Un viaje literario a La Rioja del siglo XIX: ‘La fuente de los siete valles’, de Felix G. Modroño

Este 2019, Félix G. Modroño ha regresado a las librerías con su sexta novela, La fuente de los siete valles (Erein, 2019). En ella, nos traslada a La Rioja del siglo XIX a donde regresa el protagonista de la novela, Pablo Santos, tras dos décadas trabajando en los Archivos Vaticanos. Vuelve para encontrar unos libros desaparecidos del monasterio de San Millán de la Cogolla, uno de ellos guardaría un secreto alquímico, pero en su búsqueda lo enfrentará con su propio pasado. La novela desprende un aire de homenaje al mundo del libro, al vino, a las tierras donde se ambienta la novela y al propio monasterio de San Millán.

¿Cómo nació la idea de escribir La fuente de los siete valles?

Todas mis historias nacieron por culpa de un estado emocional. En este ocasión, el germen surge porque escuché a mi padre hablar con su imagen en el espejo y decirle que no se reconocía. Supongo que llega un momento en nuestra vida en el que no nos identificamos físicamente con nuestra imagen. Nos resistimos a envejecer. Mi novela trata de eso, del anhelo por la eterna juventud.

¿Cómo fue el proceso de documentación?

Laborioso pero gratificante, como siempre. Una vez que decido ambientar en un determinado marco y momento históricos, comienzan las lecturas de cuanto está relacionado con mi historia y, por supuesto, las estancias en los escenarios que luego narraré. Calculo que este proceso me lleva un año, ya que leo casi cien libros. No empiezo a escribir hasta no sentirme cómodo. La narración debe brotar de modo natural, sin alardes de conocimientos. Para mí la ambientación es fundamental en mis novelas y yo diría que el denominador común de todas ellas. Intento que el lector lea con todos sus sentidos, no solo con el de la vista.

¿Tiene alguna vinculación personal con La Rioja?

Ninguna antes de escribir la novela. Ahora la siento mía. Necesitaba un monasterio como escenario y se me ocurrió que ninguno mejor que San Millán de la Cogolla, donde aparecieron algunos de los primeros textos en castellano y en euskera. La fuente de los siete valles es un homenaje al conocimiento, durante siglos encerrado únicamente en los libros. Descubrir La Rioja del siglo XIX ha sido una delicia.

No recuerdo ninguna novela ambientada en el siglo XIX en La Rioja, así que podríamos decir que es una ambientación original, pero sí es cierto que en los últimos dos años están saliendo muchas novelas decimonónicas ¿está recuperando la narrativa española el interés por ese siglo capital para la historia de España, después de que lo contaran tan bien Galdós o Baroja?

Mi primer acercamiento al siglo XIX como escritor lo hago en La ciudad de los ojos grises, publicada en 2012, así que mi pasión por el XIX no es reciente. No me extraña que ese siglo resulte tan atractivo porque no puede ser más literario. Es cierto que fue tratado magistralmente por autores que lo vivieron y cuyas lecturas para escribir sobre esa época son imprescindibles. Sin embargo, narrar desde la distancia también tiene algunas ventajas. El XIX, al igual que le ocurre a la primera mitad del XX, queda lejano pero no lo suficiente para mantener la nostalgia. Quizás por eso mis novelas decimonónicas tienen ese aire evocador. Yo tampoco recuerdo ninguna novela ambientada en La Rioja del XIX, de ahí que mi cuidado por la ambientación haya sido especialmente cuidado. Espero que tanto los riojanos como el resto de lectores lo puedan valorar.

El contexto de las desamortizaciones tampoco había sido muy tratado en ficción histórica y seguramente tenga muchas historias dentro…

Cierto. Eso es algo que me llamó la atención. Las desamortizaciones son fundamentales para entender la historia de España, no solo por el retroceso cultural que supusieron sino también porque conllevaron el cambio social que ahora sufrimos. El abandono del medio rural para vivir en las ciudades tuvo que ver con la conjunción de la Revolución Industrial y el encarecimiento de las tierras para ganaderos y campesinos después de que pasaran a manos de las fortunas privadas. Pero en medio de las desgracias, siempre hay historias maravillosas como la de los vecinos de San Millán de la Cogolla que, durante décadas, escondieron celosamente en sus casas muchos de los libros del monasterio para que no fueran expoliados.

La historia del libro rezuma amor por la tierra, por los orígenes, por la lengua, por los libros, ¿quizá sea un mensaje necesario en estos tiempos globales y tecnológicos? En tiempos donde solo miramos al futuro, quizá haya que pararse a mirar al pasado…

Intenté dotar a la novela de un halo de Romanticismo. De ahí esos homenajes de los que hablas. Incluso con un punto necesario de fantasía. Las nuevas tecnologías nos están adentrando en nuevas experiencias, pero también en nuevas adicciones, comunes a todos; por lo que esta globalización puede terminar por convertirnos en seres semejantes, sin identidad propia. Por eso es tan importante saber de dónde venimos y conocer que hubo un tiempo en el que se vivía más despacio, de forma más sosegada. Y que la prosperidad no es sinónimo de felicidad.

Tras una época donde los grandes lugares, las grandes historias han copado el género histórico (la Barcelona Medieval, el Madrid del siglo de Oro, la Roma antigua…) hay que también las historias fascinantes de los pequeños lugares… Porque en cualquier lugar hay historias interesantes del pasado…

Cuando escribí La ciudad de los ojos grises me llamaba la atención que las grandes ciudades literarias fueran solo Madrid o Barcelona. Por eso quise reivindicar Bilbao. España tiene un pasado tan rico y cada lugar unas señas de identidad tan propias que es una pena que no ocupen más espacio en nuestra literatura. Yo me encuentro muy cómodo haciéndolo porque me permite dotar a mi obra de esa originalidad necesaria para mantenerse viva en la memoria del lector.

Esta es su sexta novela y, si no recuerdo mal, todas han estado ambientadas en el pasado, ¿todo tiempo pasado es ya literatura?

Pues, de momento, pienso seguir en esa línea. Es vocacional sin que yo lo supiera. De niño, cuando me preguntaban qué quería ser respondía que historiador o periodista. Y al final me he convertido un poco en eso: en un narrador de historias pasadas, aunque en su mayor parte sean ficción, pero el contexto histórico lo respeto tanto como soy capaz. Lo que más me interesa de la historia son sus personajes, pero no los hechos por los que pasaron a las enciclopedias sino su persona, su personalidad. Me encanta humanizarlos y moverlos por su vida cotidiana. Eso sí es literatura.

La novela histórica, ¿es una buena herramienta de divulgación histórica o debemos tomarla únicamente como literatura?

Dentro de la novela histórica hay varias ramas y, desde luego, no es lo mismo la ficción íntegra que la historia novelada -género que leí mucho de adolescente-. Intento que mis novelas sean algo más que eso. Por supuesto que la trama principal es ficción, pero enmarcada en un contexto histórico que no puede ser más real. Mi propósito es escribir buena literatura, sin dejar de ser didáctico.

¿Por qué cree que el género histórico todavía despierta recelos y a veces se lo minusvalora como un género menor?

Yo no creo en géneros menores. Hay obras maestras en cualquier género, pero también que es muy difícil ser escritor. Los extremos siempre son perniciosos. Huyo tanto de los culturetas como de los autores de literatura de consumo, de la literatura basura de usar y tirar. Creo que se pueden escribir buenas novelas y cuidar la prosa sin renunciar al entretenimiento. Así que para mí no hay géneros menores sino autores menores.

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