Veinte Segundos Veinte Segundos

El big data del alma

Relectura de «El Jarama» en la muerte de Rafael Sánchez Ferlosio

Ha muerto Rafael Sánchez Ferlosio a los 91, me he puesto a releer El Jarama y no he podido dejarlo.

—Te quiero; eres un sol.
—Pues de soles ya tenemos bastante con uno, hijo mío. Lo que es hoy, desde luego, no hacen falta más. Mira: ahí viene el tren.
—¿Contamos los vagones?
—¡Qué tontería!; ¿para qué?
—Así, por gusto.

La precisión del lenguaje da el alma  de los que hablan: aunque los acabemos de conocer (y no volveremos a verlos) los conocemos a fondo. Ganó el Premio Nadal en 1955 con esa novela. Antes había escrito Alfanhuí.

Se permite describir el río, se permite la introducción del bar que espera a los bañistas de domingo. Es ya la España vacía, vaciándose a muerte bajo el sol de un domingo. Es prePop, con moto prestada y bicis. Chicas con pantalones a muerte.

El que mejor manejaba la lengua española, con más exactitud y conocimiento.

 

«Los guardias civiles paseaban de acá para allá, en un trayecto muy breve, por la arena. Tito veía casi una sola silueta, yendo y viniendo, contra la luz del malecón. Pasaba y repasaba la sombra sobre el bulto tapado de Lucita. Después varias bombillas se apagaron de pronto a la otra parte, en la explanada de los merenderos.»

 

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La idea, sin tener ni idea, es que Alfanhuí (1951) es pura crueldad liofilizada y enlutada de fantasía. Sobre todo, crueldad permitida por el régimen, crueldad gratuita y feroz. Así empieza:

El gallo de la veleta, recortado en una chapa de hierro que se cantea al viento sin moverse y que tiene un ojo solo que se ve por las dos partes, pero es un solo ojo, se bajó una noche de la casa y se fue a las piedras a cazar lagartos.

Hacía luna, y a picotazos de hierro los mataba. Los colgó al tresbolillo en la blanca pared de levante que no tiene ventanas, prendidos de muchos clavos.

Los más grandes puso arriba y cuanto más chicos, más abajo. Cuando los lagartos estaban frescos todavía, pasaban vergüenza, aunque muertos, porque no se les había aún secado la glandulita que segrega el rubor, que en los lagartos se llama «amarillor», pues tienen una vergüenza amarilla y fría.

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Y aquí hay otro fragmento, pillado al azar de las navegancias vagancias:

Ambos bajaron a la bodega con un farol, y encontraron al gato, que tenía en la boca un cuello de cisne, con cabeza y todo. El cuello de cisne hacía contorsiones como si estuviera vivo y tiraba picotazos contra la frente del gato porque éste le apretaba por los tendones, y como le daba miedo no sabía soltarlo. El gato se lanzaba a grandes saltos contra las paredes y hacía chispas amarillas al rozar sus uñas con las piedras.

El maestro hizo señas a la criada para que cogiera al gato. La bajó en brazos hasta la bodega porque con las ruedas no podía bajar sola. La criada cogió al gato sin vacilar, y éste soltó el cuello de cisne y la mordió en una muñeca. La muñeca sonó a pergamino y la criada no se inmutó. Volvió a cogerla en brazos el maestro y la subió al piso. Todos se volvieron a la cama, y la criada se acostó sin soltar al gato, que se estuvo debatiendo toda la noche.

A la mañana siguiente la criada estaba toda destrozada. Tenía la piel de los brazos, del pecho y del cuello arañada y hecha jirones y se le salía el relleno.

Con el gato hicieron cordeles para relojes de pesas; con sus uñas, un rascador para peinar pieles; con su esqueleto, una jaulita para ratones, y con la piel, fabricaron un tamborcito y curaron a la criada. El maestro le colocó los algodones y le cosió unos parches con la piel del gato, fresca todavía. Luego curtió los parches sobre el mismo cuerpo de la criada.

Disecaron del gato tan sólo la cabeza y la exhibieron en el escaparate. A la criada se le secaron pronto aquellos parches y se puso buena otra vez. Pero otro día se la dejaron a la lluvia y se amolleció. También sanó de ésta, pero quedó más seca y encogida. Algún tiempo después enfermó de ictericia y se puso toda verde.

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Es terrible. Igual que Camilo José Cela, Pascual Duarte, pero lirificado y plastificado. Y magníficamente escrito. Es el horror español de la posguerra indecible. En esas estamos, a ratos.

Y ya puestos, el mismo horror espeluznante de Platero y yo, de JRJ, que pone los pelos de punta.

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Julio José Ordovás sobre Ferlosio, en Letras Libres.

4 comentarios

  1. Dice ser Bay

    Diálogos arqueológicos, yo también he empezado a leerlo, precisión y barbarie de España. Herrumbrosas lanzas.

    01 abril 2019 | 3:22 pm

  2. Dice ser ignotis parentibus

    No escribió más libros este escrito o acaso es el único reseñable por lo del premio nadal 1955? Que en ese año no había nacido ninguno de los devora libros que escriben comentarios en este periódico!

    01 abril 2019 | 3:22 pm

  3. Dice ser ignotis parentibus

    En algún sitio (Camino de Jotán, en ensayo que habla largo y tendido sobre el Ferlosio y todas sus obras) he leído que no le gustaba que en los dibujos animados se hiciese hablar a los animales.

    01 abril 2019 | 3:52 pm

  4. Dice ser Huyquebien

    A veces intento leer «Nada» que es de esa época terrible y la refleja muy bien, sería bueno analizarlas las dos, El Jarama también es un título breve,

    01 abril 2019 | 4:02 pm

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