Toledo, cuando la cultura forjó la alianza de civilizaciones

Vista panorámica de Toledo (Europa Press)

Javier Santamarta del Pozo, politólogo, colaborador en distintos medios y trabajador en campañas de ayuda humanitaria en distintos conflictos, ha publicado hace unos meses el libro Siempre tuvimos héroes. La impagable aportación de España al humanitarismo (Edaf), donde recoge historias de diferentes momentos del pasado de este país donde sentirse «orgullosos» del aporte de nuestra historia al humanitarismo, al servicio de los demás. En el siguiente artículo, Santamarta reivindica al Toledo de la Escuela de Traductores como parte de esta tradición.

[RESEÑA EN EL BLOG DE YA ESTÁ EL LISTO QUE TODO LO SABE: ‘Siempre tuvimos héroes’ de Javier Santamarta del Pozo]

Toledo, cuando la cultura forjó la alianza de civilizaciones

Por Javier Santamarta@JaviSantamarta

Poco se puede decir ya de Toledo que no se haya dicho ya. Como tantos enclaves con el peso de la Historia marcando su existencia, todos los tópicos tienden a salir casi a borbotones. Si además hablamos de una ciudad milenaria (o más bien, bimilenaria como es el caso), cualquier adjetivación acabará en la desmesura. ¡Pero es que hablamos de Toledo! Aquella que se «levantara en lo alto» tras la conquista romana de aquel asentamiento celtíbero para convertirla en municipio. Aquella que con el tiempo sería convertida en corte del nuevo reino hispanogodo tras las invasiones germánicas. Corte, y capital.

La primera capital peninsular tras las que, en aquella Hispania romana divida en tres la célebre piel de toro, lo fueran Tarraco (Tarragona), Corduba (Córdoba), y Emérita Augusta (Mérida). Toledo entraba con fuerza en la Historia con aplomo, y llegaría a convertirse nada menos que en «Imperial». Hay países cuyos escudos son más simples, menos blasonados, menos impresionantes, que el que hoy en día sigue ostentando la que se yergue orgullosa sobre el río Tajo.

Es la ciudad de los Concilios, una figura única entre lo político y lo religioso, que algunos quieren ver como asambleas proto – parlamentarias incluso, de los que dependía hasta la propia legitimad del mismo monarca. La importancia de esta ciudad la convertiría con el tiempo, en objetivo mítico para los que fueron desposeídos de ella. Ya que apenas pasados 300 años bajo esa égida goda, la bien conocida invasión árabe en el 711 la convirtió en musulmana sin apenas esfuerzo. Otra historia está a punto de comenzar para la llamada “alegre” por sus nuevos moradores, respetándola como la Madinat al-Muluk, la ciudad de los reyes que fue. Y que seguiría siendo como reino de Toledo, convirtiéndose en una las taifas más importantes tras la desaparición del califato de Córdoba.

Los cristianos de la ciudad, los llamados mozárabes, mantenían sus creencias y ritos (siempre que no hicieran ostentación de ellos) como así los mantuvo también la población judía de la ciudad. Parecía que las tres religiones del Libro iban a tener un lugar de pacífica coexistencia. Al fin y al cabo las tres tienen a la Biblia como referente de una u otra manera, que no es otra cosa el Pentateuco cristiano que la Torá judía, y ésta es uno de los libros sagrados de los musulmanes ya que las tres religiones tienen a Abraham como su padre espiritual. Luego ya vendrían los matices por los que nos estamos matando desde hace casi 1.500 años. Pero esa es otra historia…

El caso es que tal tolerancia duraría poco cuando te acaban viendo como un posible quintacolumnista de quienes son tus enemigos o quieren conquistarte aunque seas de los suyos (aunque momentos hubo que ya no se sabía quién era de quién, ni quiénes los tuyos). Y si te quieren reconquistar, por si acaso mejor dejar claro quien manda con matanzas como la del Día de la Hoya, donde se asesinaron a más de 5.000 mozárabes. El caso es que, al final quienes empezaron a imponerse fueron los cristianos en ese empeño por recuperar ese solar patrio, mítico, seguramente irreal, tras siglos en que era difícil que alguien supiera si era romano, lusitano, alano, godo, cordobés o de esos nuevos reinos que empujan desde territorios astures y que empiezan a sonar con fuerza: Castilla, Navarra, Aragón, León… Y un rey leonés entra en Toledo con el nuevo milenio para querer convertirse, para proclamarse Imperator totius Hispaniae. Así de importante era Toledo.

