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El big data del alma

A Merkel le tiembla Europa

Merkel, canciller alemana, ha temblado en público por tercera vez.

Sin embargo es una mujer sólida y empática. Solidez prusiana oriental. No como aquella Tatcher que fue llamada la dama de hierro. A Tatcher tuvo que salvarla del infierno Meryl Streep a fuerza de reencarnarse en su armazón o encofrado.

La idea es que Merkel no puede temblar per se, no le pasa nada a ella. Nada de salud. Porque Merkel ya ha trascendido la mera humanité, Merkel es inmune al estropicio mundial y al flequillazo de Trump.

Lo que la pasa a Merkel es que le duele Europa.

Como a Unamuno le dolía España, pues igual.

A Angela Merkel le tiembla Europa. Estos temblores de aeropuerto y recepción (recuérdese los temblorazos de Jean-Claude Juncker) exceden el estrés y los sinsabores (sobre todo gastronómicos) del cargo. Por el norte se come fatal.

Lo que le pasa a Merkel, que es la encarnadura viva de Europa en esta hora doliente y opípara, es que le tiembla el mundo.

Merkel, a fuerza de empatizarse con todo, con los inmigrantes, con la historia, con los bancos alemanes que primero quieren cobrar (como es lógico), y con los sans culottes de todas las prusias, pues se ha hecho un lío.

Ahora llega Ursula, que tiene firme el mentón, igual que Merkel cuando llegó al balcón de papisa por primera vez.

Los temblores de Merkel hay que sobrellevarlos como el tsunami interior de la Unión Europea, dolores de parto en pleno óbito: eso es Europa en marcha, la complejidad precarizada que tiembla. El alborear de una vieja época. Ahora los chinos trazan la autopista desde Pekín hasta Zaragoza pasando por Rusia.

A lo mejor es que se están acabando los paracetamoles y los ibuprofenos.

 

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