Mario Escobar: «Los muertos son los únicos que conocen la historia y ellos no van a volver»

El escritor e historiador Mario Escobar (FOTO DAVID YAGÜE)

Hay una constante en las últimas novelas de Mario Escobar (Madrid, 1971): la de buscar historias reales ambientadas en grandes dramas de la historia reciente y con un componente casi ejemplar. Lo ha logrado con el Holocausto y la Segunda Guerra Mundial y en su última novela, Antes de septiembre (Ediciones B, 2018), salta al Berlín separado por el muro. Cambia de época, pero su búsqueda temática permanece. Es un narrador que adentra al lector en el pasado a través de las emociones y de reconstrucciones de vidas de gente corriente: en esta ocasión, la de un hombre que inicia un túnel bajo el Muro por amor.

«Necesitaba oxigenarme un poco del Holocausto y la Segunda Guerra Mundial», me explica este historiador y prolífico novelista en una cafetería madrileña, «quería una historia más cercana pero con esos mismos mimbres». Asegura que le vino a la mente el Muro de Berlín porque recordaba con nitidez el día que en fue derribado: «Las emociones que me produjeron aquellas imágenes, sin ser berlinés y sin haber estado allí, me indicaron que tenía que escribir sobre el muro». «Había muchas historias sobre el Muro», confiesa», pero no quería «grandes túneles para grandes grupos o como propaganda, que hubo varios financiados por televisiones estadounidenses; no, quería un túnel pequeño, hecho por alguien insignificante para la sociedad».

¿Y así llegó al túnel que inspira su novela?

Investigando sobre los casi 300 túneles que se construyeron llegué a uno que era de un albañil, como mi padre, y eso me llegó. Pensé, ¿qué habría hecho mi padre si de la noche a la mañana un muro le hubiera separado de su familia? Mi padre habría excavado un túnel, seguro. Eso es lo que quería relatar: cómo la gente común sufre las decisiones políticas y cómo, también, pueden influir en ellas.

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Buscas que esas personas corrientes de tus novelas se convierta en el punto de vista del lector…

Sí, quiero revelarme ante esa idea de que la mayoría de la gente sigue la corriente y busca tener una vida feliz sin complicaciones. La gente se conforma y es normal, yo también. No soy un superhéroe. Pero hay momentos en la historia en los que eso no es suficiente, porque es imposible tener una vida feliz, si te te rodea la infelicidad, si a tu vecino le sacan de su casa y se lo llevan a un campo de concentración. Hay un momento en que hay personas, que quizá sean minoría, que se levantan y ponen su vida en riesgo por los demás, por mantener su dignidad. Y yo creo que son modelos: son gente corriente, pero no ordinaria. No van a ir a los libros de historia, pero se salieron de la fila e intentantor cambiar la historia, o al menos su pequeña porción de vida. Esos son el motor de la historia. El primero que dijo vamos a asaltar la Bastilla seguro que no fue un dirigente político o alguno de los que estaban reunidos en la Sala del Juego de Pelota. Pero esos individuos, en pequeño, son los que comienzan el cambio. Y creo que en el muro de Berlín pasó eso: lo construyó un estado dictatorial que, aunque nos suene retrógrado, estaba convencido de que hacía algo bueno, porque creía proteger a la gente de la falsa seducción del fascismo capitalista, según ellos; pero lo destruyo la gente corriente, hubo una orden ministerial, sí, pero fue la gente que se subió al muro y lo tiró a martillazos. Lo tiraron cuando dejaron de tenerle miedo. Y ese  es el secreto de los personajes de la novela: cuando lo que les importa al otro lado, les importa más que su miedo al muiro, lo superan. Me gusta pensar que en una sociedad donde hay tan pocos modelos, ni políticos, ni morales,ni intelectuales, creo que en mis novelas hay pequeños referentes que nos recuerdan que las pequeñas acciones mueven el mundo.

La República Democrática Alemana logró un estado de control a su población casi, casi como un Gran Hermano…

Es increíble que en una época sin redes sociales ni unas posiblidades electrónicas y digitales como las actuales, la Stasi fuera capaz de controlar hasta los detalles más mínimos. Pensaban que no había que controlar lo excepcional, lo sospechoso, sino que había espiar todo y a todos. Convirtieron a una gran parte de la población en confidentes: eran mejores que los micrófonos y provocaron que se tuviera que desconfiar de todo el mundo. Las políticas del miedo y el control acabaron por ahogar a la sociedad. Muchos túneles fallaron porque la gente confiaba, no en cualquiera, sino en familiares o amigos íntimos y resultaron ser confidentes. Fue un estado tan psicótico y psicópata, que no daba lugar a la naturalidad. Casi ni Hitler llegó a ser así: porque Hitler confiaba en no tener que molestar al alemán medio, mientras se dejara controlar.

