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El big data del alma

La hora extra de España

Guerra comercial USA / China. Trump envía mensajes (y naves) contra Irán (¿?). Wall Street no sabe qué hacer, si vender o comprar: USA crece, el paro ha caído como en el 1969, al tres y pico: el año mágico de pisar la luna. Todo es contradictorio o quizá solo cuántico.

Entretanto, España, se ha enquistado en la ley de horas extras, que ha sido ratificada por el tribunal de la UE (el TJUE). ¡Europa! Ciertamente es una autoridad. Una referencia superior y ya inapelable. Se puede ir al Tribunal de Derechos Humanos de La Haya, al Vaticano (de capa caída) y poco más.

El decreto ley de horas extras nos obliga a medir lo continuo, lo inconmensurable, la misma eternidad. La ley de horas extras, en un mundo de abusos de facto es pura metafísica. O bien, una revolución. Una revolución impulsada, así a lo tonto, por el gobierno. Y apoyada por la Unión Europea.

La hora extra de España, en el interregno de cuatro elecciones, es volver a Unamuno sin pasar por Cajal.

Medir las horas trabajadas supone definir «trabajo».

En un país donde la infinitud de horas presenciales ha conducido al fenómeno del calentamiento de sillas, la presencia es el trabajo.

En España el trabajo se define por la realidad física y carnal de una persona existente. Como ese método, además  de antiguo e improductivo, es intolerable, conlleva el siguiente matiz: la presencia carnal del empleado no garantiza la entrega mental.

Es decir, la presencia no implica prestaciones. Más bien exime de ellas a ratos. ¿Cuántos ratos? Ah. Depende. El sistema celtíbero es complejísimo. Todo depende de matices inconmensurables, variables volubles, veleidales, helicoidales.

Las horas son einstenianas. Se dilatan y se encogen, tipo Bergson: incluso curvan el espacio, que viene a ser la sufrida silla.

La relatividad está en la oficina. Por eso para defender y aplicar esta ley, en vez de a Valerio tendrían que haber puesto a Pedro Duque.

Sin querer (esto venía de un hilo sindical) el gobierno en funciones ha provocado una revolución, ha alterado el fragilísimo ecosistema de la pyme informal o infernal y ha abierto una sandía que no se sabe a dónde nos va a llevar. El efecto ala de mariposa funciona sin control.

Si no hubiera desaparecido la filosofía del mundo escolar y de la vida en general, habría que encomendar el reglamento que desarrolle este decreto a los filósofos de guardia, pero el Estado postRajoy ya no tiene de eso. Ni siquiera está Forges, que hubiera sabido sintetizar la molécula de la hora extra en una viñeta.

Como para pagar una vivienda hay que dedicar casi todo el sueldo, la mayoría de los currantes casi podrían ahorrarse la vivienda, puesto que prácticamente viven en el curro, tienda, oficina o furgoneta (y en el bar de al lado).

Así que la hora extra de España, en la que toda la miseria está entrelazada, ha entrado a saco en un asunto crucial del país. Una revolución. ¡Apoyada desde Europa!

Y qué va a hacer el gobierno con toda esa gente que si la obligan a salir del trabajo –¡por ley!– no tiene a dónde ir porque no puede pagarse un piso.

Si no hay horas extras gratis y tiempos muertísimos el sistema desmorona con resultados imprevisibles… ¡hasta es posible que suba el PIB!

 

 

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Lectura: Bartleby, el escribiente. Herman Melville.

 

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