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El big data del alma

Nuevas eternidades

Y así va pasando la segunda eternidad. El orden de las eternidades es motivo de disputa entre teólogos y ecónomos. Los premios nobel de estas disciplinas no se ponen de acuerdo. No hay nobel de teología porque se lo llevaría siempre el Papa, que en tiempos fue infalible, y aun podría serlo de nuevo siempre que dijera lo que se esperaba de él.

La segunda eternidad es el interregno o lapsus entre un mundo que se va deshaciendo y otro que ni siquiera se puede mencionar porque nadie sabe si vendrá o no vendrá. Ahí está la gracia. Esos interregnos o lapsus civilizationis. según los historiadores, duran más que la pana.

Y por eso, a los que sufren estas transiciones entre eras casi geológicas, que son también o solo teologales, se les hace tan cuesta arriba, excepto que pertenezcan al 1% (que es menos, pero se pone el «uno» por convención), que a veces desean que se produzca el tránsito cuanto antes, aunque sea entre semana y aprovechando cualquier evento trivial.

Pero claro, nunca se produce de una vez, de un tajo, digamos así. Los imperios, como sentenció, Gibbon, caen a trozos, a veces sin llamar la atención. En otros tiempos una vida no bastaba para ver el relevo, y ese es el motivo de que se prolongue tanto la vida humana: la curiosidad.

A ver en qué queda esto.

La época se va deshaciendo pero no asoma rival, o sucesor, que sería tanto unas nuevas creencias o excrecencias como quizá un pueblo o país de repuesto, o muchos o varios. Los bárbaros que asediaron Roma y formaron parte de ella durante siglos eran variados, varegos, etc.

Roma aun mantiene sus calzadas, con bordillos impecables, por debajo de los sembrados y los caminos y las autovías agrietadas. La eternidad en descomposición va poco a poco mejorando antes de pegar el gatillazo final, que quizá ya ha ocurrido y no nos hemos dado cuenta.

Es todo tan tenue a veces.

 

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