La historia a través del espejo: la mirada LGTB en la novela histórica

Mosaico de Alejandro Magno.

Por Luis Melgar, (Madrid, 1980) diplomático y actual primer secretario de la embajada de España en China. Es autor de Los blancos estáis locos y La cigüeña vino de Miami, así como de numerosas obras de literatura infantil y juvenil. En este 2021 ha debutado en la ficción histórica con La peregrina de Atón (Esfera de los Libros)

Aún recuerdo la primera novela que leí con un personaje gay como protagonista, mucho antes de salir del armario. Se trataba de El muchacho persa, de Mary Renault. Yo tendría catorce o quince años y me la recomendó mi madre, no sé si porque ya intuía (como casi todas las madres) por dónde iba a ir yo o simplemente porque la novela es una maravilla. Para mí fue un hito. Había estudiado a Alejandro Magno en el colegio y también había leído algo más sobre él, pero nunca me habían hablado de su faceta bisexual. Leer sobre la relación que tuvo con Bagoas me impactó, me ayudó a terminar de definir mi propia personalidad y consiguió, además, que Alejandro Magno se convirtiera en mi personaje histórico favorito de todos los tiempos, cosa que sigue siendo así hoy, por cierto.

El Alejandro de Mary Renault me enseñó que se puede ser un líder sin necesidad de seguir los cauces establecidos. Que hombres que amaban a otros hombres también han cambiado el mundo. Que las personas gays, lesbianas, bisexuales y transexuales hemos existido siempre, por mucho que la historia se haya empeñado en silenciarnos.

Para mí, como adolescente gay, leer una novela histórica con un personaje queer como protagonista tuvo gran impacto psicológico. Me ayudó a sentirme «normal». Si el gran Alejandro Magno, que conquistó un imperio en siendo poco más que un chaval, había podido amar a otros hombres, ¿de qué tenía miedo yo? Sin embargo, el mérito de El muchacho persa va más allá de su papel para las personas LGTB. Al ser una novela mainstreaming, acercó la perspectiva queer a un abanico enorme de personas que, gracias a Mary Renault, saben hoy que el mundo es como es gracias a un hombre que no era heterosexual.

Mary Renault comprendió algo que todo escritor debe tener en cuenta: la literatura es un espejo.

Decía Valle-Inclán por boca de Max Estrella, el protagonista de Luces de Bohemia, que los héroes clásicos habían ido a pasearse en el callejón del Gato, cuyos espejos cóncavos deformaban su imagen hasta transformarla en una realidad diferente. Y es verdad, la literatura siempre es un espejo: nítido y plano si queremos escribir con realismo, cóncavo si apostamos por el esperpento como Max Estrella, incluso puede tratarse de un espejo mágico si decidimos adentramos en el océano de la fantasía. Hay muchos tipos de espejos, pero lo cierto es que toda obra literaria contiene un reflejo de la realidad.

Con la novela histórica se da un fenómeno único, y es que este espejo tiene dos caras: la que refleja el momento histórico en que se ambienta la novela y la realidad del momento actual. Los pilares de la Tierra, El primer hombre de Roma, El tiempo entre costuras o Azteca nos trasladan a tiempos y lugares lejanos, pero sin olvidar que el punto de partida es el presente. Los temas que se abordan en una novela histórica no pueden ser exclusivamente materia del pasado. También nos deben conectar con el presente.

Es decir, la novela histórica es una oportunidad única para revisitar el pasado con los ojos del presente.

Fotograma de la película ‘Alejandro Magno’ (Oliver Stone, 2004), que muestra a Alejandro con Bagoas.

La historia siempre ha sido parcial. Unos pocos elegidos, normalmente varones blancos heterosexuales, han decidido qué acontecimientos y qué personas merecían pasar a formar parte de los libros de historia. Así, durante siglos (si no milenios), han sido principalmente esos mismos varones blancos heterosexuales los que han pasado a la memoria colectiva como si la historia la hubieran escrito solo ellos. Las mujeres y las personas LGTB, por no hablar de los miembros de otras etnias, los discapacitados u otros muchísimos colectivos, han sido sistemáticamente ignorados de la historia oficial.

Hoy la mirada ha cambiado. No vivimos en el mejor de los mundos posibles, pero al menos nos hemos dado cuenta de que el mundo en que vivimos lo construimos entre todos, incluidas las mujeres, los gays, lesbianas y transexuales, los ricos y los pobres, los emigrantes, los catedráticos y los analfabetos, los gobernantes y los gobernados… y sí, claro, también los varones blancos heterosexuales.

La novela histórica lleva ya décadas mirando al pasado con esos nuevos ojos del presente, ojos para los cuales hay otros protagonistas de la historia además de los tradicionales. Son muchas las novelas históricas en las que las mujeres desempeñan un papel primordial. De Anna Karenina a la Sira Quiroga de El tiempo entre costuras, de Emma Bovary a Escalata O’Hara en Lo que el viento se llevó: hay muchísimas novelas históricas con una mujer protagonista, pero no ocurre lo mismo con los personajes LGTB. Mary Renault, que nació en Londres en 1905, sigue siendo una pionera y no son tantos los escritores que han seguido su estela.

Hay, por supuesto, notables excepciones, pero en su mayoría se trata de novelas que se han considerado de género: novelas de temática LGTB, no libros mainstreaming con una visión o un protagonista LGTB. El color púrpura pasó a la historia por el doble motivo de que su autora, Alice Walker, fue la primera mujer negra en ganar el premio Pulitzer y porque fue la primera vez que se otorgaba esta distinción a una novela que plasmaba una relación lésbica… gran parte de la cual, por cierto, quedó fuera de la película de Spielberg. Hubo casi que esperar a La canción de Aquiles de Madeline Miller para encontrar otro relato de amor homosexual en una novela orientada al público general… por no hablar de los personajes transexuales. Incluso dentro de la literatura de temática LGTB, los protagonistas trans son una excepción a la norma.

Cuando me puse a escribir La peregrina de Atón y concebí al personaje de Iltani, la hermana transexual de la famosa reina Nefertiti, quise emular a Mary Renault. Al igual que hizo ella con Bagoas y Alejandro, quise reivindicar a todas esas personas transexuales que han sido sistemáticamente obviadas de los libros de historia. Miré al Antiguo Egipto con los ojos de hoy y descubrí una realidad muy rica de la que, quizá, tengamos algo que aprender.

*Las negritas son del bloguero, no del autor del texto.

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