‘Toda una vida’, el siglo XX y la vida, desde un valle de los Alpes

Fotografía de larga exposición que muestra las estrellas sobre la montaña Matterhorn en Zermatt (Suiza), en el día en el que se celebró el 150 aniversario del primer ascenso a la conocida montaña de los Alpes (Jean-Christophe Bott / EFE)

Puede parecer paradójico hablar de una gran novela, cuando apenas abulta 144 páginas. Pero Toda una vida (traducción de Ana Guelbenzu, Salamandra, 2017), del austríaco Robert Seethaler, lo es.

¿Es una novela histórica? No, exactamente, aunque sus páginas recorran casi todo el siglo XX y los avances de ese tiempo sean un elemento clave de la historia. Aún así, estoy seguro de que gustará a todos los que disfrutan cuando la ficción les propone un viaje al pasado.

Toda una vida es la historia de un hombre de montaña, de los Alpes, en concreto: Andreas Egger. Con él, recorremos su dura existencia, desde la infancia hasta su final, ya octogenario, llena de tragedias y de momentos deliciosamente felices. Asistiremos con él, a la llegada del progreso (los telesillas, la electricidad, la televisión, la llegada del turismo masivo a la montaña) y diversos hechos históricos (la Segunda Guerra Mundial o veremos con él por televisión la llegada del hombre a la Luna), mezclados con sus hechos vitales (el amor, la pérdida, el reencuentro con el pasado).

Seethaler habla de la vida, claro, pero también de la muerte, porque como él autor comentaba en una reciente entrevista no se puede hablar de la una sin tratar la otra. Es una novela que toca al lector, aunque sus paisajes y experiencias puedan parecer lejanas. Y lo hace porque va al grano, es profunda sin dejar de ser sencilla. Es emocionante, sin dejarse llevar por excesos melodramáticos.

Quizá, lo más cautivador de esta pequeña gran obra (y perdonad el lugar común que supone ese término) es lo bien que capta y refleja el autor a través de su protagonista el espíritu (quizá algo idealizado por los urbanitas descendientes de ese mundo, como servidor) de la gente del mundo rural, de campo, en este caso de montaña. Esa mezcla de carácter rocoso y cerrado, pero de sencillez admirable; esa mirada a veces sorprendida, otras veces resignada, ante lo nuevo; esa fuerza nacida de la normalidad, que parece entroncar en las imperturbables moles de piedra que habitan y a las que son siempre fieles a pesar de su rudeza y crueldad, para hacer frente a la adversidad y levantarse.

Una novela que sienta como una bocanada de aire limpio y puro. De la montaña, claro.

¿Alguno la habéis leído? ¿Coincidís con mis impresiones?

¡Buenas lecturas!

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