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El big data del alma

La cueva, la bodega y el botijo con 5G

Sale fuego del mar, un surtidor de gas ardiendo. Una tubería rota. Eso es la vida comprimida de este lunes al ralentí.

La antigua España (esp) está por todo, el ventrílocuo todopoderoso detenido y liberado enseguida, va a ser un nuevo Villarejo.

Todo el mundo tiene grabaciones de todo el mundo. La vida en discos duros, en nubes, en bits a medio corromper. Subcontratan a adiestradores de algoritmos por cuatro perras.

El virus viene y va, los baby boomers han sido identificados, señalados, existen un poco, en verano.

La única forma de desafiar al gob es llevar la mascarilla, no fiarse de nada ni de nadie, la variante delta se clava en cuatro segundos.

Lo de Canadá tiene dos patas terribles: los niños genocidados durante un siglo y el calor criminal, esa pandemia CC.

Un país occidental, tan moderno.

Todo nos lleva o nos trae al polideportivo, esa instalación de socorro, de emergencia, para montar hospitales, para recoger refugiados si han tenido suerte, para dar un respiro ante los 49 grados del CC, para acoger a vecindarios enteros cuyas casas han ardido, o se han derrumbado.

El polideportivo es el no-lugar de socorro de nuestros no-days. El polideportivo ha servido en los pueblos durante décadas opíparas para hacer cenas tumultuosas, bailes, de todo. Menos deportes, que no había jóvenes.

Ahora habrá que ponerles aire acondicionado y placas solares: el propio calor de 49º (que este año abrasa a Canadá y algo de USA) servirá para hacer fresco.

Vuelve la cueva, la bodega y el botijo. Y el pasadizo de las guerras de siglos. Refugio, escape, frescor. Eso sí, con 5G.

MadMaxizaciones parciales, recursos rupestres, huerta, gallinas, conejares…

Un mix de la ferralla y el cañizo con el tren de satélites de Starlink. La guerra fría es entre estados y grandes corps, que van ganando.

Y la fábrica de hielo, como en Fitzcarraldo.

 

 

 

 

 

 

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