Ese Estado psicótico de control se puede reinterpretar en nuestro mundo actual hiperconectado…

En EE UU sacaron antes de Halloween un disfraz sexy de la serie El cuento de la criada y al final, por la presión de las redes, se retiró. Se nota que la gente no ha entendido nada de esa serie, que defiende la libertad. Si prohibimos todo y no somos capaces de reírnos de todo no hemos aprendido nada. No se puede hacer chistes de nada. Fíjate en Willy Toledo: soy una persona creyente, por lo que quizá las palabras del actor me podían haber ofendido; pero aunque lo hubiera hecho, no creo que el Estado deba actuar sobre la blasfemia. Si alguien se atreve a ofender, el Estado no debe actuar. Aunque casi ya da igual, porque nuestra sociedad, en estos casos la sociedad se divide en bandos y presionan para impedir la libertad de expresión. Ese es el peligro actual: una sociedad políticamente correcta que presiona a través del juicio mediático y hace que una gran parte de la población no se exprese con libertad por temor a que se le arroje a esa gran hoguera que son las redes sociales.

Estuviste en Berlín para documentarte para esta novela, ¿qué impresiones te trajiste?

Me recordó mucho a Madrid, así que intenté llevarlo todo a lo personal. ¿Qué hubiera sentido si me hubiera pasado aquí a mí? Me habría sentido violado si me hurtaran las calles donde me he criado, vivido, enamorado… Me metí en tobogán de emociones. Berlín tiene sus cicatrices abiertas. Esa ciudad nos enseña que aquello está todavía muy cerca. Allí las heridas del nazismo y la Guerra Fría están visibles y al que no quiere saber se lo ponen difícil. No como aquí, que hemos querido enterrar la Guerra Civil tantas veces. Ni siquiera tenemos un museo sobre la guerra.

Y, sin embargo, la ultraderecha resurge en Alemania…

Que lo tengan abierto no quiere decir que haya gente siga pensando lo mismo. Unos interpretan que la cicatriz está abierta porque perdieron la guerra; otros que el pueblo alemán enloqueció y se unió a un sádico. La herida es la misma, la interpretación no y eso es lo que importa. La ultraderecha siempre estuvo allí, escondida, pero la ha alimentado la actual crisis económica y de valores. Hay veces que gana la opinión pública no quien tiene la verdad, sino el que tiene un discurso más atractivo. La extrema derecha e izquierda hoy lo tienen: usan el miedo y dicen que la solución es que ellos sean más radicales. La democracia siempre parece débil, con sus mecanismos, plazos y garantías, pero acaba llegando, aunque sea tarde. La dictadura no, pero hay gente que prefiere el orden a la libertad. Pero es mejor el desorden que el orden estricto de los cementerios. Que es lo que hicieron el nazismo y el comunismo con Alemania.

Hablaba antes de España. Quizá con la exhumación de Franco, ¿se está perdiendo una oportunidad para crear una verdadera memoria histórica?

España practica la no-memoria histórica. Están todos los políticos en un juego de muertos, de enterrar y desenterrar que es poco productivo. Los muertos son los únicos que conocen la historia y ellos no van a volver. Deberíamos aprender algo del millón de muertos, los represaliados, los exiliados, las mujeres violadas… Los dos bandos cometieron atrocidades, pero el bando franquista fue golpista y hubo otra diferencia: los republicanos sabían que cuando hacían atrocidades era algo malo; los franquistas estaban convencidos de que hacían algo bueno. Todos tenemos muertos, yo incluido, y podría ponerme en primer fila para resarcirme: tengo un abuelo republicano desaparecido y una abuela torturada por la guardia civil. Pero no solo se necesita memoria, sino también reconciliación. Y eso significa perdonar, pero sin olvidar: esto pasó, pero no voy a guardar odio a los que lo hicieron, que es más comprensible, pero, sobre todo y más absurdo, odio a los hijos de quienes lo hicieron. El secreto está en la memoria y el perdón, que es un descanso para el que perdona,no para el perdonado que igual ni se entera. Mi madre no hablaba de la guerra con rencor, sino con la idea de que no se repitiera.

¿Cuál es el papel de la ficción para divulgar el pasado?

Es fundamental desde La Iliada, que fue lo que hizo que perdurara la historia la guerra de Troya, evidentemente con mucha ficción. Hizo más Milan Kundera sobre lo que pasaba en la Praga comunista que mil manuales y ensayos sobre las maldades del comunismo. Eso pasó con La cabaña  del tío Tom en EE UU y la esclavitud. Su autora se dio cuenta de que el problema para luchar contra la esclavitud, era luchar contra la mentalidad que había detrás de esa práctica: lo logra humanizando a la víctima y al verdugo y lo iguala al lector. Las películas también, recrean la realidad, pero sobre todo nos hacen empatizar y nos sumergen en la historia hasta el punto de que nos confundamos en ella. Y así nos ponemos en el lugar de otro y hacen que queramos cambiar cosas.

ATENCIÓN: Este viernes 16, a las 19 horas, tendré el placer de charlar con Mario Escobar y Víctor F. Correas, autor de Se llamaba Manuel, sobre la literatura como herramienta para dialogar con el pasado reciente. Será en la Librería Pasajes de Madrid (C/ Génova, 3). ¡Os esperamos!

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