María Sierra: «El racismo antigitano naturalizado en Europa condicionó la falta de reconocimiento de las víctimas romaníes del nazismo»

Familias romaníes a punto de ser deportadas, en Asperg, Alemania, el 22 de mayo de 1940 (cedida por Arzalia)

Medio millón de gitanos europeos fueron asesinados sin piedad por la industria de la muerte del Tercer Reich. Muchísimos más sufrirían las políticas de discriminación y represión del nazismo, unas políticas muy similares a las que se aplicó al pueblo judío. Sin embargo, la tragedia del pueblo gitano fue silenciada durante décadas y aún hoy sigue ocupando un pequeño espacio del amplísimo discurso y memoria sobre el Holocausto y el nazismo.

Este jueves, aprovechando la celebración del Día Internacional del Pueblo Gitano, traigo a XX Siglos a María Sierra, catedrática de Historia Contemporánea en la Universidad de Sevilla y especialista en la historia de esta comunidad. Sierra ha publicado recientemente Holocausto Gitano. El genocidio romaní bajo el nazismo (Arzalia, 2020), un completo volumen que busca traer al público la tragedia de aquel pueblo a través del conocimiento histórico, su memoria y el análisis de varios testimonios y memorias de supervivientes. Para este blog, uno de los más interesantes libros de Historia publicados en España durante el año pasado.

Sierra reflexiona en esta entrevista sobre la memoria del genocidio gitano en la Europa y la España de hoy, sobre las lecciones que podemos aprender de aquel horror sobre la ciencia en estos tiempos pandémicos y sobre la historia en general. 

En su libro dice que se calcula que medio millón de gitanos europeos fueron exterminados por el régimen nazi, pero es un tema prácticamente desconocido para el gran público ¿Europa ha construido una memoria racista del Holocausto?

Es un hecho histórico ampliamente desconocido, aunque existan ya numerosas investigaciones sobre el tema, como muestro en mi libro. Lo que no existe, efectivamente, es conocimiento público, es decir una transmisión desde lo investigado por los historiadores y otros especialistas al espacio de los saberes comunes de nuestra sociedad. Los porqués de esta falta de transmisión son muy diversos, y quienes trabajamos en la universidad y los centros de investigación deberíamos ser los primeros en preguntarnos por ello. En este caso, la comparación con el caso judío es muy reveladora. Pero, incluso antes, habría que ser conscientes de la existencia de un racismo específicamente antigitano que está incrustado en la mentalidad colectiva de las sociedades europeas: este racismo naturalizado es lo que condicionó la falta de reconocimiento de las víctimas romaníes del nazismo después de la Segunda Guerra Mundial y lo que hoy en día sigue teniendo mucho que ver con la relativa invisibilidad de este genocidio.

¿El impacto y publicidad posterior del exterminio judío eclipsó al del pueblo romaní?

No se trata de una ecuación así de directa. Es cierto que no hay comparación entre lo que se ha investigado y difundido sobre un genocidio y otro: todo el mundo sabe del antisemitismo nazi y del sufrimiento de los judíos europeos en los campos de exterminio, difundido gracias a la infinidad de productos culturales (películas, series, novelas…) que lo han contado. La capacidad de representación política y la potencia científica, cultural e industrial de la comunidad judía tiene mucho que ver con esto. Pero también es cierto que el reconocimiento del holocausto judío no fue un hecho inmediato tras la derrota del nazismo y que los países vencedores de la Segunda Guerra Mundial tardaron en asumir la especificidad del genocidio del pueblo judío -al menos hasta los llamados juicios de Auschwitz o el juicio más mediático de Eichmann en Israel, que golpearon en la conciencia occidental-. Como explico en un capítulo de mi libro dedicado a la memoria del holocausto, algunos investigadores judíos estuvieron de hecho entre los pioneros en desvelar y poner ante los ojos de la sociedad las dimensiones del genocidio romaní, al encontrar en los archivos en los que buscaban huellas del holocausto judío abundantes pruebas del paralelo holocausto gitano. No es, por lo tanto, un eclipse en el sentido preguntado. El problema del tardío reconocimiento de las víctimas gitanas del nazismo tiene más que ver con el antigitanismo legal, institucional y social existente en Alemania y en toda Europa en las décadas de 1950-1970. Los tribunales alemanes posbélicos negaron que los sinti y roma hubieran sido perseguidos por el nazismo por causas raciales, considerando su detención y deportación como parte de una lucha supuestamente legítima por parte de la policía contra la delincuencia. Solo al final de los años 70 y primeros 80, activistas sinti y romaníes empezaron a lograr que se escuchara la voz de los supervivientes y se comenzara a atender a su demanda de ocupar un lugar en la memoria histórica de su país y de Europa.

