Una historia de suspense y otra juvenil para ilustrar el duro regreso de los soldados japoneses de la Guerra Mundial

Os he leído en alguno de los comentarios varias veces eso de «la historia la escriben los vencedores». Es una máxima que suele cumplirse, aunque no siempre. La literatura, a veces, les da esa oportunidad a los derrotados.

Es una casualidad que hace poco me leyera dos novelas japonesas (no históricas y con ninguna relación entre ellas salvo la nacionalidad, pero creo que ya os he dicho que aquí vamos a tener un forma muy flexible de relacionar Historia y literatura) que me trajeron esa idea a la cabeza. Pensando en los veteranos de guerra nipones de la Segunda Guerra Mundial.

Hemos leído y visto hasta la saciedad sobre los veteranos de EE UU (también británicos), los traumas que se trajeron a casa tras sus muchas contiendas del siglo XX. De los japoneses no recordaba haber leído nada hasta ahora. Pero obviamente, tenían, claro. Eran también humanos, aunque a veces algunas ficciones lo olvidan.

Los japoneses se metieron en una contienda mundial por un afán imperialista y militarista fanático y desmadrado. Así les fue (sesenta años después de la rendición todavía seguían apareciendo raquíticos viejitos defendiendo trozos de selva). Japón también pagó su precio claro, bombardeos, una hecatombe atómica, la humillación y una difícil y dura reconstrucción. Otro ejemplo del siglo XX de a dónde lleva el fanatismo.

Gokumon-To. La isla de las puertas del infierno, de Seishi Yokimizo (Quaterni, 2015) es una historia a lo Agatha Christie versión nipona. La verdad, resulta una lectura ligera y entretenida, con una trama policiaca retorcida. En Japón, los lectores la consideraron en una votación como la mejor novela de misterio del siglo XX. El protagonista es Kindaichi Kosuke (una especie de Hercules Poirot asiático), un célebre detective de antes de la guerra que vuelve algo hundido de su experiencia bélica en las selvas de Guinea.

Llegados a 1943 ya no había más batallas y el ejército estadounidense ignoraba a la unidades enemigas dispersas que se quedaban en Nueva Guinea, de manera que ser organizó un repliegue y una evacuación  a gran escala. Kindaichi y algunos de sus camaradas se quedaron en la retaguardia, sin posibilidad de comunicarse con los suyos, sin casi víveres, con los uniformes raídos, sucios y hechos harapos, sin esperanzas y sin un porvenir a la vista. Solo una larga sucesión de días tediosos en los que uno a uno, los camaradas iban cayendo víctimas de las enfermedades o el hambre. Sin posibilidad de recibir víveres del frente, cada uno que se moría era una parte menos de comida a repartir. Y así fue como los sorprendió el final de la contienda.

Kindaichi todavía recordaba el extraño júbilo que embargó a Chimata.

—¡Podré volver vivo!— gritaba una y otra vez como le hubieran quitado un terrible peso de la espalda. Nadie más se alegraba del final de la guerra; dadas las circunstancias a casi todos les daba igual morir como gusanos  antes que tener que afrontar la vergüenza. (…) Era algo casi antinatural y totalmente aciago, pero sobre todo inútil, porque al final Chimata murió en la bodega de un barco de regreso a la patria, cuatro o cinco días antes de poder pisar suelo japonés.

Ese camarada fallecido, le encarga algo a Kindaichi y esa petición le lleva a ir una isla y envolverse en una misteriosa serie de asesinatos. La sombra de la guerra está presente en la novela. En un momento dado, el detective asegura que por fuera ha regresado bien de la guerra por fuera, aunque «por dentro, es otra cosa».

La otra novela que os comentaba es otra de corte totalmente diferente. Los amigos, de Kazumi Yumoto (Nocturna Ediciones, 2015) es una deliciosa novela iniciática, sobre amigos, veranos y descubrimientos.  Trata sobre unos escolares nipones cuya curiosidad por ver cómo es la muerte les lleva a espiar a un anciano solitario a la espera de que fallezca. En 2015, año de su lanzamiento, alcanzó su segunda edición en España y, en este caso, es por algo. No es una novela donde la trama y los giros sean lo fundamental, pero con esta moda de las series y spoilers, os aviso que algo destripo a continuación.

El viejo resulta ser un veterano de guerra y en un momento de la historia les cuenta a los chicos su trágica experiencia.

El pelotón del viejo se retiró del frente y se internó en la jungla. En otras palabras, desertaron. Al principio eran veinticinco, pero se fueron muriendo hasta quedar dieciocho. Morían de calor, de cansancio, de hambre, de sed… O simplemente los abandonaban porque estaban enfermos (…).

