Francisco Narla: «Estaba harto de oír sandeces y exageraciones sobre la Reconquista»

Francisco Narla, en el Museo de las Navas de Tolosa (JESÚS DELGADO / cedida).

Francisco Narla (1978) regresa a las librerías tras Laín, la novela con la que obtuvo el premio Narrativas Históricas Edhasa, y vuelve a la Edad Media que también conoce. «Harto de oír sandeces sobre la Reconquista», el escritor gallego se adentra en ese período tan crucial como actualmente polémico para meternos en las calzas de un atajador -«una suerte de boinas verdes de la época»- y nos ofrece una breve historia de redención y aventuras ambientada en nuestra Edad Media. La novela se titula Fierro (Edhasa, 2019).

¿Cómo nace la idea de escribir Fierro?

Como en tantas otras ocasiones, me topé con la historia, casi puede decirse que me atropelló. Yo estaba investigando ese controvertido período de la Reconquista y lo estaba haciendo por mero interés personal. Estaba harto de oír sandeces, exageraciones y demás exabruptos; quería formarme una opinión sobre tan discutidos tiempos y, para hacerlo, no quedaba otro remedio que arremangarse. Empecé a leer, tanto a los de un color como a los del otro, consulté con varios catedráticos y, además, hice varios viajes a distintas zonas que fueron importantes en diferentes momentos del período. En uno de ellos, vagabundeando por el valle del Guadiana, me entretuve con visitas a todas las fortalezas que tuvieron valor estratégico en el momento en que el río supuso frontera entre la morería y la cristiandad. Así conocí la fortaleza de Alarcos. He de reconocer que no tenía idea del episodio hasta que comenzó ese estudio que menciono y la visita a Alarcos fue el detonante. Descubrí una fortaleza que llevaba abandonada casi ocho siglos, un lugar lleno de dolor y fantasmas. Los cimientos de la misma son una inmensa fosa común. Tras vencer a los cristianos, los morabíes aprovecharon las zapatas abiertas para deshacerse de hombres, mujeres, niños, caballos, mulas…. Es un terrible osario que cuenta una historia terrible. Así nació Fierro, con la idea de rescatar ese horrible episodio.

¿Por qué un atajador?

Por que no quería contar la historia a través de los ojos de un rey, un califa, un conde o cualquier otro de los hombres señeros de aquel tiempo. Quería contar la historia de un donnadie vapuleado por esa guerra que parecía no tener fin. Quería acercarme al lector, al hombre común, que nada o poco puede hacer para cambiar los designios de sus gobernantes, menos aún en aquellos tiempos en los que ni tan siquiera se podía ejercer el derecho a votar. Y, de entre todos esos hombres sin nombre, los atajadores, tan desconocidos, me parecieron atractivos. En primer lugar, había muchos gallegos dedicados a tales menesteres y, como siempre, para mí es importante hablar de mi tierra. Pero es que además eran tipos de lo más curioso, una suerte de boinas verdes, de especialistas en emboscadas, trampas, aguadas, forrajeos y cualquier eventualidad. Me resultó una figura atractiva la del atajador y me decidí a usarla porque me daba juego desde el punto de vista narrativo.

Tras Laín, Fierro es una novela totalmente diferente, pero también con muchas conexiones entre ellas…

Ambas son hijas del mismo padre, y es natural que compartan elementos reconocibles. Pero sí, sin duda, es una novela muy diferente. Laín es una novela de crecimiento, acompañamos a un crío desde su infancia hasta su edad adulta. En el caso de Fierro, se trata de una novela de redención, un hombre acabado, maldecido por su tiempo, encuentra el modo de seguir tirando.

Sobre la Reconquista se ha escrito, es uno de los temas favoritos de los lectores españoles, ¿qué se puede aportar nuevo a esta época?

