Hoy se celebra el homenaje a Félix Romeo en Lechago (Teruel).
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Escribí esto en Heraldo de Aragón / lo pego aquí:
Biblioteca Sumergida de Lechago
El escritor Félix Romeo murió hace diez años, aunque es obvio que al igual que todos los seres queridos sigue entre nosotros en otro formato, o en todos los formatos.
Félix sembró su entorno, que era inabarcable, de miles de ideas, chistes y ocurrencias, siempre con extraordinaria lucidez. Su mente prodigiosa, igual que su corazón, alumbraba para cada persona (o cualquier clase de entidad) una sugerencia diferente, una idea fabulosa, un consejo, un libro, una lectura, un paisaje, una polémica, una excursión, un disco, una película, incluso un horizonte vital.
Uno de estos proyectos fue crear una biblioteca sumergida en el pantano de Lechago, que llevaba cien años molestando a los vecinos y nunca se hacía y al final se hizo, y en realidad no se emplea para nada porque el agua sale muy cara para regar. Así que ahora, en los diez años de presencia ausente de Félix, la Asociación de Amigos de Lechago va a hacer realidad esa biblioteca.
Invitaron a cientos de amigos a enviar sus libros dedicados, el escultor José Azul ha hecho un cofre hermético y ese tesoro irá el próximo día 21 DM al fondo del embalse que así alcanzará una utilidad cultural que, como se sabe, es tan inútil como esencial. El pez es uno de los primeros símbolos de las civilizaciones conocidas.
El embalse de Lechago, ya sumido en el cambio climático que nos inunda, llegará al último rincón del mundo, y la Biblioteca Sumergida será la fórmula ideal para, entre las eras de Piscis y Acuario, darnos un chapuzón de los que tanto le gustan a Félix.
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He publicado en Letras Libres el texto Félix andando sobre las aguas.
Está en la web el texto inédito de Félix Diccionario truncado de la ciencia ficción, que desde 2010 había guardado el escritor Octavio Gómez Milián.
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En vez de enviar un libro para el cofre sumergible escribí otro texto, gemelo del de Félix andando sobre las aguas, que lo publico aquí:
Félix Romeo andando sobre las aguas en Lechago
Mi puesto no está aún aquí.
¡Levad anclas, navíos de mi ensueño!
¡A los mares desiertos mi ardiente sed
de náufrago inconquistable!
¡Mi afán de mina,
mi ardor de buzo
a la deriva exacta conduzco de un vuelo misterioso!
Miguel Labordeta
Nerón Jiménez contesta al mensaje de amor de Valdemar Gris
Violento idílico (1949)
Han izado al buzo del Ebro para traerlo a Lechago. ¿Y eso pues? Se ha empeñado en venir. O ha sido cosa de la organización. Es difícil saber lo que ocurre, hay tantas versiones.
El sumergimiento estaba en marcha, pero el pantano no tenía fondo. Eso dicen ahora. Quizá una sima súbita, un incipiente volcán, el cambio climático.
Súbita sima de antiguos jolgorios.
El buzo no existe, es un buzo metafísico salido de la costilla de Miguel Labordeta.
Canto al buzo de bronce y fuego que soñara contigo.
Pero la universidad de guardia confirma que lo metafísico y lo epilírico existen con la misma entidad y derecho que lo cárnico.
El caso es que el buzo no quería perderse el sumerrundo felisíaco. Qué tozudo. Lo ha sacado la Hermandad de la Sangre de Cristo, por medio de Torosantitos, que es familia de aquel Torosantos que se jugó a las cartas la vida de su hijo.
¿Al guiñote?
Al póker.
Qué canalla.
Así que les ha costado lo suyo izarlo. Decían:
Será metafísico, pero pesa como un muerto.
Es por las botas, que llevan suelas de plomo.
Y la escafandra.
Y lo han izado discretamente, con la polea de mano; han ido de paisano, sin el furgón.
Alguno ha sugerido desenroscarle la escafandra, a ver qué salía. Pero ha prevalecido la prudencia fatídica, no vaya a ser que escape la ausencia. Además, tan cerca del Pilar. Porque el buzo vive en el Pozo San Lázaro.
Lo han llevado por la Mudéjar en un coche privado, sentado en el asiento de atrás, con el cinturón bien prieto, como un pasajero normal.
Dónde lo dejamos, en la biblioteca o en la orilla.
