Mickaël Correia: «El fútbol negocio se ha apoderado siempre del deporte del pueblo»

Mickael Correia (FOTO: (c) Yann Castanier / CEDIDA POR EDITORIAL HOJA DE LATA)

Esta semana hablamos mucho de fútbol por muchos motivos: las finales de Copa del Rey, Europa League y Champions, el próximo arranque del Mundial femenino, una tremenda operación contra los amaños en el fútbol profesional, los fichajes de cara a la próxima temporada… Eventos informativos que parecen demostrar lo que cuenta el periodista francés Mickaël Correia (Tourcoing, 1983) en su reciente libro aparecido en España, Una historia popular del fútbol (traducción de Irene Aragón, Hoja de Lata, 2019).

Correia repasa la historia del fútbol y lo ensalza como un deporte que ha reflejado la lucha de clases y han vehiculado a distintos movimientos sociales y políticos. Como escribe Carlos Viñas en su prólogo, «es una metáfora que nos ayuda a comprender el mundo que nos rodea«.

Por las páginas de este libro viajamos por los graderíos de medio mundo y por la historia del deporte rey desde sus primeros pelotazos en tiempos romanos hasta hoy. Asistimos a su peso en resistencias obreras, movimientos contra las dictaduras; al despertar del fútbol femenino; o a esa lucha entre el fútbol mercantilizado global y una práctica deportiva practicada y seguida por millones de personas y, sobre todo, social y políticamente comprometida.

Este libro es un canto de amor a las esencias sociales y profundas del fútbol. Y quizá también ¿tiene algo de tirón de orejas a cierta izquierda que olvida sus orígenes y mira hacia abajo con prejuicios elitistas y desprecio hacia los deportes y prácticas culturales que ven como el “opio del pueblo”?

M.C: Efectivamente, pocas figuras intelectuales de izquierda han reivindicado su amor al esférico, salvo contadas excepciones como Albert Camus, Pier Paolo Pasolini o Jorge Semprún.  La crítica mercantil del fútbol fue formulada por universitarios y pensadores de izquierda y dio lugar, principalmente durante los años setenta en Francia, a una teoría crítica del deporte. Dichos intelectuales vieron en el deporte y especialmente en el fútbol una ideología a la vez capitalista y fascistoide, un modo de gobierno y sobre todo un nuevo opio del pueblo. El problema de esta crítica es que se basa principalmente en la idea de la alienación. Las clases populares serían «masas» que, detrás de la pantalla o en los estadios, estarían alienados por el espectáculo mercantil. Un espectáculo que los apartaría de las preocupaciones políticas y del movimiento social. Pienso que este planteamiento roza la condescendencia y muestra un puro desprecio de clase, como si las personas procedentes de los entornos populares no tuvieran una cultura propia y no fueran seres políticos. Esta crítica del fútbol no hace distinción entre la ideología deportiva, vehiculada por el poder y sus instituciones, y la ética popular del juego, en la que el motor primero es el placer de enfrentarse con el otro y sobre todo la alegría de jugar.

El fútbol es uno de los elementos culturales más vertebradores de las clases populares, y simplemente por ello ya merece ser centro de interés y de estudio como objeto social y político. Uno de los motores de este libro es justamente la de trazar una historia «por debajo» del fútbol, como práctica y como espectáculo, y la de mostrar cómo, desde sus orígenes y a lo largo de la Historia, los diferentes grupos sociales oprimidos se han apropiado del fútbol para contestar al orden establecido, ya sea este patronal, dictatorial, colonial, patriarcal o todos ellos a la vez. Con el fútbol han surgido nuevas formas de luchar, de resistir, de organizarse, de expresarse; en una palabra: de existir. Lejos de ser un opio del pueblo, se ha convertido también en un espacio de emancipación para los obreros, las mujeres, los pueblos colonizados, la juventud de los barrios populares…

Como ciertas ciudades, el fútbol se está convirtiendo en una actividad más “para turistas” que para  sus verdaderos “habitantes”… En su libro habla de gentrificación de los estadios…

M.C: Para los grandes clubes, el objetivo ya no es atraer hinchas a los estadios sino consumidores solventes. Dichos estadios se parecen cada vez más a parques de atracciones hipersecurizados y se han convertido en laboratorios de nuevas políticas de represiones policiales. Olvidamos demasiado a menudo que los hinchas fueron uno de los primeros grupos sociales objeto de medidas jurídicas de excepción y de delitos específicos, tales como las prohibiciones de ingresar en estadios y las restricciones de desplazamiento. Existe una verdadera estrategia por parte de algunos grandes clubes y de las autoridades futbolísticas para eliminar a los hinchas más fervientes.

