
Fotograma de la película El sargento negro (WARNER BROS, 1960).
En pocos días, se mezclan tres eventos que llevan al post de hoy. En primer lugar, la ridícula polémica de ida y vuelta sobre Vox, Blas de Lezo y los recientes premios Goya. Cuando los políticos de ese partido piden a los cineastas que hagan películas de De Lezo y la gente del mundo del cine los manda al carajo (en cierta medida, es comprensible). La sandez es considerable: primero, pensar que hacer una película sobre un personaje u hecho histórico significa que vaya a tener la visión y el tono que se desea; segundo, que la gente del cine, compre ese punto de vista con sus respuestas.
Gracias a Twitter, encontraba un artículo de diciembre, escrito por la siempre interesante periodista cultural Paula Corroto en Letras Libres, donde entrelazaba y analizaba el ascenso de Vox y el de una novela histórica de épica nacionalista española. El artículo y las personas que citaba resultaban interesantes, aunque como comentaba con la autora y ella coincidía, no creo que el auge de ese tipo de novelas sea lo que haya vuelto a poner en pie al género en España. Aunque la ficción histórica naciera, como los nacionalismos modernos, en el romanticismo del siglo XIX, creo que el género ha demostrado que, a día de hoy, ya no bebe principalmente de esos sentimientos y pulsiones, aunque todavía existan.
Con todo eso en la cabeza, en TCM, el mismo fin de semana de los Goya, emitían un estupendo ciclo dedicado al maestro del cine estadounidense John Ford, aprovechando el 125 aniversario de su director, encabezado por un buen documental titulado John Ford: el hombre que inventó América. La película es un buen ejercicio de acercamiento al mítico director donde expone algunas interesantes ideas y visiones sobre el mismo, aunque quizá la pena sea que su brevedad impida dar demasiada profundidad a cada tema que lanza. Aún así, merece la pena.
Me resulta interesante las ideas que expone el documental de Jean-Christophe Klotz sobre Ford y su manera de mirar y recrear la historia de EE UU en el cine. En sus célebres western, aunque no solo. En este blog, ya lo sabéis los habituales, soy de los que considero, como el estupendo librero y editor de la excelente colección Frontera Alfredo Lara, que este género es una rama local del histórico (aunque haya películas y novelas totalmente alejadas de esas coordenadas).
Enumero los valores de Ford respecto a la narrativa histórica que creo que son los que toda ficción histórica debe poseer. Uno, pasión y disfrute por la historia; dos, una mirada crítica y reveladora sobre la misma; tres, un tono y estilo que sirva para dialogar entre el pasado y el presente. La pasión por la historia de Ford está fuera de toda duda: sus películas muestran, ya sea con María Estuardo, sus westerns, sus películas sobre la Gran Depresión o sus dramas bélicos. Ford amaba la historia de su país y se adentraba sin miedo en sus mitos fundacionales. Pero, y pasamos al punto dos, no lo hacía con mirada condescendiente o acrítica: sus westerns tienen profundidad y conciencia social -a pesar de su, en parte inmerecida, fama de reaccionario-, sin querer hacer relatos historicistas, sus reconstrucciones del pasado son fuertemente verosímiles y ponen de relevancia los puntos débiles y polémicos del pasado: la vida de los colonos, abandonados, y el racismo de la obra maestra, Centauros del desierto; el maltrato de los indios en la muy reivindicable El último combate (mala traducción de Cheyenne Autumn); el famoso print the legend, de El hombre que mató a Liberty Valance, pura reflexión que separa el mito de la historia de un país y como se acepta uno u otro… Y desde luego, esa visión y compromiso hablaban de su país en su momento: ¿acaso no dirigió la estupenda Sargento negro, sobre un juicio a un soldado negro acusado de violación, en pleno 1960, con un país dividido por las tensiones raciales?
Podría seguir, pero pensar en todo esto me lleva a pensar que necesitamos más espíritu de John Ford para las narrativas históricas españolas. Para que con su sutilidad y buen hacer nadie crea que mirar al pasado desde la ficción sea (únicamente) un ejercicio de nostalgia, de manipulación política, de exaltación nacionalista.

Fotograma de la película Alatriste.
Aunque, meditándolo, creo que ese espíritu fordiano ya lo hemos visto en algunos autores de nuestra narrativa histórica. Pienso en, salvando todas las distancias necesarias, en las novelas de Alatriste de Arturo Pérez-Reverte. Hay gusto por la historia, hay búsqueda en elementos tan míticos de la historia como los Tercios, pero también una mirada crítica, triste, del pasado; donde, como en Ford, los pequeños hombres, los las siempre costosas y duras pequeñas violencias, son los que dan el tipo; y las gentes del poder y las grandes violencias son los que fallan. Hay una mirada sobre la que es fácil extraer reflexiones sobre el hoy y en ambos casos, esa mirada está dirigida por hombres que vieron la guerra con sus propios ojos.
Ese es el espíritu y el camino para que nuestra historia sea un éxito, para que la ficción pueda entrar en ella libremente. Y no creo que nadie, ni de derechas, ni de izquierdas, ni de más allá, pudiera estar en contra.
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Y por supuesto despues de esto vamos a hacer una pelicula sobre la guerra civil
11 febrero 2019 | 15:31
al articulista se le ve el plumero desde las primreras frases
11 febrero 2019 | 17:09
al articulista se le ve el pluemero desde las primeras frases
11 febrero 2019 | 17:09