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El big data del alma

Voladura quirúrgica

La cuarta voladura tiene que disgregar la cuarcita sin poner en peligro al niño que se supone que está a 65 centímetros. Los mineros y los artificieros suben y bajan por el que ya es el ascensor que nos lleva a todos. Urgidos por la ansiedad de una vida o de un enigma no reparamos en lo bien que está funcionando el improvisado artilugio construido en una herrería.

Arriba se ve un campamento que ya es más familiar que nuestro propio barrio: ha ido creciendo como una ciudad minera que busca un mineral irreemplazable, un niño de dos años: las operaciones en torno al tubo son ya la ceremonia de España, la misa permanente de ingeniería de precisión. Las excavadoras custodian como animales prehistóricos el paso de los días.

Han desmontado media montaña, han encamisado un tubo, atienden a la familia, rezan en una jaima y los mineros y los guardiaciviles suben y bajan con sus explosivos en un neceser. Los helicópteros esperan con las luces en marcha.

La realidad está suspendida, como la jaula que nos lleva arriba y abajo.

Estamos en las dos horas de la cuarta voladura quirúrgica.

Va a ser otra noche larga.

Y esperanzada.

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