J.C. Sánchez: «Somos el único país del entorno europeo que no ha restañado sus heridas de manera correcta»

José Carlos Sánchez (cedida)

José Carlos Sánchez (Madrid, 1976), hombre de medios y letras, llevaba ya mucho tiempo rondando su debut novelístico y este 2019 lo ha logrado con Cuando tomábamos café (Raspabook, 2019). Una novela de personajes y personas, y de lugares, Madrid, y de un momento histórico muy concreto: los años finales del franquismo y la explosión del caso Matesa. Una vez más, la literatura sirve para bucear en el pasado, rescatarlo y reflexionar sobre él.

Poemarios, ensayo, relatos, has presentado programas culturales en radio y, por fin, tu debut en novela… ¿Por qué ahora este salto? ¿Ha costado mucho llegar hasta aquí?

Bueno, el resultado lo podemos leer ahora. Pero siempre he querido escribir novela. Ha sido publicada este año, pero hay mucho tiempo de trabajo detrás. Digamos que he atravesado por un largo camino de sacrificios personales y profesionales que, finalmente, han desembocado donde nos encontramos ahora. Sin temor alguno a equivocarme puedo decirte que todos esos sacrificios, que te comentaba anteriormente, han merecido la pena.

El título reza Cuando tomábamos café,… ¿lo ha dejado mientras escribía?

(Risas) No. Creo que eso es casi tan difícil como que deje de escribir. Una práctica es indivisible de la otra. Ahora que lo pienso, no me recuerdo escribiendo sin mi taza de café cerca.

Madrid y los años finales del Franquismo, ¿por qué esas coordenadas para ambientar Cuando tomábamos café?

De pequeño me gustaba sentarme delante de la televisión a ver las películas españolas. Toni Leblanc, Pepe Sacristán, Gracita Morales, Sonia Bruno… La gran mayoría estaban ambientadas en una época parecida. Se narraba con maestría ciertos aspectos de la dictadura, del ambiente en las ciudades, de las clases sociales, sorteando con habilidad la tijera del censor. Me gustaba la idea de recrear en la novela un momento de nuestra historia del que pocas veces se había hablado en la literatura, pero sí en otras artes. Normalmente es al revés. Hablamos de una época en la que España comienza a despertar, tímidamente, del letargo que suponía la dictadura. A sacudirse el miedo y a abrirse un poquito al resto del mundo. Es el momento que algunos historiadores han denominado como de “aperturismo y crecimiento económico”. Un momento en el que florecieron los especuladores, los lobos sedientos de poder y dinero. Algo de lo que no se escapó la clase “política”. Más o menos como ahora. En el caso de Madrid la elegí por tratarse de mi ciudad. Por ser el epicentro de todo para lo bueno y para lo malo. Y por rescatar una zona en la que la cultura, la literatura, siempre estuvo muy presente y jugó un papel muy importante. Creo que, las generaciones actuales, tenemos una deuda importante con ciertos lugares de la cultura y con las españolas y españoles que nacieron en los años cincuenta. Pienso que no se les ha reconocido lo suficiente su contribución a nuestro bienestar.   

Uno de los ejes de la novela es el caso Matesa, uno de los mayores casos de corrupción del franquismo y de los que la ficción había hablado poco hasta ahora…

Sí, efectivamente. Quizá no ha sido de interés para otros compañeros y compañeras. A mí me resultaba muy curioso cómo Juan Vilá, un empresario catalán que llegó a ser presidente del equipo de fútbol Español R.C.D, se convirtió en un referente en la sociedad española y era utilizado como ejemplo de emprendimiento por las autoridades del Régimen. Cuando se descubrió que compraba voluntades políticas de altos cargos y se apropiaba de ayudas para la exportación de los, supuestamente, maravillosos telares IWER que nunca llegaron a funcionar, fue un auténtico cisma. Las luchas internas de poder en el gobierno de Carrero Blanco, entre tecnócratas por un lado y opusdeistas por otro, fue el perfecto caldo de cultivo para que parte de la prensa de entonces intentase menear el avispero. El caso Matesa sirvió para tirarse a la cara, de manera pública, las distintas desavenencias que existían entre los altos cargos. Hasta que Franco decidió acabar con todo ello y modificar el gobierno. Se llevó a cabo un juicio, que fue un perfecto paripé. Se condenaron a algunas personas y la mayor parte de los verdaderos culpables fueron indultados a los pocos meses. Lo dicho, todo un paripé. Pero me resultaba muy interesante para hacer girar la trama principal en torno a ello.

¿Cuánto tiene de su vida de esta novela?

Soy de los que opina que en todas las novelas hay parte de la vida de su autor. No concibo la literatura de otra forma. Somos las vivencias que acumulamos y esto es indivisible de las razones que nos llevan a escribir. De mi vida, realmente, en la novela no hay nada. Por una razón: nací después del año 1969. Pero sí que cuenta con aspectos que tienen que ver con lo que soy actualmente. Pasé mucho tiempo de niño en la Glorieta de Bilbao. Disfruté de los churros en el Café Comercial. Quise ser escritor como todos aquellos a los que veía garabatear sobre las mesas de mármol con su café humeante al lado. Igual que Constanza. Las hermanas Martos están basadas en dos personas maravillosas que formaron parte de mi vida, Josefina y Concepción Pérez Mateos. Dos mujeres extraordinarias muy vinculadas a la figura de mi madre. El quiosco de prensa que tuvo mi abuelo en la calle San Dámaso. Mi interés por rendir un tributo a aquellas mujeres y hombres de la generación del medio siglo… Sí, hay aspectos que tienen relación con personas que estuvieron en mi vida. Pero no se trata de mi vida sino de la influencia positiva que ejercieron sobre ella. 

