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Entradas etiquetadas como ‘solución’

Un verano de silencio por la muerte del agente forestal en la Palma

Por Pedro Díaz Fernández

El pasado cinco de agosto, los agentes medioambientales mantuvimos un minuto de silencio por el compañero devorado por las llamas en La Palma. Raro es el año que no hay algún fallecido. Muertos a los que no nos quitamos de la cabeza en unos días.

Visión desde el espacio del incendio de la isla de la Palma.

Visión desde el espacio del incendio de la isla de la Palma (NASA).

La mayor parte de la gente, por lo menos en el momento de conocer la tragedia, también busca respuestas. En esta ocasión, una imprudencia ha acabado con la vida de un hombre y ha destrozado a una familia, porque a la pérdida se suma una despedida desgarradora. No es necesario entrar en detalles, tan solo imagínense lo que supone morir abrasado intentando huir de las llamas.

Pero aunque el problema de los incendios es demasiado complejo, confío en que la sociedad vaya dando una respuesta. Ya lo está haciendo. Pocos se dejan engañar con los embustes y la demagogia de la política contra incendios, y empujón tras empujón, denuncia tras denuncia, organizaciones civiles y personas anónimas van consiguiendo pequeñas mejoras en la realidad que vivimos: falta de medios y precariedad laboral. Porque aunque se empeñen en convencernos, la miseria política no es ningún reflejo de la sociedad.

Otra pregunta es el por qué y quiénes inician esta destrucción. Aquí tampoco podemos dar una sola respuesta, pero deberíamos ser conscientes de que todos formamos parte de la solución. Hay quien aún desconoce que es el responsable de alguno de los grandes incendios causados por una colilla, otros no imaginan que una pequeña chispa provocada por una desbrozadora, una radial… puede transformarse en un volcán en cuestión de segundos.

Si hay muertes especialmente crueles, estas son las que no tienen respuesta. Son las de esos fuegos intencionados sin una razón aparente. Algunos apuntan a alguna patología. En estos individuos suele darse la delirante creencia de tener el poder de acabar con cientos de hectáreas de bosques, movilizar aviones, helicópteros y hasta el mismísimo ejército, confundiendo un fenómeno de la naturaleza con la estupidez de provocarlo. Dudo de que alguno lea estas líneas ni de que las entienda, por eso es necesario de nuevo la implicación social: nunca justifiquen los incendios, no los banalicen ni bromeen con ellos en conversaciones de bar, avergüencen a quienes lo hagan, no se lo permitan.

Ayúdennos a ampliar este minuto de silencio durante todo el verano, que no suene una sola alarma de incendio, ni un solo helicóptero de extinción, háganlo por la memoria de Francisco José Santana y por respeto a su viuda y a sus cinco hijos; háganlo por los setenta muertos en incendios forestales desde el año 2000, algunos de ellos en León; háganlo por nuestra propia vida, la de todos los que trabajamos en el operativo contra incendios forestales, y por nuestras familias.

Quiero ir a la cárcel, hay médico gratis

Por Marga Alconchel

Una noticia humana sobresale en toda la vorágine de titulares repetidos entre política y masacres terroristas. Según The Financial Times, hace años que en Japón los ancianos cometen pequeños robos para que les lleven a la cárcel. No son grandes cosas, no hay violencia. Simplemente es la causa que necesitan para que les lleven a la cárcel, donde tienen asistencia médica gratuita. La noticia parecería casi una broma si no escondiera una realidad detrás: el 40% de los mayores de 60 años viven solos, los ingresos son bajos y el país es caro.
 
Más de la tercera parte de los hurtos (el 35%) son reincidentes, y no poco: en 2013 el 40% de ellos robaron más de seis veces. Comparado con 1991, una época de bonanza económica, han aumentado un 460%.
 
Imagen del interior de una cárcel (ACN).

Imagen del interior de una cárcel (ACN).

Es un síntoma de una sociedad (la moderna) en la que se estima que hacia 2060 casi la mitad de su población tendrá más de 60 años. Los estándares de vida actuales, los sistemas laborales y la poca protección a las capas no productivas de la sociedad (niños y mayores) están empujando a muchas personas a buscar soluciones desesperadas.

 
Porque ha de ser desesperante que la única solución para tener techo y comida cuando se han cumplido 60 años sea estar en la cárcel. Puede parecer una peculiaridad de la sociedad nipona, pero es un síntoma de lo que puede ocurrir en cualquier lugar.
 
La obsesión por hacer negocio con lo que sea, convirtiendo la salud en un producto más, es contraproducente. No sólo a nivel humano, por el desasosiego y el desamparo. No sólo a nivel social, por el abandono descarnado sobre aquellas personas que trabajaron durante décadas en la creación del status que tenemos todos. También a nivel poblacional: un colectivo empobrecido y enfermo consolida una sociedad y un país empobrecido y enfermo.
 
Los hospitales y la asistencia médica en sí misma, tiene un costo elevado. Las industrias farmacéuticas invierten muchísimos recursos en conseguir fórmulas y productos que mejoren la salud. Las empresas que fabrican maquinaria médica también han de pagar salarios e impuestos. Todo ese coste ha de ser cubierto, lógicamente. Pero hay un punto en que deja de ser beneficio razonable para entrar en usura.
 
No se puede etiquetar la salud, que no deja de ser vida, como un negocio. Un Estado debe proteger la vida de sus ciudadanos, porque ellos son la razón de ser de un Estado. Ningún país existiría, por definición, si no tuviera personas. Por tanto, las personas son lo principal, y han de estar protegidas por las instituciones a las que entregan sus impuestos y en las que delegan la gestión de las cuestiones públicas.
 
Los presupuestos han de contemplar el gasto sanitario como un coste de mantenimiento del país, no como un gasto por culpa de los enfermos. Gastar (invertir) en la salud de la población implica, en poco tiempo, que las cifras se reduzcan porque la población está sana. Mercadear con la salud, privatizar lo que se levantó con el dinero de todos, cerrar hospitales…  es poner el primer motivo para que nuestros mayores (que no son de Japón) empiecen a robar manzanas en los mercados.