Espías del siglo XVIII

Retrato del Marqués de la Ensenada (1702-1781), por Jacopo Amigoni

José Calvo Poyato es uno de los grandes autores de ficción histórica española actuales. En su última novela El espía del rey (Ediciones B, 2017) novela la actividad como espía del marino Jorge Juan en el Londres de mediados del siglo XVIII. Con él charlé hace un tiempo sobre esta novela y reivindicaba que si los grandes espías de su ficción, Jorge Juan y el marqués de la Ensenada, hubieran sido ingleses habrían tenido ya películas y series. En aquella conversación quedamos en que volvería a pasarse por XX Siglos para adentrarnos aún más en el fascinante mundo del espionaje de la época y hoy es el día. Que disfrutéis con este viaje con agentes secretos del mundo ilustrado.


Espionaje en el siglo XVIII

José Calvo Poyato | historiador y escritor | autor de El espía del Rey

Hay quien tal vez piense que  la aventura vivida por Jorge Juan en el Londres mediados del siglo XVIII, y que constituye el eje de la trama de El Espía del rey, sea una peripecia ficticia. Nada más lejos de la realidad. Añadamos que fue extraordinaria, pero no excepcional.  Las peripecias del gran marino español, que midió el arco del meridiano demostrando que la Tierra no era una esfera perfecta sino que estaba achatada por los polos, fue una de las maniobras organizadas por el marqués de la Ensenada, quien aprovechó la invitación a Jorge Juan de visitar Londres que le hizo la Royal Society para hacerse con información sobre las técnicas de construcción naval, que era consideradas secretos de Estado.

El espionaje, los espías y sus aventuras no son cosa de nuestro tiempo. No se trata de algo que  se materializara a lo largo del tiempo de la llamada Historia Contemporánea, entendiendo por tal la de los dos últimos siglos. El espionaje ha existido desde los tiempos más antiguos y desde entonces se han utilizado para llevarlo a la práctica las técnicas que los conocimientos de la época permitían y el ingenio humano ponía en práctica. Se espiaba con motivos militares, políticos, comerciales o personales para descubrir  los efectivos o los planes estratégicos del enemigo, para intrigar en torno a los centros de poder, para lucrarse económicamente o para conocer ciertos manejos como, por ejemplo, eran los “asuntos de cama”.

Retrato de Jorge Juan, de Rafael Tejeo (WIKIPEDIA)

En el siglo XVIII las redes de espías organizadas por don Zenón de Somodevilla y Bengoechea, marqués de la Ensenada, poderoso ministro de Fernando VI, como titular de las secretarías -era el nombre que hoy reciben los ministerios- de Hacienda, Guerra, y Marina e Indias, se extendieron por media Europa. Sus agentes estaban en París, en La Haya, en Londres y también en el Vaticano; la importancia de la santa Sede en las relaciones internacionales aconsejaba conocer adecuadamente los entresijos de la política vaticana. Ensenada, que poseía una amplia visión de Estado, tuvo siempre presenta que el poseer información significaba poder. Cuanta más información más poder. No escatimó medios para hacerse con esa información y, por lo general, lo hizo al margen de los embajadores que actuaban en esas capitales como representantes de la monarquía hispánica. Sus redes de espionaje se extendieron por media Europa y en más de una ocasión causaron no poco enojo a Fernando VI y su gran antagonista político, don José de Carvajal se refería a estas actividades como “maquiaveladas”.

El marqués de la Ensenada buscó nuevas formas de información una vez que, tras la paz de Utrecht -una imposición de Luis XIV de Francia a su nieto Felipe V-, los viejos esquemas de espionaje de la época de los Austrias, algunos cuyos centros, como era el caso de Milán o de Nápoles, habían dejado de pertenecer a la monarquía. Era necesario reorganizar las redes de información que en otro tiempo habían facilitado datos de  gran importancia sobre el enemigo o sobre la verdadera situación política a personalidades como Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán o a Felipe II.

Los planteamientos de Ensenada requerían en muchas ocasiones realizar un trabajo sucio y que, como en nuestro tiempo, estaba lleno de dificultades y peligros. Pero resultaba necesario estar al tanto de los entresijos de la política de la época, principalmente de lo que se cocía en París o en Londres. Todos los países contaban con sus espías y, como dice Cezary Taracha en su libro, Ojos y oídos de la monarquía borbónica. La organización del espionaje y la información secreta en el siglo XVIII, hubo numerosos acontecimientos que sólo se explican gracias a la existencia de esos servicios de inteligencia, como es el caso de la conspiración de Orleans, la muerte de Wallenstein, el cambio de las relaciones franco-británicas tras la firma de tratado secreto de Dover, la conspiración del príncipe de Cellamare o la misteriosa desaparición del diplomático inglés Benajmin Bathurst.

Entonces como hoy, el funcionamiento del Estado y su seguridad, así como la toma de decisiones está íntimamente relacionada con la posesión de información. La obtención de la misma era y es el trabajo de los espías. El espionaje es, pues, un fenómeno atemporal, una especie de caudal invisible -la invisibilidad es una de sus principales características-, pero que no nunca ha dejado de fluir.

El espionaje en la España del siglo XVIII era una competencia de la Secretaría de Estado, que utilizó las redes diplomáticas -embajadas y consulados- para llevar a cabo esas tareas. Dicha circunstancia hacía que el espionaje quedase fuera de las obligaciones del marqués de la Ensenada, pero don Zenón maniobró por su cuenta, consciente de su importancia. El ejemplo más relevante es el de la misión de espionaje de altos vuelos que encomendó a Jorge Juan en Londres, pero ni mucho menos fue el único. A veces, como hacía también la secretaría de Estado se valía de naturales del país que se espiaba. Ocurrió con frecuencia en el caso de Gran Bretaña. Sabemos que para la secretaría de Estado actuaron espías bajo el nombre de Antonio, Andrés, Ambrosio o Agustín -ignoramos si encierra algún misterio o es casual que todos esos nombres empiecen por la letra “A”-, en cualquier caso  sabemos que se trataba de personajes muy importantes y que alguno de ellos tenía relaciones familiares con los primeros ministros o acceso al propio monarca británico. Algunos espías, no todos, recibían importantes gratificaciones, incluso sueldos de elevada cuantía por su trabajo. Por ejemplo, Roberto Shee, que prestó importantes servicios a España, cobraba la bonita suma de 30.000 reales anuales y después de su muerte su esposa siguió recibiendo una pensión de 15.000 reales. Había quienes ejercían por libre y ofrecían información acerca de determinadas cuestiones que podían ser de interés. A veces pedía un precio tan elevado que se rechazaba.

En El espía del rey queda recogida una peripecia histórica extraordinaria por su protagonistas, sus resultados y consecuencias, pero que, como decíamos más arriba, no fue algo excepcional.

*las negritas son del bloguero y no del autor del texto.

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