Sin embargo toda esta historia contada con anterioridad no tiene parangón con lo que va a venir. Con lo que va a ser Toledo para la Historia de España, de Europa, y aún del mundo. ¡Nada menos!

Bajo el dominio de los reyes cristianos comenzará una tolerancia real para con las tres religiones. Algo de lo que se quieren vanagloriar incluso en sus títulos regios, como el de «emperador de las dos religiones». Este momento de auténtica coexistencia pacífica (pese a la reacción en otras taifas como la de Sevilla y la invasión de los almorávides, unos auténticos yihadistas de la época) llevará en Toledo a un movimiento de recuperación de un legado cultural común que, sorprendentemente se había perdido en todo lo que fue el Imperio Romano. Lo que es tanto como decir Occidente, incluyendo paradójicamente el oriente del mismo, y ese norte africano que hoy conocemos como Magreb y Mashrek. Estamos hablando del pensamiento clásico greco – romano, y todo un legado de lo que también sería propiamente andalusí, que es sinónimo de hispano, por cierto.

Las invasiones bárbaras, la caída de Roma en 476, el acto absurdo del emperador Justiniano cerrando la escuela platónica de Atenas en el 529, las sucesivas destrucciones de la Biblioteca de Alejandría, la definitiva en 642 por el califa suní Umar ibn al-Jattab… no hacía presagiar nada bueno. Curiosamente, muchos estudiosos y copias de todos los lugares mencionados, quedarán en Bagdad y en Damasco. Y de estos remotos lugares, desde un confín al otro de aquello que fue solo uno llegarán para surtir unas bibliotecas arábigas en la época Omeya, yendo así a convivir en caracteres ajenos Platón, Sócrates, Cicerón, Aristóteles, Al-Juarismi, Avicena o Al-Farabi. Griegos, persas, romanos, árabes… que estaban de nuevo al alcance de todos. Pero desgraciadamente sólo en un idioma.

La ocurrencia fue simplemente genial. El impulso, regio. El empeño, común. Y el nombre por el que se conocerá, sencillo: La Escuela de Traductores de Toledo. Años de convivencia a la fuerza, sí, pero inevitable, convierten a los mozárabes en perfectos conocedores de varias lenguas. Como los judíos sefarditas, de Sefarad, esa otra manera de llamar a lo que será España, que aportan a sus rabís de las sinagogas. Y de las madrasas musulmanas ahí estarán sus profesores ayudando también. Una labor multilingüe para poder llevar tal conocimiento aparentemente perdido a una lengua vehicular que pudiera ser franca para toda Europa de nuevo: el latín.

Gracias a la labor de los monjes especialmente cluniacenses la recopilación y recuperación será posible. A veces se iban pasando oralmente el conocimiento de la lectura del libro elegido, por ejemplo recitándolo en árabe, traduciéndolo al hebraico, y dictándolo finalmente desde la lengua romance al latín. Una labor en la que monjes de toda Europa vendrán a Toledo para involucrarse en ella, y desbordar luego las viejas calzadas romanas de conocimiento para que lleguen a los nuevos estudios generales que devendrán en universidades. Como la de París, Bolonia, Palencia, Oxford o Salamanca. Europa volvía a estar en cierto modo unida y por primera vez, por el conocimiento. El origen de todo se fraguó en esa bimilenaria ciudad sobre ese rio Tajo, donde verdaderamente se vivió una alianza de civilizaciones para rescatar ese pasado que hoy debemos seguir preservando por el bien de nuestro futuro.

*Las negritas son del bloguero, no del autor del texto.

 

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