La batalla de Adrianópolis, una derrota imperial del siglo IV con ecos en el presente

Destrucción, de Thomas Cole (1836)

Pedro Santamaría, escritor y traductor, autor de novelas como Okela, Rebeldes y Peña Amaya, entre otras, y de la reciente Godos (Ediciones Pàmies, 2017), sobre la que hablamos con él hace un par de meses. El clímax de esa obra es la batalla de Adrianópolis sobre la que escribe y reflexiona en el siguiente artículo.


Adrianópolis, la culminación de un proceso silencioso

Por Pedro Santamaría | Escritor y traductor, autor de Godos y Peña Amaya entre otras.

Dos de la tarde. 9 de Agosto del año 378, a unas ocho millas al norte de la ciudad de Adrianópolis (actual Edirne, Turquía). Hace calor. Un calor opresivo, asfixiante. En esas latitudes, durante la estación estival, las temperaturas pueden superar los cuarenta grados. Tienes el sol prácticamente sobre la cabeza, no sopla ni una brizna de aire, no hay nubes.

Formas parte de una de las unidades del ejército imperial: tropas profesionales, bien entrenadas, bien pertrechadas, y estás ahí, de pie, junto a tus compañeros. Te duelen los pies después de siete horas de marcha, ya no te queda agua, tienes la garganta reseca y lo último que comiste fueron unas gachas antes del amanecer. El yelmo es un horno, la cota de malla pesa como una maldición, sientes que el sudor te recorre la espalda y tienes la túnica empapada. Pero puedes soportarlo. Al fin y al cabo eres un veterano del ejército imperial.

Por alguna razón el emperador aún no ha dado la orden de ataque. Oyes murmullos. Todo el mundo se pregunta lo mismo que tú: ¿a qué espera?

En lo alto de una colina, a lo lejos, se ven miles de carretas en círculo. Allí no solo hay guerreros, son familias enteras: hombres, mujeres, niños y ancianos, con sus rebaños de cabras y ovejas. Son los godos, bárbaros llegados del otro lado del Danubio y a los que el emperador Valente ofreció asilo hace dos años. Asilo. El emperador debería de habérselo pensado mejor. No se puede confiar en los bárbaros. En cuanto cruzaron el Danubio se dedicaron al saqueo y al pillaje… o al menos eso es lo que te han contado. Te encomiendas de nuevo a Jesucristo y le pides a Dios Padre que ese día te de la victoria. No debería ser difícil, solo son bárbaros.

Lo que no sabes es que la jornada será un desastre para las armas imperiales. Cuando llegue la noche dos tercios de las tropas serán pasto de los cuervos y el imperio habrá sufrido la peor derrota desde que Aníbal el cartaginés se enfrentara a las legiones en Cannae. No sabes que el mismísimo emperador caerá en la refriega, que dentro de treinta años los godos saquearán la ciudad de Roma ni que dentro de menos de cien el imperio de occidente será un recuerdo sobre las cenizas del cual se alzarán lo reinos bárbaros.

¿Cómo pudo ocurrir?

La batalla de Adrianópolis en sí no es más  que la culminación de un proceso silencioso que llevaba dándose desde hacía tiempo.

A grandes rasgos puede decirse que la expansión de Roma concluye con la república y con el ascenso de Augusto al poder. Será este, el primer emperador, quien establezca las fronteras en el Rin y el Danubio. El imperio, salvo alguna excepción, mantendrá esas fronteras hasta su caída. Si echamos un vistazo al mapa del imperio veremos que su expansión se detiene donde acaba la riqueza (de nuevo con la excepción de Britania, una “conquista capricho/de prestigio” cuya invasión y ocupación se estima que costó más de lo que produjo).

Más allá del Rin y del Danubio solo hay bosques y pueblos bárbaros dispersos. Al sur de las posesiones africanas no hay más que desierto, mientras que al este, otra excepción a la regla, se extiende el poderoso imperio Partho/Sasánida (dependiendo de la época). Hispania es rica, también lo es la Galia, lo son Italia y Grecia, lo es Anatolia, Siria y Egipto… pero fuera del imperio todo son desiertos y ciénagas.

La riqueza siempre atrae a los más desfavorecidos. El imperio es un lugar de oportunidades y son muchos bárbaros los que acuden a él para labrarse un futuro, y muchos también los que llegan como esclavos. El hecho de que la conquista de los territorios allende las fronteras no sea rentable no quiere decir que, de vez en cuando, no se lleven a cabo incursiones por parte de las tropas imperiales. Estas incursiones cumplen varios objetivos: en primer lugar es importante drenar de vez en cuando la savia nueva de los pueblos limítrofes, porque cuando se dan las condiciones muchos de estos bárbaros cruzan la frontera para saquear. Es importante, por tanto, dejar claro que Roma es poderosa y también es clave que el emperador, de vez en cuando, de a entender a su pueblo que es un hombre enérgico capaz de obtener victorias. Es evidente que la conquista no resulta rentable, pero hacer puñados de esclavos sí que viene bien para aliviar la presión a la que siempre están sometidas las arcas del estado. Y tampoco está de más que las tropas adquieran experiencia y no se agarroten en las fronteras.

Y así van pasando las décadas. Y no solo son los emigrantes y los esclavos los que pueden encontrarse por doquier en el imperio, también los guerreros mercenarios. El romano va perdiendo paulatinamente su furor guerrero y, cada vez más, los ejércitos dependen de contingentes bárbaros para proteger la frontera y para luchar en las innumerables guerras civiles.

Cuando, en el 376, los godos, empujados por los hunos, llaman a las puertas del imperio pidiendo asilo, este, que parece monolítico, poderoso y eterno, en realidad está ya carcomido por dentro. De hecho, si el emperador acepta que crucen y despliega toda una operación humanitaria para que se asienten dentro de las fronteras, no es por altruismo ni por caridad cristiana. Hay muchos jóvenes godos que podrán aliviar la falta de reclutas de la que adolece el ejército, decenas de miles de personas aliviarán la falta de mano de obra barata en los campos, las tierras donde se asienten volverán a producir y a pagar impuestos y, en una generación, acabarán asimilados en la sociedad y abrazarán agradecidos los valores romanos insuflando nueva vida y nueva sangre a una sociedad demasiado acomodada en sus privilegios, en sus entregas gratuitas de trigo, en sus espectáculos…

La idea no es mala… ¿O sí?

¡Buenas lecturas!

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1 comentario

  1. Dice ser Loken

    Buena presentación!
    Adrianapolis…supuso el fin del ejercito romano tal y como lo conocemos,y, precisamente por culpa de los mercenarios galos que tenia el ejercito, aunque , en el fondo ya se veia venir como acabaria Roma

    20 septiembre 2017 | 07:10

Los comentarios están cerrados.