Un ministro de Fernando VII, Calomarde (de Teruel) luce en la historia por la frase “manos blancas no ofenden”, respuesta a la bofetada que le propinó la infanta Carlota Luisa, tía de la futura reina Isabel II, contra la que conspiraba Calomarde.
Quizá Rajoy se ha acordado de Calomarde, pero en este caso para refutar la frase. Las manos blancas de María San Gil han hecho mella en la pandíbula del pretendiente popular. Las críticas de Zaplana, Acebes, Esperanza… y las del resto del coro mediático antiRajoy han sido collejas frente al puñetazo de María San Gil, directo y contundente, mediante una escueta nota de desistimiento, sin argumentos ni detalles.
La conclusión del gesto: San Gil no se fía de Rajoy, ni aun cuando éste asuma sus tesis íntegramente. La guipuzcoana discrepa, no se fía y, además, no se va a casa. Evidentemente detrás de San Gil hay táctica y estrategia. María (en el PP solo hay una maría) como ha apuntado Ana Botella representa un referente “moral, político y afectivo” del partido, es decir un depósito de autoridad moral.
A Rajoy quieren aburrirle, minar su resistencia emocional, que se vaya murmurando, como Romanones, “vaya tropa…” Y hasta el Congreso del PP faltan cuarenta días, que van a ser duros para Rajoy, inquioeto cada mañana por adivinar d edonde le vendrá el golpe.
En la doliente UCD del final, los democristianos y otras familias menores barrenaron con eficacia el partido o la coalición de partidos que era aquella falsa Unión. Quizá ahora se repite la historia. Meses atrás parecía imposible la hipótesis de una ruptura en el PP, pero en pocas semanas el panorama ha cambiado. El bofetón de María San Gil, abre la puerta a otra oleada de críticos, que sin pedir a Rajoy que se vaya le indican la puerta con urgencia.
¿Debate de ideas? Pues no parece, dicen que es de confianza, de que unos no fían de los otros, aunque unos y otros están donde están en función de sus opciones de poder interno. ¡Qué duro es perder!