Y eso que, quizá, la persecución entre unos y otros tenga mucho en común, el carácter racial,…

Sí, claro que hay mucho en común; de hecho, como explico en este libro, muchos de los procedimientos para la persecución y exterminio de los considerados “inferiores” racialmente por el nazismo fueron aplicados a judíos y gitanos por igual. Me refiero a las leyes que les excluyeron tempranamente de los derechos de ciudadanía, a utilización de la ciencia racial para crear argumentos supuestamente objetivos a favor de la exclusión y eliminación de estos colectivos, a la apropiación de sus bienes, a su reclusión en guetos y campos de concentración, al trabajo forzado al que fueron sometidos, a su asesinato masivo en campos de exterminio como el muy simbólico de Auschwitz (pero también otros muchos, menos conocidos), a ser víctimas de lo que los judíos han llamado la shoa por balas, es decir, el fusilamiento (u otras formas más cruentas) de muerte colectiva a manos de los Einsatzgruppen o grupos de acción especial que acompañaban al ejército alemán… y tantas otras cosas que no se pueden resumir en un solo párrafo.

¿Qué puntos de especificidad tendría el holocausto gitano frente a la persecución y extermino de otros grupos por parte del Tercer Reich?

Ciertamente, también hay elementos propios de un patrón de persecución específicamente antigitano. Uno de ellos es su precocidad: tan pronto como en 1933 se iniciaron ya esterilizaciones forzadas y detenciones de gitanos sinti alemanes, unas prácticas científico-policiales que manifiestan, por otra parte, una persecución y maltrato que venía de antes del ascenso de Hitler al poder. Otro elemento que me parece muy importante es el papel de científicos raciales, como Ritter, en la creación de unas categorías clasificatorias (“gitanos puros”, “gitanos mestizos”) tras forzar a miles de personas a someterse a estudio, aunque luego no se diferenciara entre unos y otros a la hora de la deportación a los campos. Un tercer dato, crucial, es el de la extensión social del antigitanismo: según Wolfgang Benz, un especialista en antisemitismo, los gitanos contaron aún menos con la solidaridad de sus convecinos que los mismos judíos. Ese antigitanismo tradicional, naturalizado por la sociedad, es el que hizo también que se les denegara el reconocimiento como víctimas del nazismo una vez terminada la guerra.

Prisioneros romaníes de la región de Burgenland (Austria) en Dachau (fotografía de F.H. Bauer / cedida por Arzalia)

Habla de los científicos del nazismo quienes justificaron el exterminio basado en supuestos de la ciencia. ¿No resulta un aviso al mundo actual?

Sí y no. No creo el peligro sea exactamente el de un desbordamiento de la ciencia en la actualidad hacia comportamientos carentes de deontología alguna, aunque puedan estar dándose casos. Me parece que este temor ante la ciencia es más bien parte del imaginario distópico que, por buenas razones, está muy de moda: virus que salen de laboratorios, células manipuladas sin control, seres clonados…, un conjunto de imágenes muy productivas mediáticamente, pero que nos distraen de otros aspectos de la relación de una sociedad con la ciencia que, al menos para mí, resultan más importantes,. Me refiero a la pregunta de qué ciencia estamos promocionando cómo sociedad, qué ciencia están diseñando nuestros gobiernos (con nuestros votos), qué saqueo de la investigación básica estamos ignorando en beneficio de los intereses empresariales... Sí creo, por otro lado, que en esta clave -la relación entre la ciencia y la sociedad- hay algo que a partir de la época de entreguerras puede ayudarnos a reflexionar sobre nuestro tiempo: la ciencia no es objetiva, la ciencia depende de su contexto social; en consecuencia, no podemos refugiarnos en “lo han dicho los científicos”: tenemos que asumir una responsabilidad hacia lo que se considera científico y no renunciar nunca al ejercicio del pensamiento crítico. El marchamo de científico no sirve para avalar cualquier política. Si no alimentamos nuestro espíritu crítico y autocrítico, nos situamos del lado de aquel fiscal que, en un juicio al que se llevó a una colaboradora de Ritter en la posguerra, consideró que ésta había hecho un favor a una joven gitana al indicar que debía ser esterilizada porque quería casarse con un ario, porque con ello la protegía supuestamente de un mestizaje que hubiera sido problemático en términos social y científicos.

En la segunda parte del libro rescata y recupera testimonios de víctimas del exterminio, ¿la personificación, la búsqueda de historias personales es fundamental para buscar la empatía?

