Estoy teniendo una semana muy mala. Haber tenido a Nora es maravilloso, pero físicamente me deja agotada, algo que les sucede a todos los padres del mundo, pero con esclerosis múltiple, se complica un poquito más. Encima es primavera, y no es una estación que me siente especialmente bien.
Descansar siempre ha sido importante, pero ahora tengo una preciosa niña que me necesita con energía y necesito mis horas de descanso para que mi cuerpo funcione. Por las noches duerme más o menos bien, mi marido está por las tardes con nosotras, pero no es suficiente. Por eso, siempre he utilizado los fines de semana para descansar y recargar pilas para afrontar con fuerza la siguiente semana. Hasta ahora me había ido bastante bien.
El problema viene cuando por diversas circunstancias no puedo dedicar ni el sábado ni el domingo a ese ansiado descanso. Me convierto en una persona apagada y sin ganas, bajo los brazos, me dejo llevar y los síntomas se apoderan de mí. A veces, ni yo misma me doy cuenta de la situación, de mis limitaciones y de lo que necesito; en otros momentos los de mi alrededor se piensan que puedo seguir su ritmo y no valoran la importancia de mis descansos. Todos en algún instante, hemos pensado que porque me encuentro mejor puedo con todo, y no, no es así.
Así que, pasaré el resto de la semana como buenamente pueda, hasta que no lleguen el sábado, no podré descansar del todo y seguiré con está fatiga, con este dolor de piernas y con algún calambre. Lo bueno, es que ya han pasado casi cuatro días, y me falta solo otro día más. Y para variar, el cansancio me cambia de manera radical mi estado de ánimo, menos mal que tengo a Nora para contrarrestar.