El manifiesto por la lengua común, que firman y encabezan 18 intelectuales reconocidos, revela preocupación y agitación. No les falta razón; su protesta es oportuna. Lo que reclaman es un derecho de los ciudadanos a sus propias lenguas, a todas, sin menoscabo ni ventaja de las que se hablan en España, todas comunes en su ámbito. Quienes pretendan que se trata de un manifiesto impositivo, arrogante, se equivocan. La lectura atenta, no superficial del mismo, lo pone de manifiesto.
El español o castellano, ambas fórmulas sirven, goza de buena salud, quizá nunca antes tuvo tanto vigor en el mundo. Por tanto este no es un manifiesto en defensa de un idioma amenazado. Todo lo contrario lo es en pro de un idioma pujante que se escatima y regatea a algunos españoles que viven en nacionalidades según la Constitución, donde existe otro idioma propio, que está siendo utilizado como arma política para ocupar poder, para diferenciar y separar.
La persecución efectiva a que se sometió a esas lenguas en otras épocas, también por razones de hegemonía política, fue un error grave. Tanto como lo es ahora hacer otro tanto contra el castellano. Que en Cataluña, Baleares, Galicia, País Vasco… se arrincone el español-castellano, convertido en lengua auxiliar, no vehicular de la enseñanza, solo va en demérito de los escolares que pierden un factor competitivo.
La convivencia de los dos idiomas, en condiciones de igualdad es un activo social y personal y lo que no vaya en ese sentido será una equivocación histórica.
¿Se imaginan que los irlandeses hubieran arrinconado el inglés? ¿Sería hoy Irlanda tan próspera con esa estrategia política?
La pujanza del catalán no está comprometida. Su implantación en Cataluña, Baleares y Valencia (llamándole como cada cual quiera) debería animar a aprenderlo a muchos otros españoles que viven fuera de ese ámbito. Un idioma entendido por buena parte de los 14 millones de ciudanos que viven en esas comunidades es un activo a preservar y engrandecer, aunque no a costa del gran idioma común.
Aquí hay que sumar sin restar, pero los del nacionalismo de bajo vuelo, del victimismo, del localismo estrecho, no lo quieran entender. Por eso este manifiesto es agitador y oportuno.