Nazis y novelas: cuando la realidad supera la ficción

Quema de libros en la Plaza de la Ópera en Berlín el 10 de mayo de 1933 (WIKIPEDIA)

Jesús Hernández (Barcelona, 1966). Historiador y periodista, lleva publicados más de veinte libros de divulgación histórica. El último sale este viernes, 2 de febrero, Eso no estaba en mi libro de la Segunda Guerra Mundial (Almuzara). En el siguiente artículo, Hernández repasa la relación entre el III Reich y la novela.


Cuando la realidad supera la ficción: el III Reich y la novela

Por Jesús Hernández | Historiador y periodista @jhernandez66

Nunca me han atraído las novelas que tienen como escenario el Tercer Reich. Si en otros temas la ficción ha conseguido superar ampliamente a la realidad, en el nazismo eso se antoja como algo poco menos que imposible. Los doce años que atravesó Alemania entre 1933 y 1945, lo que sería apenas tres legislaturas en un sistema parlamentario, vieron tal cantidad de salvajes excesos, que ni la más calenturienta de las inspiraciones los hubiera podido imaginar.

Una nación culta y avanzada se dejó pastorear por un líder mesiánico y megalómano, que la precipitó al más profundo abismo. Si antes de la llegada de Hitler al poder alguien hubiera escrito una novela avanzando el apocalipsis humano y moral que se cernía sobre Alemania, ésta hubiera sido acogida con frío desdén. Y es que, en algunos temas, como el que nos ocupa, la ficción nunca podrá superar a la realidad.

De todos modos, en mis lecturas sobre la Alemania nazi suelo reservar un hueco para la ficción, aun sabiendo que la gratificación que voy a obtener va a ser escasa. Ante las memorias, por ejemplo, de alguien que fue testigo del hundimiento moral de la sociedad germana o que incluso padeció en carne propia el infierno de los campos de concentración, ¿qué nos podrá aportar un novelista que escribe sobre esa tragedia sentado cómodamente en su estudio?

Con algunas excepciones, la literatura no es capaz de aportar mucho más a lo aportado por los libros de memorias o los documentados ensayos de los historiadores. Aun así, y desde la óptica personal e intransferible de alguien ajeno a la literatura, que ni siquiera ha leído todas las novelas referidas a este período, voy a proporcionar algunas pistas a aquellos que, como yo, sienten una insaciable curiosidad por conocerlo todo sobre aquella experiencia histórica tan traumática como fascinante.

Mi primer contacto con la ficción ambientada en el Tercer Reich fue durante mi infancia, a mediados de los setenta, con el bestseller Odessa, de Frederick Forsyth (Plaza y Janés, 1973). Le regalamos ese libro a mi padre por su cumpleaños. Fui el encargado de escribir la dedicatoria, que todavía permanece escrita a lápiz -con muy buena letra para tener apenas seis años-, en la primera hoja: “Padre, te felicitamos en tu cumpleaños con mucho cariño”. Por entonces era todavía pequeño para leerlo, pero algunos años más tarde releí una y otra vez las páginas de ese libro que transcribían el diario de Salomon Tauber, un superviviente del Holocausto que relata su experiencia en los campos de concentración, despreciando el resto de la trama. Así pues, ya entonces me interesaba lo que tenía apariencia de autenticidad, e ignoraba la ficción. Con esta novela se daría un fenónemo curioso; normalmente, es la realidad la que moldea la ficción, pero en este caso sería la ficción la que acabaría conformando la realidad. La red Odessa a la que hace referencia el libro no existió como tal, ya que fue una fabulación de un célebre cazador de nazis, pero el eco de la novela y la posterior película acabaría por darle marchamo de autenticidad.

Esa discriminación que hice entonces entre lo que parecía auténtico y la ficción sería una constante a través de toda mi vida como lector. No recuerdo haber leído novelas sobre el Tercer Reich hasta hace unos pocos años, si exceptuamos la colección entera de novelas bélicas de Sven Hassel, las cuales devoré siendo adolescente, comenzando por Los vi morir (Plaza & Janés, 1980), que compré por 175 pesetas en el pueblo en el que entonces veraneaba.

Mi posterior intento de acercamiento a la ficción resultaría un tanto decepcionante. Un amigo me recomendó las novelas policíacas del escocés Philip Kerr, ambientadas en el Berlín de los años treinta. Le di una oportunidad leyendo su Violetas de marzo (RBA, 2009), el primer título de la tetralogía Berlín Noir, publicado por primera vez en 1989. A pesar de su brillante ambientación, no consiguió que me animase a leer el resto de la serie.

También concedí una oportunidad a otro novelista especializado en este período, Robert Harris, pero su Enigma (Plaza y Janés, 1997) me resultó tan soporífera que no pude pasar de la mitad del libro. Esa decepción me desanimó para atacar su bestseller Patria, a pesar de su prometedor planteamiento ucrónico, ambientado en 1964, cuando una Alemania que consiguió derrotar a británicos y soviéticos se juega con Estados Unidos la supremacía mundial.

Unos años después, decidí completar mi visión de la época nazi a través de la literatura de calidad. Así, acudí al Adiós a Berlín (Mario Muchnik, 1999) del británico Christopher Isherwood, dispuesto a viajar de su mano a la Alemania de los años treinta. En este caso, sí valió la pena adentrarse en sus páginas. No en vano, Isherwood vivió el alocado Berlín de entreguerras y el ascenso de los nazis. Marchó de Alemania en 1933 por temor a ser perseguido, pero sus impresiones le permitirían en 1939 escribir esta novela que nos muestra el prosaico Berlín de las casas de huéspedes en esa época en la que aun no se presentía la catástrofe que estaba por llegar.

