Tengo un amigo, al que ya he citado varias veces en este blog, cuyo gusto por los videojuegos sigue un curso en cierto modo paralelo a la evolución de la industria en Japón. Lo explico rápidamente.
Mi amigo, como tantos otros, se aficionó a los videojuegos gracias a las máquinas recreativas y las viejas consolas, y se convirtió en un jugador hardcore por obra y gracia de las grandes compañías japonesas (Konami y Squaresoft muy especialmente).
Era la época de esplendor de las grandes desarrolladoras niponas. Nintendo creó un imperio, construyó sólidos pilares, Sega proporcionó la imprescindible y honorable competencia, Capcom y Konami fabricaban iconos de la cultura pop como si fueran churros, Enix y Squaresoft potenciaban los elementos narrativos del videojuego y elevaban el género del RPG a sus más altas cumbres, Sony se unía a la terna, su recién nacida PlayStation estaba destinada a recibir reliquias de la talla de Final Fantasy VII y Metal Gear Solid (probablemente los dos juegos que más marcaron a mi amigo), Namco pasaba del Pac-Man al Tekken…
Pero los años pasaban y las generaciones de consolas se sucedían. La industria europea y sobre todo la estadounidense progresaban, experimentaban, desarrollaban nuevas ideas (a veces nefastas, pero nuevas al fin y al cabo) mientras Japón repetía las mismas fórmulas una y otra vez. La industria hacía tiempo que no era negocio juguetero, los clientes potenciales ya no eran sólo niños. Poco a poco dejaba de ser también cosa de frikis, una afición minoritaria. Los videojuegos se acercaban, igualaban y superaban a otras formas de entretenimiento masivas como la música y el cine.
El negocio se había convertido en un gigante de múltiples brazos que todo lo abarca. ¿Y qué pasaba en Japón?, ¿qué pasa en Japón? Pues que todo se sigue repitiendo. Muchas compañías se regodean en su mundo endogámico de escaso progreso (aquí he de citar las obvias excepciones de Sony y, sobre todo, Nintendo): se ponen barreras, desarrollan primero pensando en ellos y luego en los demás… y pierden toda la frescura que una vez tuvieron, con las negativas consecuencias que eso conlleva en cuanto a proyección internacional.
¿Dónde encaja mi amigo en todo esto? Pues bueno, resulta que hace un par de años me aseguró que ya no le gustaban los videojuegos. Había perdido el interés. El Final Fantasy XII no le había gustado (sobre el X-2 mejor no hablar) y ya no tenía ganas de sentarse durante horas frente a la consola. El abandono de los videojuegos no fue definitivo. ¿Qué le recupero para la causa? La Xbox 360 y el Gears of War, lo más yankee entre lo yankee. A estas alturas ha debido de pasarse el Gears y el Gears 2 unas ocho veces cada uno.
En los días previos al Tokyo Game Show 2009, que se celebra esta semana, Tomonobu Itagaki, creador de Ninja Gaiden, ha hablado sobre el tema con los chicos de Kotaku. Itagaki comenta que el mercado japonés no se puede quedar anclado en fórmulas casi obsoletas, tiene que progresar, adaptarse a las nuevas reglas del juego y competir igual a igual con Occidente. Japón tiene que fomentar una industria competitiva a nivel internacional, la autosuficiencia no les traerá nada bueno.
Ya falta menos para Final Fantasy XIII. Mi amigo está deseando que anuncien el Gears of War 3.
NOTA: Un pequeño dato que me parece relevante y he olvidado mencionar: cada vez son más las compañías japonesas que encargan el desarrollo de algunos de sus grandes títulos a equipos no nipones. Un buen par de ejemplos: Dead Rising 2 y Castlevania: Lords of Shadow.