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De las torturas de la mitología griega, el arte, el humor y el desarrollo de juegos en Flash

La semana pasada, ante la sequía informativa en el sector, dediqué bastante tiempo a buscar curiosidades: vídeos divertidos, webs ingeniosas, buenos juegos indies… No tuve mucho éxito salvo por una honrosa excepción que ha logrado fascinarme durante días: el trabajo de Pippin Barr, un artista que basa la mayor parte de su trabajo en los videojuegos.

Una referencia a la mitología griega, una de mis grandes pasiones, fue la que me llevó hasta la página web de Barr. En concreto, lo primero que descubrí fue un juego en Flash, Let’s Play: Ancient Greek Punishment, que nos invita a enfrentarnos a algunas de las más conocidas torturas de los mitos helenos: la roca de Sísifo, el hambre y sed eternas de Tántalo, el tonel sin fondo de las Danaides y el águila de Prometeo.

A estos cuatro mitos se añade una quinta prueba basada en una de las paradojas del filósofo Zenón. Las cinco pruebas, imaginadas con mucho acierto usando sencillos gráficos que recuerdan a la mítica Atari 2600, son absolutamente fieles a las historias a las que hacen referencia, es decir, no hay forma de superarlas. El juego recrea castigos eternos mediante desarrollos igualmente infinitos. Es imposible probarlos sin esbozar una sonrisa. Son ingeniosos, divertidos, brillantes…

A raíz de dicho juego comencé a navegar por la web de Barr, saltando de juego en juego, de dibujo en dibujo, de texto en texto. Toda su obra ha hecho que vuelva a reflexionar sobre la controvertida relación entre arte y videojuegos. Hace ya más de tres años que escribí sobre este asunto y mi opinión no ha variado apenas desde entonces. Sin embargo, los trabajos de este artista me han mostrado nuevas formas de ver el vínculo entre ocio interactivo y creación artística.

Su estilo se caracteriza por la búsqueda de originalidad estética, el uso de conceptos básicos del desarrollo de videojuegos llevados al extremo y un sentido del humor muy particular que, mezclado con todo lo anterior, a menudo desemboca en la reducción al absurdo.

Fruto de este excéntrico cóctel han surgido juegos como The Artist is Present (en el que debemos esperar varias horas reales de cola en el MoMA de Nueva York para vivir una experiencia basada en hechos reales), un Dance Dance Revolution de 6 bits en el que podemos intentar derrotar a Zorba el griego en un duelo de sirtaki, Trolley Problem ( que plantea un experimento ético y filosófico) y All’s Well That Ends Well (un imposible, facilísimo, delirante juego de naves con infinitos niveles).

Tened cuidado porque, aunque casi todos los juegos son imposibles o disparatadamente largos, acabaréis dedicándoles unos cuantos minutos más de la cuenta. Aparte de probarlos, os recomiendo que leáis los textos que publica Barr en su blog, donde explica las motivaciones que le han llevado a desarrollar cada una de sus obras y plasma sus ideas y reflexiones sobre la creación de videojuegos.

Espero que os entusiasme tanto como a mí.

¿Los videojuegos son arte?

Uno de los grandes debates sobre los videojuegos: ¿son arte o no lo son? Quizás esperáis que mi respuesta lógica sea que sí, pero desde siempre he tenido mis dudas. Para ser exacto debo decir que creo que los videojuegos, como el cine, pueden ser arte pero a menudo no lo son.

Una película de acción de los 90 protagonizada por Silvester Stallone podía ser divertidísima, pero dudo mucho que nadie la considerase arte. En ese caso no hablamos de obra artística sino de producto de entretenimiento.

Cuando se habla del cine como séptimo arte, hay que referirse a obras y autores que van más allá de la butaca y el kilo de palomitas. Las películas artísticas son aquellas que poseen algo más que un guión ameno, creaciones que buscan una reflexión del espectador sobre una idea, aunque esa idea sea la mera belleza formal. Al fin y al cabo, la belleza es el núcleo de todo arte, desde la pintura hasta la poesía.

Lo mismo sucede con los videojuegos. El hecho de que un juego posea un argumento no signiffica que pueda considerarse arte. Un juego hecho deprisa, con desgana, motivado únicamente por una licencia que garantiza dinero fácil y que sale al mercado sin terminar y plagado de errores técnicos… ¿es arte? Evidentemente no.

El mayor problema de los videojuegos a la hora de ser considerados arte es el mismo que el de la música y el cine: estas tres áreas son hoy día grandes negocios de la industria del entretenimiento que mueven gigantescas sumas de dinero. Primero son negocio, después son arte. Y son arte sólo en muy contados casos, cuando a los creadores les mueve algo más que el beneficio económico.

En juegos como Shadow of the Colossus, Electroplankton u Okami se aprecia una clara intención artística, pero casi podrían considerarse excepciones. Sin embargo, esto no me preocupa. El hecho de que la mayoría de los videojuegos no sean arte no los hace peores, no está reñido con su capacidad para divertir.

Para seguir con la comparativa, en cine citaré como obra de arte una película que le encanta a un muy buen amigo mío: El séptimo sello, de Ingmar Bergman. Muchos se dormirán viendo esta película, pero eso no quita para que se la considere una gran joya de la historia del cine. Lo mismo sucede con Ico, aclamadísima aventura que a mí me aburre sobremanera y a la que dedicaré un artículo específico no dentro de mucho.

En el otro extremo tenemos películas como La última cruzada y juegos como Metal Slug. Igual no son obras de arte, pero nadie puede negar que son dos prodigios del entretenimiento audiovisual.

Entre los argumentos que defienden que los videojuegos no son un arte, también suele hablarse de la interactividad. Muchos aseguran que el arte es una creación fija e inalterable con la que el artista atrapa al que lo contempla intentando transmitirle algo. El observador es un elemento pasivo en el arte, mientras que los videojuegos exigen un comportamiento activo.

En mi opinión, este argumento no es suficiente para desacreditar a los videojuegos como arte. El contenido de un juego, por muy amplio que parezca, siempre está limitado, acotado por las barreras que deciden los creativos. Por tanto, la acción del jugador no supone un cambio en la obra, no la transforma, sólo determina la forma en que se contempla.

Curiosamente no hace demasiado, una de las figuras considerada por la mayoría como gran artista de los videojuegos, Hideo Kojima, aseguraba que los videojuegos no son arte. En parte estoy de acuerdo con él, pero sus argumentaciones no me parecen muy claras.

Mi conclusión: Los videojuegos, como las películas, son susceptibles de convertirse en obras de arte, pero la realidad es que a menudo no consiguen alcanzar ese grado. La razón no tiene que ver con el componente interactivo sino con los intereses económicos, que convierten a los videojuegos en un negocio en el que el arte pocas veces tiene cabida.

Repito la pregunta con la que titulo este texto, ¿los videojuegos son arte?