No se ha escrito tanto como parece, en realidad ese río suena mucho más del agua que lleva. Pero, por desgracia, mucho de lo que se ha escrito está sesgado por ideas políticas o sembrado de intenciones aleccionadoras. Yo he querido hacer algo limpio, libre de tendencias y ajustado en lo posible a la horrible realidad de aquellos difíciles tiempos. En cualquier caso, es una novela, no un ensayo histórico. He querido acercar al lector hasta un momento mucho menos conocido de lo que se cree, porque a todo el mundo le suena el nombre, pero a pocos le resultan familiares los detalles, pero también he querido escribir una buena historia, ese debe ser siempre el objetivo del novelista: contar una historia que merezca la pena.

¿Escribir a día de hoy sobre la Reconquista es meterse en un jardín?

Lo es, y fue una decisión completamente consciente. Como ya he comentado, estaba harto de leer textos en los que se percibían tendencias e ideologías. Yo comprendo que, como el periodista, el historiador no puede ser completamente objetivo, pero en el caso de la Reconquista, como en el de la Guerra Civil, hay un insoportable exceso de exageraciones. Existen algunos trabajos limpios de polvo y paja, pero la abundancia de opiniones torticeras es abrumadora, especialmente cuando el que las da no es historiador, sino políticos, intelectuales venidos a más y advenedizos cualesquiera. Por desgracia, como en tantas otras ocasiones en la vida, las ideas simplonas y las exageraciones calan fácilmente.

En sus presentaciones, siempre cuenta algunos de sus hobbies y habilidades que le han servido para escribir sus novelas, ¿en Fierro cuáles han sido?

Bueno, la arquería ayudó, como es lógico. Las técnicas de los llamados turcos agasíes eran muy particulares y el hecho de ser aficionado al tiro con arco fue una ayuda, sin duda. Pero en el caso de Fierro se dio una circunstancia especial. Decidí que mi personaje hiciera su vida dedicándose a las abejas, pues la apicultura sería uno de los pocos trabajos honrados que hubiera podido practicar en la frontera que supuso el Guadiana, llena de cuatreros, bandoleros y desahuciados de la guerra. Era una suposición lógica, pero yo no tenía idea de apicultura, así que me tuve que poner a investigar y a aprender. A día de hoy, yo tengo colmenas en casa, tres actualmente y planeo añadir otras dos para la siguiente primavera.  La verdad es que siempre me meto muy a fondo en el tema de la investigación y la documentación y es maravilloso espantar las fronteras de nuestra propia ignorancia.

¿Cómo valora el momento de la novela histórica en España?

No sé si tengo el criterio o la posición para emitir un juicio al respecto. Pero lo intentaré. En cuanto a los autores, afortunadamente contamos con buena tradición y prometedora cantera. Lo cierto es que en ese sentido, creo que no hay queja. Uno de los autores más señeros del género a nivel mundial es mi admirado Posteguillo y creo que ese carro, el de los autores, está bien provisto. En cuanto a las editoriales, sin duda el repunte de Edhasa como buque insignia del género es una gran noticia y da la sensación de que muchos sellos hacen apuestas que permiten respirar entre tanta novela negra. El problema no radica en ninguna de esas dos patas del sector, el problema radica en que el mercado editorial se contrae desde hace años. Bien por la perniciosa crisis, bien por la incomprensible piratería digital, bien por el cambio en los hábitos de consumo. Se venden menos libros, de lo poco que se vende, mucho se piratería, y cada vez hay más lectores que han sustituido las páginas por las series. Y, la verdad, eso es algo sobre lo que sí estoy seguro de que carezco de elementos de juicio suficientes como para elaborar una opinión fundamentada. A lo mejor los novelistas tenemos que convertirnos en guionistas, al fin al cabo, yo creo que la gente seguirá consumiendo narrativa, sea en el formato que sea.

¿No le parece que el género no está sabiendo cautivar al público joven?

Pues no lo sé, sinceramente. Yo en las firmas de ejemplares y en los encuentros con los lectores me topo con muchos jóvenes que se acercan a la novela histórica desde las distopías medievales, como Juego de Tronos. No tengo datos como para dar una opinión rigurosa, pero así, a bote pronto, diría que la lectura en general está perdiendo al público joven.

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