Cuando anochecía, se juntaban como gallinas entre raíces enroscadas e intentaban dormir algo. Algunos se encontraban tan cansados que morirse les daba igual. Sólo querían estirarse y dormir… Así que se iban a la orilla, donde el enemigo los acribillaba a balazos (…)

—Un día encontramos una aldea (…). Había sólo mujeres, niños y ancianos en la aldea. Los matamos a todos (…). Una mujer escapó. Corrí detrás de ella. Me sentía débil, estaba casi muerto de hambre, tenía calambres en las piernas y me ahogaba. Eran joven así que corría muy rápido, como un cervatillo. (…) Sentía un bum-bum en el cerebro. En un momento dado, saqué mi arma y disparé. (…) La bala le atravesó la espalda y salió por el pecho. Se quedó tumbada, bocabajo. (…) Fue entonces cuando me di cuenta. —El viejo se quedó callado un instante— Esperaba un niño.

Os dejo, por no destrozaros más la novela, que si queréis saber cómo el viejo afronta su trauma y vergüenza por esos hechos a la vuelta a su hogar, leáis la novela.

A veces, la superioridad de difusión de la cultura anglosajona y estadounidense, puede hacer que pensemos que todas esas cosas solo ocurren a gente de Iowa. La literatura tiene, en ocasiones, ese buen tino de saber introducirnos en el punto de vista que de forma natural no nos sale o con el que no nos identificamos. Es otra forma interesante de llevarnos al pasado y conversar con la Historia, de favorecer la empatía. Que la ideología loca y criminal del Imperio japonés en los años 30 y 40 resulte del todo rechazable para nosotros, no quiere decir que debamos obviar el sufrimiento de las personas que lo conformaban.

Acabo de recordar que sí tenía constancia de otra historia de veteranos japoneses traumatizados. Era el fragmento de El comandante y el soldado de la preciosa película Sueños, de Akira Kurosawa (el vídeo que os dejo a continuación no es el fragmento completo).

¡Buenas lecturas!

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7 comentarios

  1. Dice ser Platoob1sc

    Gracias por las recomendaciones. Soy un friki de la segunda guerra mundial y esta novelas me atraen mucho.

    25 enero 2016 | 12:02

  2. Dice ser David

    El anime «La tumba de las luciernagas» también retrata la vida de dos niños japoneses en pleno bombardeo americano. Que no te engañe que diga que son de los creadores de Heidi o Marcos, es una peli bien cruda.

    También hay otras como Hiroshima.

    25 enero 2016 | 12:04

  3. Dice ser killmason

    » de “la historia la escriben los vencedores”. Es una máxima que suele cumplirse, aunque no siempre. La literatura, a veces, les da esa oportunidad a los derrotados.»

    Y nos cuentas la version americana… la historia del «vencedor» el cobarde de las bombas atomicas es que ellos eran los heroes y los japoneses unos monstruos y es lo que se cuenta en japon, en las universidades es ILEGAL hablar del final de la guerra y aunque socialmente esta bien visto decir que ellos eran los malos en el fondo quieren venganza, ya que directa o indirectamente japon esta MUYYYY controlado por america

    enserio crees que ellos estan de acuerdo con las bombas atomicas?

    Fuentes: he ido a japon y no me he tragado la diarrea yanki cargada de mentiras

    25 enero 2016 | 15:19

  4. Dice ser Nemigo

    puntualizar varias cosas. Japón no invadió a sus vecinos por afan imperialista. Fue una necesidad de subsistencia. El país no tenía recursos y el embargo yanki los dejó sin acceso al petróleo de oriente medio.
    Tampoco es cierto que japón saliese de la segunda guerra mundial destruido. Todo lo contrario. Los yankis apenas bombardearon japón. Estaba demasiado lejos y sus aviones no tenían bases cerca del país. Se hicieron bombardeos simbólicos como los de represalia por pearl harbor . Lo más grave fue las bombas atómicas pero solo afectaron a dos ciudades y no las destruyeron por completo.
    Japón tenía toda su industria bélica operativa tras el fin de la guerra. La reconvirtió para uso civil y en menos de 20 años eran una superpotencia mundial. Además no tenían que gastar nada en armamento, no se lo permitían los yankis, sus recursos fueron para reconstrucción civil.

    25 enero 2016 | 17:04

  5. Dice ser Locke

    Nemigo, perdona pero sí que bombardearon bastante con los b-29, y lo bombardeado se magnificaba tremendamente ya que las casas y barriadas eran casi todas de madera y material prendible.

    Tokyo mismo más del 50% fue arrasado

    25 enero 2016 | 18:31

  6. Dice ser takeda

    Es lo que tiene jugar con fuego con los anglosajones… dan unas hostias de espanto, son pueblos valientes y guerreros.

    25 enero 2016 | 19:49

  7. Dice ser Carlos

    Excelente artículo,lo voy a recomendar. Y cuando vaya a España,compraré los libros.

    26 enero 2016 | 01:01

Los comentarios están cerrados.