Veinte Segundos Veinte Segundos

El big data del alma

Lo saben todo de tod@s y nadie sabe nada de nada

El gob ha ordenado retirar más de cien mil mascarillas defectuosas. Qué desastre. Algunas ya habían sido usadas. Nunca sabremos cuántas porque en esta pandemia del diablo nunca hay forma de saber nada.

Lo que describe el coronavirus es la confusión de los datos. Una maldición bíblica, como el lío de la torre de Babel.

En el mundo del big data esto es lo más destacable: nunca hay datos fiables de nada.

Todo es a ojo, aprox. Y cada día más. Las cifras bailan. Y esto no tiene nada que ver con España y sus gobs. Es un fenómeno global.

El mundo coronavirus ha vuelto a la era pre-data.

O quizá nunca salimos de ella y estábamos en un espejismo de exactitud, siempre contando el pib, las décimas de crecimiento, el paro, bla bla… Lo único fiable era el porcentaje de economía sumergida, el índice de blanqueo estructural, la corrupción sistémica… que son datos que por definición eluden la presunta exactitud.

En un mundo encomendado a las hojas de cálculo nada era tan exacto como decían los contables.

Lo malo es que el mundo estaba entregado a los contables. A los sacerdotes de la exactitud.

¡Y aun lo está! Veneramos esa teología por inercia, por fe. Pero nada.

Fe-Data.

En cuanto ha pasado algo grave y global toda esa pantalla se ha venido abajo.

Solo sabemos medir los datos que nosotros mismos entregamos a todas horas.

El virus es pura ambiguedad.

Paradoja número dos: los GAFA y sus buitres saben todo de cada cual y sus contactos, saben cosas de usted y de usted y así hasta dos mil millones de de personas, o tres mil millones. Solo ellos saben lo que saben.

De cada cual y sus redes.

Y todo eso lo venden y se forran, y no pagan impuestos (al menos en España y en parte de Europa). Y casi seguro que están alterando las elecciones y la democracia.

La paradoja es que sabiendo todo de todos cuando algo nos interesa a todos no hay forma de saber nada.

 

 

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Lo de las cien mil mascarillas (o las que sean) a cualquiera le puede pasar.

Algo de toda esta chapuza recuerda vagamente a la gestión del Yak.

El Estado no está preparado para casi nada real.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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