Por Alejandro Prieto Orviz
Aunque uno deposite más confianza en los resultados sociales obtenidos a través de la convicción que de la imposición, pues no es lo mismo conducirse bajo el dictado del razonamiento que entrar por el aro a presión, parece comprensible la decisión tomada por distintos ayuntamientos de denegar la instalación de sombrillas particulares a primeras horas de la mañana para reservar sitio en las playas. Muchas de ellas clavadas en primera línea de orilla, con vistas al horizonte y a los cuerpos que se pasean y entran y salen del agua. Y qué decir de la apropiación (desde el alba hasta el ocaso) de las mesas en las áreas recreativas. Censurar la conducta de los cargos políticos que anteponen los réditos personales a los sociales, es un ejercicio saludable que está al alcance de cualquier ciudadano, sin embargo, se echa de menos una mayor autocrítica y disposición para encauzar agudos comportamientos que, cuando son protagonizados por el prójimo, suelen tener la consideración de desleales, molestos o irritantes. La autoridad moral se debilita, pierde consistencia e incluso se derrite con el calor del egoísmo y la incoherencia.