El gentío de agosto se agitaba por los alcores, cámaras de medios internacionales se habían apostado en los ribazos bajo un cielo lleno de drones, rosarios de satélites espías, ovnis de los años 70 aún de buen ver. La expectación rizaba la lámina.
Desde el amanecer se podía ver a Félix andando sobre las aguas.
El cofre de las mil y una noches estaba sellado con lacre y pez y silicona de la buena y hasta agua bendita de antes de la pandemia. Las campanas de las ermitas e iglesias, algunas arrancadas y fundidas en su día para hacer cañones, repicaban por los altozanos con lúgubre alegría: dulong, dulong, dulong.
Ay qué vida esta.
Al buzo al final lo han llevado al bar.
A remojarse.
Es el buzo del Ebro, que no ha querido faltar.
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Llegada la hora la comitiva arrancaba con el cofre en andas, pero pesaba demasiado, el sol se clavaba como puñales ardientes y además se nublaba por los lolumos así que decidieron llevarlo en el coche de la diputación, que lucía los emblemas antiguos: escudo con bandera de Aragón, toro arrestado bajo estrella de ocho puntas, Santa María de Albarracín y castillo de Alcañiz, todo con el escusón de gules con san Jorge a caballo matando al dragón, todo flanqueado por una palma y un ramo de laurel.
Desde la orilla se veía a Félix andando sobre las aguas.
¿Lleva el macuto?
Y pantalón corto.
Los que lo veían cuchicheaban porque se daban cuenta de que había personas que no podían verlo y no querían dejarlas en mal lugar. O que pensaran que ellos sufrían visiones.
A veces reverberaba el lago y se enturbiaba la vista con los calimas. Félix estaba cantando el Gol de Nayim. Eso sí que lo oían todos los presentes y los ausentes, pero tampoco nadie dijo nada. Debían pensar que era una grabación que ponía la Asociación de Amigos de Lechago. Los instrumentos digitales no captaban nada o se borraba enseguida. Los corresponsales se desesperaban y los selfis salían sin fondo.
¡¡¡Goooooooooooooool Gol Gol Gooooooooooooooooooool!!!
Alabado sea Dios.
El cielo se anubarraba un poco por los bordes.
Algunos recordaron que Félix hubiera querido casarse en la Romareda.
Arrancaron la zodiac y hubo que hacer equlibrios y fuerza para depositar el arca en su seno sobre las aguas del Pancrudo, a cuya orilla venían a morir las ondas que producía Félix al chapotear allá lejos, en el centro del embalse. Nadie rechistaba.
Había alegría contenida y en el momento de zarpar se hizo una gran solemnidad.
Pronunciadas las palabras rituales la barca hendió las aguas con su biblioteca encima.
Entonces apareció el buzo renqueando, arrastraba a duras penas los pies entumecidos de plomo y la escafandra, aún con líquenes y verdín del Ebro, se mecía como un cofrade al ritmo de un tambor que solo él podía oír pero que se hacía evidente para los pocos que lo miraban mientras se escabullía por un lado de la media luna que formaba el gentío hasta que a lo somarda se fue metiendo en el agua con tiento, sin salpicar. Alguien asoció la escena con Jesús Moncada y el Camino de sirga. Había gentes de todos los idiomas conocidos, incluyendo el aragonés, el armenio y el sefardí.
Los amigos veían intermitentemente a Javier Tomeo, a Josemari de Casa Emilio, a Guillermo Lacambra, a Eva Aznar, a Labordeta, a Alfredo Castellón… tanto cariño yendo y viniendo por los multiversos entre el aire caliginoso de Teruel en agosto, cuando al amanecer ya hiela y Lechago ventea la tundra.
Cuando llegó la lancha al punto prefijado el buzo ya estaba debajo, lo supieron por las burbujas, que aun llevaban aire del colegio Santo Tomás de Aquino.
Algunos oyeron la voz de trueno de Miguel:
Señor:
heme aquí despoblado, surgiendo entre los pájaros.
Ya ha sonado la hora en las quietas aguas de mi centro,
mas yo permanezco abierto a la espesa influencia
de los antiguos soles que manaron los muertos.
Sí. Decidme: ¿para qué nacimos?,
¿para qué se hicieron montañas en la Luna
y el martirio innoble de los buzos?
Despues de sumergir la biblioteca llovieron panes y peces, bocatas de longaniza y cervezas y vino. El buzo del Ebro, aunque lo esperaron hasta que cedió la última luz, no volvió a salir. En Lechago dicen que a veces se le puede ver paseando con Félix sobre las aguas.
Mariano Gistaín, julio 2021