Y si uno busca literatura de calidad, que menos que acudir a una novela que logró el prestigioso Premio Goncourt en 1970, por unanimidad del jurado: El rey de los alisos (Alfaguara, 2006), del francés Michel Tournier. Este escritor, nacido en 1924 en una familia germanófila -sus padres se conocieron estudiando alemán en la Sorbona- , pasaba sus vacaciones en Alemania, en donde recordaba haber asistido a los desfiles de los nazis y escuchado los discursos de Hitler. La novela de Tournier narra la historia de un prisionero francés en la Alemania nazi. A pesar de las altas expectativas, el libro se centra en la perturbadora personalidad de su protagonista. En todo caso, y aun reconociendo sus méritos literarios e incluso filosóficos, no es un libro que enriquezca nuestro conocimiento del Tercer Reich.

Siguiendo con la literatura de calidad, tenemos otro Premio Goncourt, en este caso a la Primera Novela de 2010, con el desconcertante título HhhH (Seix Barral, 2011), del también francés Laurent Binet. El libro narra, desde un punto de vista muy personal, el asesinato del jerarca nazi Reinhard Heydrich en Praga en 1942. Su planteamiento posmoderno, así como un lenguaje llano y accesible, llevaron al éxito a esta novela sobrevalorada. Tan sólo es rescatable su vívido relato del atentado en sí, aunque no sea mérito suficiente para colocar esta novela entre las más recomendables para sumergirnos en el período nazi.

Muchos más méritos acumula, en cambio, otra novela reciente, En el jardín de las bestias. Una historia de amor y terror en el Berlín nazi (Ariel, 2012 ) de Erik Larson. El libro noveliza la estancia del embajador norteamericano William E. Dodd en Berlín entre 1933 y 1937. Tomando como base hechos históricos, Larson confecciona una documentada reconstrucción del Berlín bajo el poder nazi. Así, en la línea de los gustos actuales, nos ofrece una especie de documental dramatizado, que satisface todas las expectativas. Aunque no parecía ser una obra destinada al gran público, el libro logró convertirse en un inesperado bestseller, seguramente por la publicidad obtenida al conocerse que Tom Hanks estaba interesado en llevarla algún día a la gran pantalla.

Una novela que ha conquistado a una legión de lectores, convirtiéndose en un libro de culto, es La ladrona de libros (Debolsillo, 2011), de Markus Zusak, destinado a un público juvenil. Su protagonista es una niña que vive con una familia de acogida en un pueblo cercano a Múnich. Aunque Zusak se inspiró en los recuerdos de sus padres, lo que le proporcionaba un cierto interés, no lo conseguí terminar.

Por otra parte, el Holocausto se ha convertido por sí mismo en un subgénero. Hay que destacar La trilogía de Auschwitz (El Aleph, 2012), de Primo Levi, que aunque no debiéramos incluirla en el género de ficción, al tratarse de un testimonio personal, posee un reconocido valor literario. De entre las aportaciones más recientes encontramos el bestseller La llave de Sarah (Punto de Lectura, 2010), de Tatiana de Rosnay, que daría lugar a una película de éxito. El libro tiene interés al centrarse en la redada del Velódromo de Invierno que tuvo lugar en París en julio de 1942, fruto de la colaboración de la policía francesa con los nazis. Y, llegados a este punto, no podemos dejar de hacer una referencia al incomprensible fenómeno editorial de El niño del pijama de rayas (Salamandra, 2009), de John Boyne.

No obstante, si hay una novela que ha de ser leída sin excusa posible, es Las benévolas (RBA, 2008) del norteamericano Jonathan Littell. Al escribirla originalmente en francés, logró ganar, con todo merecimiento, el Premio Goncourt de 2006. El libro consiste en la autobiografía ficticia de un oficial de las SS, Maximilian Aue. A pesar de las excelentes referencias que la acompañaron desde su publicación, no fue hasta hace un par de años que me decidí a atacarla. Y digo atacarla porque la monumental obra de Littell no podía ser más intimidante, además de disuasoria; un millar de páginas tras un título y una portada escasamente prometedores. Pero esos temores se disiparon desde el primer momento. El libro se revela como un impactante relato en primera persona de todas las brutalidades nazis en el frente del este, pero lo que más sorprende es la asombrosa sensación de realidad que transmiten sus páginas. Incluso para alguien, como el que esto escribe, acostumbrado a leer testimonios de esa época, el protagonista salido de la imaginación de Littell aparece tan real que, si no fuera porque sé que es una novela, creería que se trata de unas memorias auténticas. Littell se documentó exhaustivamente para escribir su obra -asegura que leyó dos centenares de libros- y tardó cinco años en completarla; ese esfuerzo queda plenamente reflejado en un libro de lectura obligada.

Como apuntaba al principio, en el tema del nazismo, la realidad siempre superará a la ficción. Pero, como hemos visto también, la ficción nos puede aportar algunos puntos de vista que el ensayo no puede cubrir. Aunque los novelistas no han logrado transmitir en sus páginas toda la sinrazón que se apoderó por entonces de Alemania, recurrir a la ficción nos puede ayudar a completar el acercamiento a una época tan compleja y controvertida que nunca seremos capaces de conocer y comprender por completo.

*Las negritas son del bloguero, no del autor del texto

**Este texto fue publicado hace unos años para mi anterior blog, Nuevo Best Seller Español. Ahora, de común acuerdo con el autor, lo rescato por pensar que su contenido sigue siendo de interés y estando vigente.

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