Ayer, la gente de Take-Two me invitó a ir a sus oficinas para probar el Midnight Club: Los Ángeles. Los juegos de coches no están entre mis preferidos, pero hay que estar al tanto de todo y hacer algo más que teclear.

Les dije que sí, que iría, y me enviaron un correo electrónico en el que me indicaban que un taxi vendría a recogerme. ¿Un taxi?, ¿para ir a dónde? Pues donde Cristo perdió la PSP por lo menos. Hasta allí fui, al borde del fin del mundo, ¿para qué? Pues para ver el juego, sí, pero también para hacer un poco el ridículo.

El trabajo periodístico tiene muchísimas cosas buenas, muchos privilegios, no lo voy a negar. Pero también crea situaciones bastante incómodas: entrevistas forzadas de escaso interés, viajes infructuosos al otro extremo del globo o, como en este caso que ahora os cuento, la exposición al escarnio público.

Vaya por delante que estoy exagerando un poco (me encanta exagerar), pero la verdad es que mi nivel de conducción fuera de Mario Kart deja mucho que desear.

La gente de Take-Two, que es muy simpática y educada, no se rio de mí, pero deberían. «No te preocupes, es cuestión de práctica», me decían. Sí, es verdad, pero os aseguro que yo necesitaría más práctica que la media de los mortales. Soy casi tan paquete en los juegos de coches como jugando al Pro.

El caso es que el juego me gustó y me piqué un poco (no cuesta mucho picarme), y me entraron ganas de insistir hasta ser capaz de hacerlo bien.

Sólo una cosa me consuela: que muchas veces es en los juegos a los que mejor jugamos en los que hacemos los ridículos mayores. No me importa encadenar choque frontal tras choque frontal en el Midnight Club, pero jamás soportaría una humillación semejante en, por ejemplo, un Super Smash Bros., Meteos (éste sí es un caso real) o el citado Mario Kart.

¿Alguna vez habéis sentido que hacíais el ridículo jugando a algún videojuego?