El Rey Juan Carlos se jubila. Se retira de la vida institucional. Lo mejor de la carta que ha enviado a su hijo y al país entero es la frase en que reconoce el papel del pueblo español en la transición:
«y renovar mi sentimiento de permanente gratitud hacia el pueblo español, verdadero artífice y principal protagonista de aquella trascendental etapa de nuestra historia reciente».
Es una frase brillante que aclara la historia y honra a quien la firma.
El Rey emérito se jubila de verdad. El hijo ya está a punto para reinar solo. Ya lo ha demostrado.
La carta de Juan Carlos llega en el día de calma absoluta, la calma incomparable que dan las elecciones, y más en este lunes que clausura, o eso parece, un ciclo de agitación máxima.
Las urnas dejan una beatitud y una paz que no se consigue de ninguna otra forma. Las urnas se moderan a sí mismas y ejercen la compensación y los contrapoderes que pueden facilitar otro estilo de gobierno, de gobernanza (por usar la jerga) con algo menos de prepotencia y algo menos de corrupción.
Al menos, queremos pensar, se vigilarán unos a otros y viceversa.
Con que disminuyera la corrupción estructural en un 10% ya sería un éxito.
En la era de las guerras del 5G hay que tener los poderes bien pactados y los contrapesos bien puestos.
La jubilación total del Rey Juan Carlos sella una época que clausura las elecciones encadenadas de un lustro de sacudidas.
Es hora de pactar sin prejuicios, de intentar gobernar con limpieza, de que cesen las cloacas de Estado y de que hagan lo posible por afrontar el separatismo con una sabia mezcla de finura y firmeza. Y reinventar Europa.
Y de que se rebaje la desigualdad y se repare el ascensor social, que lleva una década atascado en el semisótano.
Se abre otro siglo, otro mundo.
Que sea para bien.
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Esta frase es importante:
«y renovar mi sentimiento de permanente gratitud hacia el pueblo español, verdadero artífice y principal protagonista de aquella trascendental etapa de nuestra historia reciente».
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