Para mí ha sido fundamental complementar la historia general del genocidio romaní, de la que se hace un estado de la cuestión crítico y actualizado en la primera parte del libro, con la atención y el estudio de los testimonios de los supervivientes, especialmente de una serie de memorias publicadas a partir de 1985. Esta es la fecha de publicación de las memorias de Philomena Franz, la primera sinti que se tuvo el valor de publicar un testimonio de este tipo. Estoy ahora precisamente ultimando la edición de estas memorias suyas en español. Si se compara la fecha con la de las publicaciones de las memorias de supervivientes políticos o judíos, se hace evidente la duración perversa del muro de silencio en torno a las víctimas gitanas del holocausto nazi que existió durante mucho tiempo, por las causas ya comentadas entre otros motivos. En general, el valor del testimonio de los supervivientes del holocausto es inmenso, algo que la sociedad actual debe agradecer en su justa medida a todos y cada uno de ellos: supone valor y compromiso social, pero también encierra mucho sufrimiento. En el caso de los supervivientes gitanos esto debe ser especialmente tenido en cuenta, pues las condiciones para hablar de su holocausto han sido aún más difíciles que las del resto. El valor de sus testimonios, cuando son elaborados además en formas de memorias, como las varias memorias publicadas a las que se hace referencia en este libro, es extraordinario. Por un lado, permite poner caras y nombres a las víctimas de un genocidio y en consecuencia aproximarse al conocimiento histórico desde una actitud empática que es muy pertinente en este caso, en el que dominan los estereotipos negativos. Por otro lado, estas memorias nos cuentan no solo lo que fue la persecución nazi y el holocausto, sino que nos hablan también -a veces con lujo de detalles- de las formas de vida de las familias gitanas antes de la llegada del nazismo, nos informan de sus actividades económicas, de su cultura, de su forma de entender el mundo; todo ello ayuda también a cuestionar la acumulación de estereotipos negativos en torno al pueblo gitano.

Ena Lauenburguer en las fotografías hechas por la policía criminal en Magdeburgo, 1939 (cedida por Arzalia)

¿Divulgar y llevar a la sociedad es solamente cuestión de justicia con el pasado?

La historia se hace desde el presente; habla del pasado, pero de un pasado que interesa en el presente; si no, no es historia, es erudición de anticuario. Por eso investigar en historia es comprometerse con el presente -y el futuro- de la sociedad en la que se vive. Cuando se habla de memoria histórica se piensa en un acto de justicia con los que vivieron determinados acontecimientos históricos, en el pasado, pero se habla también -y muy urgentemente- de la sociedad del presente: cuáles son sus criterios de justicia, cuánto de crítica consigo misma conviene que sea, qué nos define como comunidad de cara a las generaciones próximas. Los y las superviviente romaníes del holocausto que se atrevieron a hablar, a escribir, a ir a colegios, a dar entrevistas… lo hicieron por compromiso con su presente: querían justicia para las víctimas, pero también querían (quieren) que la injusticia no se repita, que las generaciones jóvenes sepan lo que pasó para estar advertidos de dónde lleva el racismo y puedan evitarlo. En el caso concreto que acabo de citar, el de Philomena Franz, fue el hecho de que uno de sus hijos fuera insultado en el colegio por ser gitano lo que activó el proceso de dar testimonio de lo sufrido en el pasado ante el público, buscando otro futuro colectivo.

España, con su mezcla entre racismo y apropiación cultural de lo gitano, ¿no debería ser un país más activo en la recuperación de esa memoria?

En España se da, efectivamente, la paradoja de combinar un antigitanismo tradicional, que es paneuropeo, con la utilización de “lo gitano” como parte destacada de la simbología de una determinada versión de la identidad nacional. Esta última operación arrancó a finales del siglo XVIII ya, y se consolidó de mano de los muchos viajeros europeos que en el Romanticismo vinieron por España y construyeron una imagen exótica del país, dentro de la cual la figura del gitano/ la gitana se erigía como prototípica. Las elites políticas y culturales españolas participaron también en esta operación de creación de símbolos y, como sabemos, en el siglo XX se han dado versiones de “gitanofilia” de distinto color político. Pero, por debajo de estas imágenes de gitanos de ficción, la sociedad española mayoritaria no ha respetado a los gitanos de carne y hueso. No se ha interesado por su historia: resulta tan poco conocido como el genocidio romaní bajo el nazismo el hecho de que en el siglo XVIII, bajo Fernando VI, se proyectó un plan de prisión general de la población gitana de este país orientado a su extinción biológica. Fue la llamada “Gran Redada”, que desarraigó a muchas familias gitanas asentadas, por medio del encarcelamiento, la separación de familias, el trabajo forzado y la desposesión de sus bienes. No es extraño que las agrupaciones gitanas en España actualmente relacionen la Gran Redada con el holocausto nazi en su discurso sobre la memoria histórica. El pueblo gitano en España ha estado excluido de las narrativas históricas habituales por mucho que lo gitano se considere parte de la cultura española.

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