años como lector que como escritor, y he ido viendo la evolución que se ha ido consiguiendo; y, durante estos últimos tiempos, no solo se han sumado muchos excelentes autores y autoras, sino que también, a mi entender, hemos evolucionado en nuestra manera de ficcionar los hechos históricos, haciéndolos más vibrantes y atractivos, pero a la vez tratando de mantener el rigor histórico en la medida de lo posible. Además, no hemos dejado atrás los períodos clásicos habituales, pero hemos añadido a estos otros nuevos e interesantes, desconocidos para el gran público, pero igualmente fascinantes.

¿Qué retos cree que tiene el género en nuestro país?

Quizá lo que apuntaba antes: no tener miedo a tratar ningún período de nuestra historia, siempre que lo hagamos sin prejuicios y sin tratar de recrear el pasado con la visión sesgada de nuestra sociedad actual. No es justo ni saludable hacerlo, pues quienes vivían entonces no tenían nuestra interpretación de lo que les rodeaba. Es algo que creo que cada vez se cuida más, pero no debemos perderlo de vista, ni los autores, ni los lectores.

¿No cree que el género en España todavía está demasiado constreñido por la historia novelada?

Creo que poco a poco vamos dejando atrás esa costumbre. Hace años era mucho más habitual; tanto, que cuando comencé a leer novela histórica me volcaba principalmente en el mercado anglosajón, pues apenas había autores españoles publicados, y muchos de estos se recreaban más en novelar la historia que en crear una ficción basada en hechos históricos. Pero desde hace ya unos años creo que estamos asistiendo a un renacer de la novela histórica en nuestro país. Una novela histórica más atrevida y dinámica, en la que los escritores no tienen miedo de bajar al barro, de narrar batallas, amores, traiciones…

Desde que escribió la primera novela de Attax hasta hoy, ¿cómo ha cambiado José Zoilo como novelista?

Buena pregunta. Creo que he ganado mucha soltura a la hora de escribir, y que esto me ha permitido experimentar con nuevas formas de transmitir. En El nombre de Dios he sido capaz de narrar la historia en tercera persona, de construir una novela coral, con muchos personajes, alejándome (solo temporalmente) de mi adorada primera persona. Ha sido un logro que me ha permitido crecer como escritor, evolucionar, dar un pasito más, sin olvidar que cada escalón que se sube puede provocar cierta sensación de vértigo. Pero he aprendido que se trata precisamente de eso, de atreverte a salir de tu zona de confort y seguir aprendiendo a cada paso, con cada novela.

Si tuviera que decir dos autores, uno internacional y otro nacional, que le han marcado como novelista, diría…

En el caso internacional no tengo dudas, pues siempre que tengo ocasión reconozco que el autor que más me ha influido, y con el que más disfruto leyendo, escriba lo que escriba (del siglo XVI hacia abajo, pero eso ya son manías mías) es Bernard Cornwell. Desde mi punto de vista, nadie narra las batallas como él, pero es que además (subjetivamente) nadie es capaz de dar un barniz tan real y emotivo a sus personajes. Creo que es de los pocos autores a los que le podría perdonar un exceso de licencias históricas, pues su narrativa lo compensa.

Si hablamos de autores nacionales, aunque hay muchos a los que admiro profundamente, no creo que me hayan marcado tanto, al menos de manera consciente, en mi faceta de escritor. Como ya he dicho, en mis principios me volqué más en la literatura anglosajona; sin embargo, sí que me viene a la memoria lo que me impactó en su momento leer El sanador de caballos, de Gonzalo Giner. Quizá fuera esa la novela que me hizo comprender que la novela histórica nacional no tenía nada que envidiar a la escrita en otros países, por lo que guardo un gratísimo recuerdo de ella.

Afortunadamente, como he comentado, esta sensación se repite cada vez con mayor frecuencia durante los últimos años, en los que he descubierto autores y autoras que están consiguiendo llevar a la novela histórica nacional a un nivel que poco o nada tiene que envidiar a aquella que creía inalcanzable años atrás.

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