En esta novela, donde vemos el idealismo previo a los tiempos de cambio, pero también lo convulso de esos momentos, ¿tiene alguna clave en el que el lector vaya a ver reflejado su presente?

Creo que va a poder observar situaciones muy parecidas a las vívidas en los últimos tiempos con los casos de corrupción y su presencia en los medios de comunicación.  Esta va a ser una circunstancia muy importante que llevará al lector, bajo mi punto de vista, a plantearse si los hechos narrados podrían, perfectamente, situarse en el contexto actual.  Por otro lado, algo en lo que he puesto especial interés es el papel de la mujer. En la actualidad vemos cómo, poco a poco, se tratan de conquistar espacios en distintas profesiones y en la vida pública, que pertenecen por derecho propio a la mujer. Aún así, es complicado, cuesta mucho hacer entender. Se utiliza como caballo de batalla político y como arma arrojadiza algo que debería ser de lógica: la igualdad real de sexos y de oportunidades.  Es un hecho que está muy presente en la novela.  Se puede entender como una reivindicación aunque no lo pretendo. Las mujeres no necesitan que ningún hombre enarbole banderas para la defensa de sus derechos porque ellas solas se bastan y se sobran. Pero sí que, apoyar y educar en igualdad, es un trabajo que también nos compete a nosotros.  Esta novela es una lanza en favor de aquellas mujeres brillantes de esa época que fueron silenciadas en sus conquistas profesionales por el simple hecho de ser mujeres. Podrían haber sido, o son, mi madre, mis abuelas, mis tías o la de cualquier persona que ahora lee esta entrevista.

¿Cómo ha sido la labor para recrear esa época? ¿Cómo ha trabajado la documentación?

Muy divertido. Es una parte de mi trabajo que me encanta. Bucear en el pasado, contemplar fotos antiguas, ver películas, captar la manera de hablar de unos y otros, preguntar a personas que vivieron en aquella época y que frecuentaron ciertos lugares como “Julia” una discoteca muy del gusto de los policías de la DGS, por ejemplo. Me considero una persona muy curiosa y la documentación de una novela, además de muy importante, me parece fascinante y gratificante. Tengo que reconocer que bucear en los archivos digitalizados de prensa de la Biblioteca Nacional o sumergirme en internet en busca de manuales sobre ciertos aspectos que aparecen en la novela o entrevistas con presos en los calabozos de Sol, ha sido apasionante. Duro por momentos, pero apasionante. Estoy muy de acuerdo con los compañeros y compañeras que hablan de que una novela ha de ser verosímil y no veraz, pero soy meticuloso y no me gusta faltar a la verdad sobre algún detalle cuando puedo dedicarle un tiempo a solucionarlo y ajustarme lo máximo posible a la realidad. Por poner un ejemplo. Estuve buscando, hasta dar con él, el itinerario y los números de las líneas de autobús que pasaban por la calle Fuencarral, solo para una línea de diálogo entre Pepín y Don Errequeerre. Hasta ese punto puedo ser maniático. Con todo, estoy convencido de que alguna persona que vivió aquella época podrá sacar punta a algún aspecto. Siempre pasa.

Hay un tópico mal repetido que dice aquello de “otra novela/película sobre la Guerra Civil”, “o de la posguerra”… pero, sin embargo, del final del Franquismo se ha escrito bastante menos, ¿a qué lo achaca? ¿Acaso esos momentos tan críticos para España durante el siglo XX, no son de lo que más se debería escribir?

Creo que no se ha escrito todo al respecto de la Guerra Civil. Queda mucho por contar. Buena muestra de ello son los cientos de miles de personas que hay aún enterrados en las cunetas sin identificar. Somos el único país del entorno europeo que no ha restañado sus heridas de manera correcta y se ha congraciado con la historia. Políticamente creo que interesa seguir generando bandos porque eso desvirtúa el verdadero debate. Yo lo tengo claro. Pero no deja de ser mi opinión. Lo que vino después no es más que una consecuencia de aquel momento. El final del franquismo fue un momento oscuro, como toda la dictadura. La guerra quizá resulta más atractiva a la literatura o el cine por la acción, los hechos supuestamente emotivos que pueden darse… no sé. A mí me interesan las personas. Narro historias basadas en las personas, en sus comportamientos y en sus motivos. Y en estas condiciones, ni los buenos son muy buenos, ni los malos son malísimos. Todos tenemos luces y sombras. Esto es lo que más me interesa. El contexto histórico es importante. Sobre todo por la cantidad de información poco creíble o interesada al respecto que existe. Me interesa saber de dónde venimos para poder establecer un punto de partida y no errar tanto el tiro en el hacia dónde nos dirigimos. Creo que hay mucho dirigente pendiente de no querer avanzar, de no abrir las ventanas, de dejar muchas cosas bajo la alfombra. Eso no es sano para la democracia. No es saludable para el pueblo y, por supuesto, llama la atención de aquellos a los que como a mí, nos gusta imaginar realidades paralelas o investigar sobre la veracidad de lo que nos contaron. Amenazo con publicar, en un futuro cercano, una nueva historia ambientada a principios de los 80. Eso puede ser de traca ¿No? Pues no lo descartes. (Risas) 

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