Además, asistimos actualmente a una auténtica gentrificación de las gradas en Europa, un movimiento que viene de Inglaterra, donde hoy día un abono de estadio para la Premier League cuesta de media 600€. En el Liverpool, gran club de esencia obrera, el precio de los asientos más económicos aumentó un 1100% entre 1990 y 2011. Lo mismo en Francia, donde por ejemplo en el Marsella, uno de los clubes más populares del país, el precio de las butacas ha aumentado un 120% en cuatro años. Esta subida de precio de los asientos cambia radicalmente la composición social del graderío e inclina al fútbol hacia un escenario a la americana en el que los más ricos acuden al estadio dócilmente sentados a ver un espectáculo mientras que los más pobres ven el partido en las cadenas privadas de pago.

Esos dos tipos de fútbol que presenta, el de los millones y el capitalismo salvaje y la práctica socialmente implicada, intrincada con los procesos políticos y sociales, están, sin embargo, íntimamente relacionados… Los chicos que juegan en las callejas de cualquier país sueñan con ser Zidane y llevan camisetas de Messi…

M.C: El fútbol mercantilizado y el fútbol popular no son dos compartimentos estancos, más bien al contrario. Las fronteras entre esos dos mundos son porosas y conducen a interesantes contradicciones. El mejor ejemplo es el del FC Barcelona, un club conocido en el mundo entero. Por un lado, sus dirigentes se comparan abiertamente con el emporio Walt Disney, asimilando sin ambages Disneylandia con el Camp Nou y a Mickey Mouse con Leo Messi. Pero por otro lado, en Palestina el Barça es el club más popular. Muchos jóvenes llevan imitaciones de camisetas del FC Barcelona, ya que la causa independentista catalana y su rivalidad con el gran poder de Madrid (representado por el Real Madrid) entronca especialmente con la lucha de los palestinos por el reconocimiento de sus derechos. Así pues, tenemos un club que es el estandarte de las peores derivas del fútbol negocio y al mismo tiempo la bandera de las aspiraciones políticas del pueblo palestino.

La fuerza política del fútbol reside en la simplicidad de sus reglas y en el hecho de que es una «práctica pobre»: un balón y un cacho de calle bastan para jugar y disfrutar. Y el disfrute suele ser el primer paso hacia la emancipación… Al final, si los niños sueñan con ser el próximo Zidane o Messi es porque en el fútbol no hay fraude posible sobre el terreno de juego, ya seas hijo de patrón de una multinacional o hijo de parado. Tu cuerpo y tu inteligencia de juego hacen el trabajo. Creo que eso molesta a bastante gente: ver a críos muchas veces salidos de entornos populares embolsarse tanto como dirigentes empresariales, les molesta. Estamos muy lejos de sus historias de patrimonio familiar, de oligarquía y de devolución de favores… El fútbol negocio se ha apoderado siempre del fútbol del pueblo. Lo vemos a través de los jugadores profesionales que, cada vez con más frecuencia, surgen de barriadas populares, o también en las campañas publicitarias de los fabricantes de equipaciones deportivas, los cuales agotan el imaginario del fútbol de barrio poniendo en escena a futbolistas que juegan de forma salvaje sobre el asfalto de la ciudad… ¡Incluso los partidos informales de fútbol en la playa han sido reglamentados para dar lugar al fútbol playa y a una Copa del Mundo profesional gestionada por la FIFA!

Podemos establecer el paralelismo con otros ámbitos culturales como la música. El rock empezó siendo música popular en sus orígenes afroamericanos, pero fue acaparado por la industria para crear productos internacionales muy mercantilizados como los Rolling Stones o U2. Aunque junto a esto, como resistencia, tenemos también el movimiento punk, la escena noise pop, etc.

En su repaso mundial, encontramos a ultras de fútbol resistiendo contra el régimen de Erdogan, o en la egipcia plaza Tahrir… pero incluso para los que seguimos ciertos eventos resulta difícil recordar la imbricación del fútbol. ¿Cuando el fútbol no va con las líneas del poder deja de ser de interés informativo?

M.C: El fútbol es más que nunca un vector de contestación. Recientemente, y como dices poca gente lo sabe, los aficionados del fútbol han jugado un papel fundamental: durante las Primaveras árabes del 2011, en el movimiento del parque Gezi del 2013 en Turquía o actualmente en Argelia. En Egipto, los primeros eslóganes hostiles al régimen autoritario de Mubarak se escucharon en los estadios de El Cairo y los hinchas sufrieron desde el 2007 una feroz represión policial por su contestación antidictatorial en las gradas, hecho que les llevó a idear prácticas de autodefensa frente a la Policía. Por ello, cuando el movimiento revolucionario egipcio estalló en enero del 2011, estos hinchas se convirtieron en el «brazo armado» de la defensa de la plaza Tahrir. Enseñaron a los militantes revolucionados cómo resistirse físicamente a la represión del poder y enriquecieron el movimiento con sus lemas y sus cánticos antiautoritarios, hasta el punto de que muchos observadores dirían: «Durante la ocupación Tahrir a menudo creímos encontrarnos en el estadio».

