‘La cajita de rapé’, de Javier Alonso García-Pozuelo, una buena novela policíaca en el Madrid de 1861

Dibujo (alegoría del Madrid de la segunda mitad del siglo XIX) con varios tipos castizos ante el Cafe Suizo, con un cartel de la proclamación de la República Federal. (WIKIPEDIA)

Siempre lo digo, ¡qué difícil es hacer una historia policíaca en una ambientación histórica! Tiene que funcionar en dos planos -el histórico y en el de la intriga- con lo que ello supone: la ambientación tiene que ser verosímil y acorde con el momento; y la investigación del misterio tiene que ser intrigante y reconocible para el lector, pero acorde con el tiempo de la ambientación. En el momento en el que alguno de dos elementos falla, el conjunto se tambalea. Este subgénero, con gran predicamento, sobre todo desde el éxito de El nombre de la rosa, de Eco, tenía grandes referentes en inglés, pero poco a poco, en español van saliendo buenos nombres y novelas.

Uno de los últimos en llegar -este año y coincidiendo con otro buen ejemplo del que ya os hablé, Muerte y cenizas, de Teo Palacios– ha sido La cajita de rapé (Maeva, 2017), de Javier Alonso García-Pozuelo. El autor nos traslada al convulso -política y socialmente- Madrid de 1861 para seguir los pasos del inspector jefe de La Latina, José María Benítez, en la investigación del asesinato de una sirvienta de una casa adinerada y el posterior robo en la vivienda. El crimen tendrá diversas conexiones con la delicada situación política -con la Unión Liberal del general O´Donnell al borde de la ruptura-, que podrían afectar al futuro profesional del protagonista.

García-Pozuelo construye una poderosa trama policíaca, clásica, bien urdida y resuelta, y con estilo propio arrastra al lector por el Madrid de ricos y pobres, de inmigrantes y ricos, de tascas y tertulias… en un ejercicio de ambientación colorista y efectivo. Además –el autor ya describió las técnicas criminalistas de la época en este artículo– la labor policial cumple la norma que antes mencionaba: resulta acorde a la época y logra mantener al lector la sensación de intriga.

Quizá, uno de los momentos que podrían chirriar más en esa conexión entre investigación policíaca y verosimilitud histórica sea un pasaje donde Benítez explica a su nuevo subalterno, Ortega, cómo entiende la labor investigadora. Pienso que podría resultar extraño escuchar hablar así a un policía del la época, pero funciona y se convierte en un momento delicioso, por el juego literario que invoca. Es, quizá y salvando las distancias, como ver al Guillermo de Baskerville de Eco hacer deducciones lógicas impropias de la Baja Edad Media. La cuestión es que en ambos casos, la idea funciona y conecta con el lector presente.

«Resolver un caso es muchas veces como escribir una novela, pero a la inversa. El novelista va desgranando, capítulo a capítulo, una historia que tendrá su momento apoteósico casi al final, pero para el cual se han ido colocando, aquí y allá, toda una serie de pistas que hacen casi predecible el desenlace. Nosotros, por el contrario, ya conocemos el fin al, Lorenza Calvo Olmedo, fue asesinada la noche del domingo, y ahora nos toca sacar a la luz todos los capítulos que han ido configurando ese final ¿Me sigue?

-Creo que sí.

-Por eso y pese a la cantidad de disparates que se pueden leer en las novelas, su lectura me parece muy útil en nuestro trabajo.

-Nunca lo había visto desde ese ángulo.

-Parte de nuestro trabajo consiste en poner a funcionar la cabeza de forma lógica, pero otra parte, no menos importante, depende de la intuición, Y, aunque no soy un entendido en psicología, estoy firmemente convencido de que esa intuición se pude alimentar con la literatura.»

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¡Buenas lecturas?

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