Anoche, trasteando un poco con la Xbox 360 me di cuenta de que las ofertas de Live de esta semana incluyen varias adaptaciones de juegos de mesa, entre ellas la del formidable Los colonos del Catán, mi juego de tablero favorito (un juego de estrategia basado en la administración de recursos y la construcción).
Esta circunstancia casi parece una señal. Resulta que desde hace dos o tres semanas, un par de mis mejores amigos (a los cuales descubrí yo el juego original) están enganchadísimos al modo online del Catán de Xbox 360. Desde entonces no paran de insistirme en que me descargue el juego para echar partidas en grupo.
Hasta el momento me he negado a comprarlo, aunque comprendo los argumentos de mis amigos. Con el Catán de consola cada uno puede jugar desde su casa, se ahorra el tiempo de montaje del tablero y también la recogida, y además es posible charlar a través del micrófono, lo que rompe el distanciamiento con los demás jugadores.
Sin embargo, por algún motivo que me cuesta explicar, tengo la sensación de que el juego pierde encanto en la consola. El ritual de colocar las piezas, las fichas, las cartas… El azar de los dados físicos, mucho menos cabreante que el de los dados virtuales (ambos me han reconocido que la CPU trampea bastante la aleatoriedad)… El comercio cara a cara con el resto de jugadores… ¿Dónde queda todo eso?
Supongo que al proceso de preparación, desarrollo y finalización de cada partida le envuelve una magia especial que no puede reproducirse de manera virtual. ¿Prejuicios? Probablmente. Los mismos que nos llevan a muchos a aferrarnos al libro impreso y no dar el salto al libro digital.
A todo eso hay que añadir que ya he sufrido varias veces la tiranía de los piques online y no me apetece engancharme de nuevo durante meses a un mismo juego. Pero claro, el Catán cuesta ahora 400 Microsoft Points en vez de 800, ¿puedo dejar pasar la oportunidad? Y si la dejo pasar, ¿no me arrepentiré? (valorhealthcare.com)
Creo que me sigo quedando con el Catán de tablero… o no.