Hoy en día, los graderíos de los estadios de África del Norte, especialmente los de Argelia, son el único espacio de libertad completamente autónomo para la juventud magrebí. Gradas liberadas del yugo estatal y familiar donde se forja una verdadera cultura política auto-organizada por jóvenes que ya no dudan en gritar su aversión ante los regímenes vigentes. En Argelia, desde las primeras marchas contra el régimen, el himno de la contestación es una canción llamada la Casa del Muradia, directamente salida del graderío de la Union Sportive Medina de Alger, uno de los clubes más grandes de fútbol del país.

En Europa parece que el fútbol femenino está por fin surgiendo con fuerza y en su libro también lo recoge. Esta victoria contra el patriarcado futbolístico, ¿será una fuerza estabilizadora, será un ejemplo del fútbol real y popular, o acabará siendo fagotizado por el fútbol negocio en cuanto su éxito se asiente?

M.C: Todo eso está en juego el próximo mes de junio en la Copa del Mundo femenina. Y las jugadoras necesitan reconocimiento social y mediático, ser consideradas como verdaderas profesionales. En este sentido las jugadoras norteamericanas, entre las mejores del mundo, hacen huelga regularmente por la igualdad salarial. Por otra parte, el fútbol femenino supone un nuevo mercado, nuevos públicos a conquistar, nuevas competiciones económicamente muy rentables.

Así, actualmente nos hallamos ante un complejo cruce de caminos. Una de las principales fuerzas del fútbol femenino según mi opinión es, más allá de su gran tecnicidad, el hecho de ver a las jugadoras realmente disfrutar sobre el campo y su cercanía con los aficionados. Y algunas de estas futbolistas están altamente politizadas, como es el caso por ejemplo de la gran jugadora norteamericana Megan Rapinoe, ferviente activista también de los derechos LGTB. Desde un punto de vista general, el fútbol —como cualquier otro deporte— no debería tener género. No es una práctica generalizada, la juegan tanto chicas como chicos. ¿Por qué entonces quieren dividirlo a toda costa con una visión binaria del género además?

Cuando uno escribe este libro, ¿acaba viendo igual que antes los partidos de Liga en televisión? ¿Cuál es su relación de aficionado, si la tiene, con este deporte?

M.C: La contradicción esencial del fútbol es que una competición con desafíos altamente comerciales puede a veces convertirse en un espectáculo soberbio, del que yo disfruto encantado. Es paradójico, pero concuerda a la perfección con el fútbol y con el libro que he escrito: una dialéctica permanente entre cultura de masas y cultura popular. Como decía Eduardo Galeano, todos somos «mendicantes del buen fútbol». Como aficionado soy del Red Star FC, el segundo club más antiguo de Francia, situado en Saint Ouen, en la periferia parisina (el club fluctúa entre la segunda y la tercera división). Es un club que cristaliza todos los problemas del fútbol actual: el Red Star está muy arraigado en su territorio, con una historia social y obrera muy fuerte ligada particularmente a la Resistencia frente al ocupante nazi durante la Segunda Guerra Mundial. Pero el club quiere construir un nuevo estadio con un centro comercial incluido, su comunicación es cada vez más «moderna» y hípster y además ahora está patrocinado por Uber, esa sociedad que precariza a muchísimos trabajadores de la periferia parisina…

Así es que me debato, como todo apasionado del fútbol, entre el amor por mi equipo y las derivas mercantiles que diluyen en dinero la identidad colectiva del club. Con el resto de aficionados tratamos de protestar contra todo esto, con el propósito de preservar «el alma popular» del club.

Corrupción, negocio, márketing, racismo, machismo… Los problemas del fútbol actual son muchos, pero ¿Cuál debe ser la gran esperanza del fútbol en este siglo XXI?

M.C: Como práctica deportiva, está evidentemente el reto del fútbol femenino. En el 2014, Norteamérica contaba de media con 450 mujeres futbolistas por cada 10.000 habitantes contra apenas 71 en Europa… Llevamos años de retraso y el fútbol femenino puede convertirse en una verdadera esperanza para la renovación de este deporte, en especial del fútbol amateur, el de los pequeños clubes locales, que se encuentra en grandes dificultades y que es en verdad el garante de la accesibilidad del fútbol para todos y todas.

Uno de los mayores contrapoderes frente a las derivas del fútbol reside hoy en día en los propios aficionados. Numerosos graderíos militan activamente contra el racismo, el sexismo y la homofobia. Y del mismo modo que cada vez más personas aspiran a una democracia más directa y horizontal (como en España, con los movimientos en las plazas), los aficionados quieren ahora tener voz y voto y no volver a dejar al fútbol solo en manos de los especuladores y de las federaciones deportivas corruptas. Se han convertido en actores democráticos de pleno derecho en la escena futbolística, verdaderos sindicalistas que defienden sus reivindicaciones y sus intereses. En pocas palabras: ¡el fútbol del siglo XXI será democrático o no será!

¡Buenas lecturas!

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